Como en una constante repetición de los mismos discursos y actos, nuevamente la CUP exige al gobierno de Carlos Puigdemont que cumpla sus planes de ruptura con la Nación Española, postergados sine die


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Otra vez han vuelto a discutir los socios de gobierno de Juntos Por el Sí y las CUP y, como en una pelea de enamorados, se han reconciliado in extremis para seguir con sus objetivos habituales. Esto es, reiteran sus objetivos de “desconexión” respecto a la Nación Española enunciados en sede parlamentaria el pasado 9 de Noviembre, aniversario del pseudorreferéndum que convocaron en 2014 y al que ni ellos mismos otorgaron la legitimidad convenida.

Todo ello ha sido presentado por las CUP como un nuevo gesto de debilidad de Puigdemont, como una concesión necesaria para salvar las formas, presuntamente para no mencionar la desobediencia al Tribunal Constitucional, que fue precisamente el límite que marcó el hoy Gobierno en funciones de Mariano Rajoy. La desobediencia queda restringida a los cuerpos de seguridad españoles en Cataluña y a los cargos electos, pero no al gobierno catalán. Toda una triquiñuela dialéctica que anticipa el quid de esta cuestión, que no es otro que evitar, como se hizo en el mentado pseudorreferéndum, las consecuencias judiciales de desobedecer las leyes españolas.

En el fondo, se tratan de movimientos y afirmaciones de última hora, para salvar la cara y camuflar que no se produce ningún cambio significativo en el plan estratégico del presidente catalán. Visto que aún no existe nuevo Gobierno de España, es imperativo avanzar de forma lenta pero segura, esperando quiénes puedan ser los que ocupen La Moncloa de cara a una futurible legislatura de cuatro años pero que muchos presumen tan difícil de concluir como de iniciar. Si siguiera el Partido Popular, los planes de desconexión tendrían que postergarse ya de forma definitiva, sine die; pero si el gobierno fuera del PSOE o incluyera a Podemos, incluso las huestes de Puigdemont se atreverían a cambiar de tercio y adaptarse al “tiempo nuevo”.

Los batasunos de las CUP presionaban al gobierno para que moviera ficha, y finalmente lo han hecho pero sin salirse de los cauces formales habituales, siempre a la espera de ver qué clase de pactos permiten a qué clase de gobierno alcanzar La Moncloa (siempre que no haya que repetir elecciones para el día 26 de Junio), y lo más importante: si de él puede obtenerse beneficios. Parece que lo que era un sentir general implícito es ya un secreto a voces prácticamente explícito: que la ruptura con la Nación Española no se producirá en los dieciocho meses prescritos, sino que tendrá que esperar, y mucho…

Además, pese a esta suerte de acercamiento entre dos socios de gobierno cuyos fines coinciden pero no así los medios acordados para alcanzarlos, las posiciones siguen difiriendo a nivel local e incluso nacional. No olvidemos que la salida de prisión de Arnaldo Otegi y su propuesta de ser candidato en las elecciones vascas del próximo otoño anuncian la formación de un frente común separatista en ambas autonomías gobernadas por sediciosos; frente en el que no se integra, ni parece que vaya a hacerlo, Juntos Por el Sí.

Este acuerdo, por lo tanto, no garantiza la estabilidad en el Parlamento catalán ni tampoco que Carlos Puigdemont disponga del apoyo definitivo e incondicional de la CUP. Ni siquiera para el día a día, como el que incluye el sacar adelante las cuentas autonómicas del año 2016 con las del año 2015 prorrogadas a causa de la imposibilidad de formar gobierno entonces. En el caso de que las CUP definitivamente rechacen seguir apoyando a su gobierno, Puigdemont tendría que buscar apoyos en otros grupos parlamentarios.

Y aquí sí que podría producirse una deriva del proceso rupturista iniciado por su antecesor Arturo Mas, de cara a reconducirse a otro escenarios. Así, la presencia de Pedro Sánchez en Cataluña y su entrevista con Carlos Puigdemont, y la más reciente de Pablo Iglesias con el presidente catalán, abren la vía a un acuerdo a dos escalas de la Generalidad con otros dos partidos con presencia en el Parlamento catalán. Bien con el PSC, bien con Podemos, bien con ambos, Puigdemont podría intentar formar nuevos acuerdos que le permitieran sacar adelante esta compleja legislatura.

Incluso, si finalmente Podemos y PSOE llegan a un acuerdo que permitiera, también in extremis, la investidura de Pedro Sánchez (algo a día de hoy muy improbable, por la constante falta de acuerdo y de los votos suficientes), Puigdemont podría reconducir la idea de la ruptura unilateral hacia la del referéndum vinculante. Algo que, quién sabe, también tendría capacidad de seducción para las CUP, quienes votaron masivamente a Podemos en las pasadas elecciones del 20 D, al ver en ese partido no nacional la solución para desbloquear el camino a la independencia.

Desde la Fundación Denaes constatamos la proverbial cobardía de los separatistas catalanes, incapaces de acometer la tan soñada independencia por la vía de los hechos consumados, enmarañando toda la cuestión en una serie de triquiñuelas legales y sofísticas para salir del paso. Sin embargo, la incertidumbre en la Nación Española de cara a la formación de nuevo gobierno favorece que estos sediciosos puedan seguir explorando otras vías para reconducir una sedición que a día de hoy se encuentra varada.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.