La realidad sitúa a nuestra nación como uno de los blancos preferidos de los radicales yihadistas
Que toda Europa está amenazada por los hombres islamizados no es ninguna novedad. La serie de atentados que golpean y seguirán golpeando las ciudades europeas nos recuerdan la más pura esencia del Islam, esa que los más bobos y pánfilos analistas se empeñan en negar apelando a una yihad que no sería sino un íntimo esfuerzo encaminado a transitar por el camino de la perfección individual. Más allá de tal miopía, voluntariamente asumida, la realidad es de una mayor crudeza y sitúa a nuestra nación como uno de los blancos preferidos por tal parte del mundo islamizado realmente existente.
Tal circunstancia obliga a mirar hacia atrás y ver de otro modo determinados episodios y procesos de nuestra reciente Historia, aquella que se abriera, por ejemplo, con la Marcha Verde que barrió la presencia española en el mismo Sáhara al que tanto gustan de acudir algunos representantes de la farándula española, los mismos que han sido incapaces de alzar sus impostadas voces ante la barbarie criminal y antiespañola de la banda terrorista ETA.
Si la marcha tuvo lugar en los últimos estertores del franquismo, una estrategia desnacionalizadora daría comienzo en los primeros ochenta. La región era esa misma Cataluña en la que comenzaban a operar, en el sentido mafiosos del término, los Pujol, a cuya cabeza se hallaba un individuo ante el que se postraron genuflexos presidentes españoles de diversa coloración política. El ortograma, bien conocido, consistía en proveer a dicha región de un importante contingente fácilmente asimilable, al menos de un modo utilitarista, en lo que se da en llamar «cultura catalana», la misma en la que, por contrato, debe integrarse el célebre futbolista brasileño Neymar.
La disolvente idea consistía en importar marroquíes que, al mismo tiempo que realizaban los trabajos menos atractivos, se impreganaran de las sacrosantas señas de identidad diseñadas en los laboratorios catalanistas pagados por el contribuyente con el objetivo de desmantelar la Nación Española. Así, proliferaron tapaderas para alcanzar tales logros, destacándose en tal tarea la llamada Nuevos Catalanes, dirigida por un catalán debidamente apellidado, Ángel Colom.
Sin embargo, don Ángel necesitaba de colaboradores de la tierra, de la tierra marroquí, se entiende. El elegido fue Noureddine Ziani, expulsado finalmente de España, que ejerció como atractor de compatriotas, trabajo en el cual quedaba patente el éxito de esa buscada bilateralidad y plurinacionalización que obsesiona a los catalanistas, sabedores de que el papel de las terceras potencias es clave en todo proceso de balcanización. El último paso de tal estrategia era el uso de esas masas de marroquíes dentro del proceso separatista. Al cabo, ¿qué puede importarle a un recolector de la campiña ilerdense la supervivencia de España?
Sin embargo, la penetración de este colectivo va mucho más allá de la mera introducción de extranjeros dentro de una sociedad política. Los nuevos visitantes daban sentido a la cristalización de instituciones tales como la Unión de Centros Culturales Islámicos de Cataluña, con sede en Santa Coloma de Gramenet próxima a la de Nuevos Catalanes. La situación era tolerada por los conservadores, ya tibiamente católicos, que habían impulsado tales implantaciones. En definitiva, ambas facciones se referían a Cataluña como una entidad separada del resto de España. Y razones no le faltaban dada la permisividad de los sucesivos e impotentes gobiernos centrales, incapaces de hacer cumplir la ley en una tierra que acaso acabe disfrutando de las bondades de la sharia.
Mientras todo esto pasaba, la realidad arrojaba un dato útil para los impulsores de tal implantación marroquí: son decenas de miles los magrebíes de nacimiento que han adquirido la nacionalidad española, hecho que, paradójicamente les permitiría votar en un referéndum de autodeterminación que con tanto ardor defienden las facciones más radicalmente separatistas y, por supuesto, Podemos. Españoles o no, en Cataluña hay alrededor de medio millón de musulmanes que si bien rechazan el bautismo, son debidamente sumergidos en las aguas ideológicas del catalanismo más visceral.
La encrucijada en la que se encuentra una España marcada por el maniqueísmo político es harto complicada, máxime teniendo en cuenta que el asunto del que nos hemos ocupado en este editorial está marcado por dos perspectivas igualmente amenazantes:
Por un lado, Marruecos sigue siendo una nación política que en muchos aspectos, recordemos los conflictos pesqueros o la competencia en el terreno hortofrutícula, rivaliza con España. Tal rivalidad entre naciones podría hacer ver con buenos ojos a las autoridades marroquíes el debilitamiento de su rival norteño. La celebración del mentado referéndum sería una ocasión espléndida para que este objetivo se lograse tras la mutilación del Cataluña del resto de España.
Por otra parte, Marruecos, aunque todavía constituye un freno a la expansión islamista, puede dejar de serlo para constituirse en plataforma desde la cual los hombres islamizados pudieran intentar recuperar el mitificado Al Andalus. Como ya ocurriera en el pasado, gran parte del contingente islamizado localizado en Cataluña podría servir de quintacolumna.
Desde la Fundación Denaes invitamos a una serena reflexión en torno a tan graves asuntos.
Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española