Lleva más de un año gestándose, aunque, como tantas otras cosas -seguramente son demasiadas-, no ha tenido mucha audiencia. Hablamos de Consumo estratégico, una de las últimas estrategias de la ANC per fer país, o más bien República. O, como ellos dicen, con la que «combatir la campaña del miedo del Estado» tras el 1 de octubre de 2017. Fecha tras la cual tantas empresas desplazaron su sede social y tantos capitales huyeron de la región.
Se trata, quizá ya lo sepan, de una página web en la que los «consumidores estratégicos» -que deben de ser algo así como los famosos preferidores racionales pero en plan catalano-republicanos- podrán buscar aquellas empresas que son afines a la secesión de la región catalana. En la web se puede encontrar a las empresas que pretenden «potenciar la economía catalana» y que están «libres de las presiones del Estado».
Y aunque en los medios de comunicación no se haya prodigado tanto tal ocurrencia -como la calificó Unai Sordo, secretario general de CCOO-, sí que ha sido presentada ya en más de 90 ferias y unos 115 coloquios por toda Cataluña, animando a los catalanes -a los buenos catalanes, a los de raza, se entiende- a huir de los «oligopolios estatales». Y es que Consumo estratégico, cuya segunda fase ya está en activo, se inscribe -como explicó la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie- en algo más amplio, en la estrategia de la ANC Eines de país (Herramientas de país), que ya ha logrado que Joan Canadell, dueño de las siete gasolineras de Petrolis Independents, sea presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona. Está, por tanto, dentro de una «estrategia de no cooperación» con quien ejerce el poder «de manera autoritaria». Los secesionistas son más de falsas sonrisas y democracias a la violeta.
Se trata, pues, de impulsar una economía que no dependa de los «oligopolios estatales» y empresas que no estén bajo «las órdenes» del totalitario Estado español, esto es, de sortear a «las empresas del Ibex 35 y del «palco del Bernabéu» que han dado apoyo a la estrategia represiva del Estado español contra el pueblo catalán y sus anhelos de libertad». No como esas empresas «que salieron en banda sin tener ninguna necesidad objetiva» tras el 1 de octubre; porque por un golpecito de Estado tampoco hay que alarmarse. Es más, en el colmo de la generosidad Consumo estratégico no pide que las empresas inscritas, o los «proveedores estratégicos», apoyen la secesión -o la independencia, como ellos dicen-, tan sólo que sean neutrales, como pueden ser los bancos extranjeros. Sí que se han de cumplir una serie de requisitos propios de una república moderna, plural, tolerante, ecológica y de vanguardia como es la arcadia catalana, a saber: el respeto al medio ambiente, el cooperativismo, la economía circular, el uso de tecnologías 4.0, la responsabilidad social y, la guinda del pastel, el respeto y/o promoción de la lengua catalana como parte inseparable de la realidad del país. Así pues, con sólo introducir el código postal de su domicilio en la página -que todo el mundo quede bien localizado-, el consumidor estratégico podrá encontrar las empresas -hay eléctricas, de gas, telefonía, carburantes, financieras, seguros, grandes superficies, etc.- que se hayan comprometido con los valores republicanos.
Dado lo dicho, desde aquí queremos una vez más denunciar el despropósito de estas estrategias políticas del secesionismo, buscando construir, y ya lleva mucho construido, un Estado dentro de otro Estado. Porque aunque hablemos de economía hablamos de política.
No somos los únicos que hemos hecho alguna queja. Josep Sánchez Llibre, el presidente de la patronal catalana Foment, dijo estar en contra de estas estrategias, pues ellos están en contra de los boicots, lo considera algo totalmente irracional y que va en contra de los empresarios y trabajadores de Cataluña, así como contra el consumo, la cohesión social y el crecimiento económico. Foment, dijo, utilizaría todos los medios a su alcance para combatir estas estrategias, porque considera que «mezclar consumo y política es un error gravísimo».
Nos alegramos de que Foment quiera combatir tales despropósitos ya que el Gobierno actual seguramente no haga nada, como los anteriores y previsiblemente los futuros. Y estamos de acuerdo en que va en contra de los empresarios y trabajadores de Cataluña, así como contra el consumo, la cohesión social y el crecimiento económico, pero por desgracia estas estrategias secesionistas no son irracionales. Al menos no desde la perspectiva del secesionismo, pues están pensadas y bien pensadas para gestar un mercado económico y financiero paralelo al español desde el cual montar un Estado catalán la mar de republicano. Y es que esto no tiene nada de ocurrencia, como indicó Unai Sordo, y sí mucho de estrategia a medio o largo plazo con la que ir excluyendo del consumo y del tejido empresarial a las empresas «españolas». Igual que se viene haciendo hace décadas con la lengua en educación, en los medios de comunicación o en las instituciones administrativas, de gobierno y cualquier otro tipo. Excluir y aglutinar, de eso se trata. Con la lavadora de cerebros a todo trapo. Que sólo queden los mejores, los buenos y adoctrinados catalanes (y los extranjeros que quieran ser neutrales, que a tolerantes e inclusivos no nos gana nadie).
Por otro lado, tampoco estamos de acuerdo en que mezclar consumo y política sea un error. Sencillamente no es un error ni un acierto, y sólo desde un idealismo que separe mercado y Estado, como si los mercados funcionasen solos flotando en la ionosfera, se puede afirmar tal cosa. Política y consumo económico están ya unidos de partida, porque ningún mercado se puede generar al margen de las estructuras e infraestructuras territoriales y legislativas que proporcionan los estados. No se puede hacer economía, por ejemplo, al margen de las carreteras, puertos y aeropuertos, las centrales nucleares, las presas, los acuerdos entre Estados o las leyes laborales que provee, permite o procura el Estado. Incluso en el caso de las multinacionales. Tampoco puede darse al margen de una población a la que el Estado se encargará, ya sea en mayor o menor medida, de formar para el trabajo, de controlar, de proteger y de cuidar para que consuma. Así como de procurar que crezca -aunque el caso español, dado nuestro suicidio demográfico, no es un buen ejemplo-.
No se trata por tanto de mezclar nada. Se trata más bien de separar. La irracionalidad de la que hablaba Josep Sánchez Llibre estaría más bien en el intento por separar a la economía y a la población catalana del resto de la española. Una estrategia que, desde esta perspectiva sí, se muestra totalmente irracional en un contexto nacional e internacional cada día más agresivo y en el cual de lo que se trata es de unir fuerzas y no de separarlas. Porque sólo fortaleciendo la economía española -la catalana incluida-, y a su población, podrá hacer frente España a todos los desafíos económicos, militares y territoriales presentes y que le quedan por delante. Y es que sólo un Estado fuerte es capaz de proporcionar a sus ciudadanos la libertad que tanto solicitan. La libertad del individuo depende siempre de la libertad del grupo al que pertenece frente a otros grupos. Cuando más débil sea el grupo, más lo será el individuo que pertenece a él y más estrecha su libertad. Si España quiere aumentar su presencia y resistencia en la lucha a muerte que es el tablero geopolítico, lo más irracional que puede hacer es dividirse, romperse y permitir que la economía, el territorio y la población catalana -o vasca, o gallega, o asturiana, o murciana…- robe al resto de españoles lo que es de todos. O vamos todos a una o no vamos.
Emmanuel Martínez Alcocer