El estilo de poder que el Partido Nacionalista ha impuesto en el País Vasco se ha traducido, al cabo de treinta años, en un simple imperio del matonismo político.
La historia parece de otro país o, al menos, de otros tiempos. Un líder
político ha de declarar ante los tribunales; la hueste del líder arropa al
encausado. Cuando llegan los denunciantes, la hueste los amenaza. Uno de la hueste arremete contra uno de los denunciantes y le lanza una patada en los genitales. El agresor, reducido, es entregado a la policía, bajo dependencia del líder. La policía libera al agresor y aquí no ha pasado nada. ¿Ruanda? ¿Cuba? Casi: País Vasco, esta semana.
El hecho se comenta por sí solo. El estilo de poder que el Partido
Nacionalista ha impuesto en el País Vasco se ha traducido, al cabo de
treinta años, en un simple imperio del matonismo político, donde la
discrepancia se salda con una patada en los cojones. Y esto, en lo que
concierne al nacionalismo supuestamente «moderado»; el «radical» funciona con bombas, tiros en la nuca y violencia callejera, como bien sabemos.
Moraleja para navarros: esto es lo que le espera a la comunidad foral si,
vía PSOE, cae bajo la hegemonía del nacionalismo vasco. Moraleja para
catalanes y gallegos: este es el desenlace inevitable de una situación
política donde una oligarquía separatista y excluyente rompe en dos la
sociedad. Moraleja para españoles en general: hay que parar esto como sea.
Un dato importante: la víctima de este sórdido episodio fue pateada por
gritar «Viva la libertad».