Decía el sofista griego Protágoras de Abdera que el razonamiento y la oratoria permiten: “convertir los argumentos jurídicos más débiles en sólidos y fuertes”. Desgraciadamente los tiempos han cambiado, o tempore o mores.
En efecto, hoy día la fuerza de la imagen, a través de los juicios paralelos mediáticos, en los debates jurídicos es más poderosa infinitamente que cualquier elocuencia verbal, respecto de la que los jueces tienden a desconectar en cualquier instancia, y en especial en las internacionales. Hay un chascarrillo jurídico que dice algo así como: cuantos inocentes hay hoy día en prisión por culpa de… su peluquero.
Pero, desgraciadamente no estamos para bromas, la imagen dada en el Congreso de los diputados por Oriol Junqueras y compañía saliendo de la prisión y reuniéndose con total normalidad con sus colegas políticos a los que daban la mano y con los que compartían momentos de confraternidad es demoledora. Va calando el anatema de los “políticos presos”, o en otros términos que la democracia española tiene que adaptar su legislación en el sentido de complacer las justas reivindicaciones estos primos hermanos del Dalai Lama. Sabemos desde el principio que el objetivo del Golpe de Estado de las huestes de Puigdemont no era lograr de manera inmediata la independencia, puesto que era imposible por falta de reconocimiento internacional, aunque si cuela mejor, sino forzar a España a aceptar un referéndum sobre la independencia al estilo escoces o canadiense como fórmula supuestamente política menos mala ante la presión y el descrédito internacional. Y en este objetivo van avanzando a marchas forzadas.
Hay que tener en cuenta que el juicio sobre el golpe de estado perpetrado en Cataluña seguido en el Tribunal Supremo Español es una primera instancia, y la Sentencia final llegará del Tribunal Europeo de Derecho Humanos en Estrasburgo, y allí no habrá debates jurídicos sobre el código penal español, los delitos de rebelión, sedición o como se quieran tipificar sus reprochables conductas, sino sobre símbolos democráticos. Ya hemos tenido un adelanto con la orden europea de detención y entrega frustrada en varios países europeos. Hace más de un año y medio comenté en medios de comunicación que la foto de determinados presos ejerciendo de políticos debería haberse impedido, modificando la ley orgánica de régimen electoral general. Ya es tarde.
Si me permiten contarles una anécdota personal; la semana pasada tuve el honor de participar en una instancia internacional en defensa de la normativa española y sentí mucho miedo por nuestro país. Allí, sólo ante el problema jurídico que tratábamos, de mucha menos intensidad emocional, fui consciente en mi propia carne que a un Tribunal Internacional no le importan nuestras normas, usos y costumbres jurídicas, sino la imagen europea.
Acosado por determinados magistrados, me batí, modestamente pienso, como un auténtico bravo, seguramente para morir en la orilla, siguiendo la tradición de los tercios de Flandes en aquello de: Flandes sepultura. Eso sí, con las botas puestas como un alabardero. Aquello era una batalla menor, pero la que se avecina con Oriol Junqueras y compañía puede ser un juicio global a la democracia española de 1978 y perderlo un auténtico Trafalgar.
De natura soy pesimista pero inasequible al desaliento, y pienso deberíamos dejarnos como Estado de la Unión Europea de debates leguleyos e ir al bueno y malo de las películas de vaqueros y quitar la careta a los secesionistas y transmitir por tierra, mar y aire, y lo que es más importante, por prensa radio y televisión, en términos de alegoría lo que supondría para Europa el supuesto mal menor del caso español. Sin duda, una balcanización del viejo continente que lo convertiría en pieza fácil para sus rivales políticos, económicos y militares. Nunca olvidemos esta última dimensión en el continente de las guerras mundiales.
Alberto Serrano