
Suele ser habitual en lo referente al argumentario que ha venido manejando y de hecho maneja el Gobierno de España frente a la consulta separatista promovida por el lehendakari Juan José Ibarreche y sus consejeros, hacer notar, como uno de los más señalados “pecados originales” de tal propuesta, el hecho de que dicho plan aparecería, según todos los indicios, diseñado como una imposición (a veces se dice “un trágala”) desde el nacionalismo fraccionario frente a la mitad de la “sociedad vasca”; una “mitad” que, precisamente por no sintonizar con las premisas ideológicas de los nacionalistas, se vería abocada, de llevarse a efecto la propuesta, a quedar excluida de un nuevo statu quo autonómico establecido en exclusiva, y ahí residiría el «déficit» democrático, desde una de las «partes» del «todo» social de donde, según tal manera de razonar, la propuesta del lehendakari tendería inevitablemente a «dividir» a los vascos y a fraccionar la sociedad en dos mitades irreconciliables.
Y precisamente frente a tales planteamientos, lo que tanto desde el PSOE (por ejemplo en boca de Pepiño) como desde el PSE (por caso, por boca de Pachi) se tiende a enjuiciar como evidente es la conveniencia de fraguar antes de nada un “acuerdo” entre vascos que una vez alcanzado, por ejemplo bajo la forma de una revisión del estatuto de Gernika, pueda lograr, en un segundo momento, su ratificación precisa por parte de las cortes generales, depositarias de la soberanía de la nación. Todo ello dando, adviértase, por sobreentendido en todo momento que ciertamente el Parlamento, no sabemos si en su nueva condición confederal de “convidado de piedra”, aceptará -como, dicho sea de paso, no podía ser menos visto lo visto en Cataluña, en Andalucía, etc., etc.- lo que quiera que los vascos puedan acordar entre ellos tras el pertinente «diálogo» habermasiano; puesto que, como es bien sabido, “hablando se entiende la gente”.
Sin embargo, lo que no está en absoluto nada claro en estas condiciones es sobre qué oscuras bases armonistas considera Alicia que el supuesto “acuerdo entre vascos” pueda llevarse efectivamente a término toda vez que -y en esto reside, según creemos, la cuestión principal- las posiciones que tendrían que aproximarse entre sí en el transcurso de tal «diálogo» se definen precisamente, suponemos, por la respectiva imposibilidad de todo acercamiento mutuo al pretender, unos vascos, desmembrar la soberanía nacional española en un sentido tan separatista como expoliador (respecto del resto de los españoles) y procurar otros, por el contrario, defender dicha soberanía común de toda la nación sobre su territorio. Y como es el caso, suponemos, que España es absolutamente soberana o no lo es en absoluto, no se ve tampoco qué contenidos pueda arrojar como resultado tales locuciones arcangélicas entre expoliadores y expoliados.
Desde la Fundación DENAES nos parece que resulta muy justo decir, en esta dirección, que tal “acuerdo entre vascos” en el que ZP hace residir sin duda la verdadera clave de la solución no puede, por la misma naturaleza absoluta de lo que se discute (a saber, la soberanía) ir mucho más allá de una “coincidencia” de partida que constituye, todo lo más, una mera reiteración del problema; puesto que los vascos, sean secesionistas sean patriotas, están ya, en todo caso, enteramente de acuerdo en algo muy preciso: todos quieren Milán.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA