Las estructuras nacionalistas, europeístas, capitalistas o humanistas reniegan de su herencia española, difuminada en un mapa en el que resaltan taifas autonómicas incorporadas a una Europa de los pueblos (dirigida por Alemania y Francia) que determina notablemente su gestión económica, social, y hasta sus mismos límites fronterizos

Somos muchos los españoles que consideramos que en el 11-M hay gato encerrado. En su Blog de Libertad Digital Luís del Pino comentó el 28 de mayo que nada de lo que está ocurriendo en la política española actual, incluida la crisis del PP, puede entenderse sin lo que sucedió en esas fechas de 2004. Por nuestra parte pensamos que tras el brutal atentado el ritmo de ciertos acontecimientos se ha visto acelerado, pero no creemos que hayan cambiado las líneas esenciales de la política española del postfranquismo.
Desde nuestro punto de vista las claves del proceso secesionista en el que actualmente estamos metidos hay que situarlas en la misma Constitución de 1978, en la que, como ya advirtieron españoles como Julián Marías, la inclusión del término “nacionalidad” arrastraría graves consecuencias para la unidad de España. Pero dicho ortograma secesionista, disimulado a través de terminología federalista manejada de manera oscura y torticera, no se hubiera desarrollado sin la complicidad objetiva de una clase política que parecía decidida a “reconciliarse” con los perdedores de la guerra civil y quienes se identifican con ellos. Para tal fin la mayoría de tales profesionales se ha dejado arrastrar por corrientes ideológicas que, de una u otra forma, reniega de la defensa de España, de su identidad y de su unidad. Las izquierdas socialdemócratas, las “eurocomunistas” o las liberales han sido más o menos complacientes con los proyectos secesionistas reavivados por los caciques nacionalistas en los estertores del franquismo. Dichas corrientes ideológicas parecen coincidir en el menosprecio de la historia efectiva de España, alimentado por la Leyenda negra, y en la concepción de una globalización que confía excesivamente en estructuras e instituciones infraestatales o supraestatales para gestionar la política del porvenir. Dichas estructuras -nacionalistas, europeístas, capitalistas o humanistas- reniegan de su herencia española, difuminada en un mapa en el que resaltan taifas autonómicas incorporadas a una Europa de los pueblos (dirigida por Alemania y Francia) que determina notablemente su gestión económica, social, y hasta sus mismos límites fronterizos.
El 11-M, cuya planificación aún está por descubrir, sirvió para borrar de un plumazo la gestión del gobierno de Aznar, acelerando el proceso que pretende “obviar” a España (de una manera similar a como el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, pretende obviar el sentido político que pudiera tener la masacre en los trenes madrileños). Pero antes de la actual crisis, desatada por la “tozudez” de María San Gil, se puso de manifiesto la confluencia ideológica de buena parte del PP con el PSC-PSOE. Así lo demuestra la aprobación de Estatutos de Autonomía que siguen los pasos del nuevo Estatuto catalán, en un nuevo “café para todos” en el que cada comensal acabará tomando un café diferente, servido por terceros interesados. Incluso podríamos decir que tal ecualización ideológica se ha materializado simbólicamente en el matrimonio de José María Lasalle Ruiz y Meritxell Batet Lamaña.
La división en las filas del PP, entre los que “obvian” a España y aquellos que aún la aprecian como plataforma de sus acciones políticas, estaba latente desde hace tiempo. La pérdida de las últimas elecciones simplemente ha sacado a la luz pública esta divergencia fundamental.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA