Qué mejor prueba de que el terrorismo separatista vasco de ETA se encuentra exultante por su presencia en las instituciones, que la soledad y abandono en la que se encuentran las víctimas de la violencia contra la Nación Española


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Si en otros editoriales hemos descrito la forma en la que la banda terrorista ETA ha logrado una gran aceptación social, una verdadera complicidad objetiva plasmada en la caracterización de muchos de sus criminales componentes como «hombres de paz», a la inversa, sus víctimas individuales, han sufrido de manera recurrente no sólo el olvido sino incluso el desprecio y la persecución, estigmatizados por ser los familiares de asesinados por el crimen sedicioso en el País Vasco y otros lugares de nuestra geografía nacional.

Si a los familiares de esas víctimas individuales, españoles asesinados por el mero hecho de serlo, se les humillaba diariamente en sus pueblos de residencia, hecho que sumar a la pérdida de sus seres más queridos, ahora, en plena efervescencia de la «paz de la victoria de ETA», de 2011 en adelante, sigue habiendo víctimas del terrorismo de ETA en situación de soledad y desamparo. Tal es el caso de José Miguel Cedillo y Dolores García, hijo y viuda del policía nacional Antonio Cedillo, asesinado por los criminales etarras hace ya treinta y cuatro años, en 1982, que esta semana se han convertido en noticia al concentrarse frente a la sede del Ministerio del Interior, asegurando que no se moverán del lugar hasta que sean recibidos por el Ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz.

El motivo fundamental, según José Miguel Cedillo, para concentrarse frente a la sede ministerial, es exigir que se investigue el atentado terrorista en que fue asesinado su padre, ya que pasados treinta y cuatro años no se ha producido ni juicio ni sentencia, el caso en teoría ha prescrito con la ley en la mano. Y es que la conducta de los vascos residentes en aquellos pequeños pueblos donde ETA y su entorno han campado a sus anchas recuerda mucho a la famosa omertá que se vive aún en la Sicilia de las mafias.

Concretamente, Cedillo afirman que la investigación de aquel atentado en el que perdieron la vida su padre y cuatro compañeros más está plagado de errores de peritaje y fue el origen de una especie de pacto de silencio que sigue sin esclarecerse. Ni se persiguió, ni se enjuició a los terroristas que mataron a su padre. Incluso uno de los etarras que participó en el horrendo crimen, Félix García Manzano, nunca fue extraditado pese a conocerse su ubicación en Portugal, y pese a que desde hace casi veinte años recibe periódicamente transferencias bancarias en Cabo Verde. Cedillo considera, con razón, que al igual que sucedió con otros crímenes de ETA, se ha permitido que el caso prescribiera sin siquiera investigarlo convenientemente.

José Miguel, que apenas tenía tres años cuando su padre fue asesinado, ha exigido también que le sea reconocido el estatus de víctima del terrorismo. Afirma que tiene derecho a acogerse a la Ley de Reconocimiento y Protección de Víctimas del Terrorismo de 2011, pese a que la lectura que esa ley realiza del fenómeno es restrictiva. No incluye a las que Cedillo define como «víctimas de segunda generación», los hijos e hijas de los asesinados por ETA. Y es que, en el fondo, el concepto de «víctima del terrorismo» no se detiene en los familiares directos de los asesinados por ETA, sino que la Nación Española entera es víctima del terrorismo, de ese intento sedicioso y cobarde de destruir nuestra integridad territorial mediante el crimen y el terror.

Merece la pena recordar aquella mañana del martes 14 de Septiembre de 1982, cuando a las once de la mañana eran emboscados por ETA en Oyarzun (Guipúzcoa) los policías nacionales Jesús Ordóñez Pérez, Juan Seronero Sacristán, Alfonso López Fernández y Antonio Cedillo Toscano, el padre de José Miguel. Mientras que los tres primeros murieron en el acto, el agente Cedillo resultó gravemente herido, siendo conducido por un camionero, de nombre José Elicegui, vecino de Rentería, cuyo vehículo fue detenido más adelante por los pistoleros etarras para asestarle el tiro de gracia, el ya famoso y cobarde tiro en la nuca.

Gravemente herido quedó su compañero, Juan José Torrente Terrón, quien pasaría largos meses de recuperación física y sufriría graves secuelas. Que en la Nación Española los intentos de recuperación de la memoria histórica hayan ensalzado a los etarras como «luchadores antifranquistas» que simplemente no habrían sabido incorporarse a tiempo al proceso de transición democrática, ya prueban a las claras la grave corrupción ideológica que padecemos, una verdadera putrefacción de grandes estratos de nuestra sociedad, incapaces de comprender que las víctimas del terrorismo no son simplemente unos muertos y mutilados, sino la Nación Española al completo. Incluso algunos politicastros llegarán a afirmar que la ETA habría luchado, después de 1975, contra los residuos del franquismo, que incluirían no al PSOE ni a los demás convenientemente situados en los diversos partidos democráticos, incluyendo a las sectas separatistas, sino solamente al PP.

Independientemente de su régimen político, la Nación Española desde 1959, año de fundación de ETA, se ha convertido en el blanco de unos criminales que han intentado segregar de forma utópica y con gran violencia, una parte de nuestra soberanía nacional para constituir un verdadero delirio, una Euskal Herria cuyos orígenes remontan, de forma acrítica y fantasmal, a la noche de los tiempos. Ni más ni menos que a la Atlántida, según afirmó uno de sus fundadores, Federico Krutwig. Y que en nombre de semejantes delirios se haya asesinado a tantos españoles de forma cobarde y cruel…
Desde la Fundación Denaes no podemos sino censurar la actitud del actual gobierno en funciones de nuestra Nación, el del Partido Popular de Mariano Rajoy. El único partido político con representación parlamentaria que defiende de forma explícita la Nación Española frente a las amenazas que sufre, no puede consentir sin más el estatus quo heredado del nefasto Presidente Zapatero, el de una ETA triunfadora y exultante ante la aceptación de sus criminales convictos y confesos como verdaderos «hombres de paz».

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.