Iglesias defiende de nuevo el «derecho a decidir» en la campaña de las elecciones vascas
Coincidiendo con los fastos sediciosos de la Diada Nacional (sic) de Cataluña a la que por primera vez acudió el presidente de la Generalidad, institución que, pese a los arabescos y falsos argumentos esgrimidos por sus paniaguados, poco tiene que ver con aquella institución en la que trata de legitimar su acción, Pablo Manuel Iglesias Turrión, el líder que con brazo de hierro manda en Podemos, participó en la campaña que su formación está desplegando en Vascongadas.
Iglesias, siempre fiel al distáxico guión de la Constitución de 1978, manifestó que no tiene problemas en decir que tal territorio es una nación y que, desde luego, él hará lo posible para que un colectivo indeterminado, «los vascos», puedan ejercer el derecho a decidir, o lo que es lo mismo, sépalo o no el profesor de Somosaguas, que un colectivo indeterminado –más tarde volveremos sobre el tema- pueda decidir unilateralmente sobre la unidad e identidad de la Nación, de España, en definitiva.
La principal razón que da el secretario general de Podemos para que una parte, y una parte en este caso privilegiada, decida por el todo, es que para él España, esa España cuyo nombre le resulta impronunciable, es un Estado plurinacional, argumento que comparte con las más rancias y reaccionarias sectas toleradas, de modo inexplicable, por esa misma España a la que pretenden destruir mientras la parasitan al tiempo que corrompen ideológicamente a las futuras generaciones de compatriotas. Iglesias, quien ya ha dado numerosas pruebas de su ignorancia en la materia que debiera dominar, hasta el punto de que algunos de sus antiguos mentores han roto con él, no ha tenido empacho en manifestar de nuevo que, según sus nubladas entendederas, la «patria es la gente», siendo así que lo único que uniría a los vascos con el resto de ciudadanos de esa para él impronunciable nación de naciones, serían los servicios públicos, que siempre deberán estar «al servicio de la gente». Tal es la jerga del adulador podemita que antes empleaba con profusión un término, «casta», de cuyos vicios participa, como uno más, su grupo.
Muchas son las ocasiones en las que, desde nuestros editoriales, hemos señalado la endeblez del impostado discurso de Iglesias, mas conviene subrayar de nuevo alguna de sus principales contradicciones, con la certeza de que para nada servirá si estas líneas caen en manos de alguno de los fanatizados propagandistas del Estado plurinacional dotado de derecho a decidir unilateral… Lo primero que debiera precisar Iglesias, es quién es aquella gente que puede decidir sobre lo que pertenece a todos los españoles: los «vascos». ¿Son quizá los nacidos en tres provincias? ¿son los avecindados allí?… ¿o son acaso el colectivo de avecindados intoxicados por la Leyenda Negra y fortalecidos por décadas de terrorismo financiado en esas tabernas en las que tan honrado se hallaba el ahorrativo diputado Iglesias?
Pero si esto ocurría en las tierras de Unamuno y Blas de Lezo, en las de Antonio de Capmany y Montpalau, la representante podemita, antes Supervivienda, se sumaba a los fastos separatistas que se cimentan en la gran falsificación histórica de la que es víctima el austracista español Rafael de Casanova. Los argumentos que ha dado la Colau para incorporarse a estas manifestaciones alentadas por los altavoces propagandísticos del separatismo catalanista, son sustancialmente las mismas que las que da su par de Somosaguas, ambas bien provistas de altas dosis de fundamentalismo democrático y de hondas carencias en lo que se refiere a conceptos como los de soberanía y territorio, tan manipulados por estos dos subproductos mediáticos empeñados en balcanizar España.
La guinda a estas ceremonias separatistas la pusieron unos individuos que, si tan siquiera tomarse la molestia de embozarse en la clásica capucha, quemaron fotos del Rey y de la Constitución durante la manifestación de la Diada. Pues bien, comoquiera que desde algunos sectores se ha afeado la conducta de estos conciudadanos, actos que fueron acompañados de tuits de la CUP y Endavant en los que se acariciaba la idea de cortarle el cuello al monarca, los sediciosos, conocedores de hasta qué punto la ley española apenas tiene implantación, dada la culpable renuncia de los sucesivos gobiernos de la Nación, en Cataluña, han esgrimido un argumento tan peculiar como que el fuego es un instrumento que la izquierda independentista ha utilizado secularmente. En definitiva, las monárquicas quemas en efigie, en absoluto nuevas, formarían parte de las sacrosantas señas de identidad en las que se basa todo hispanófobo que se precie. Y si tal tradición no fuera suficiente para continuar con los ultrajes, siempre se podrá apelar a otro derecho fundamental: el de la libertad de expresión.
Nada nuevo hay en estas tres manifestaciones de la antiEspaña. Muy al contrario, son ya parte del paisaje político de una Nación que se suicida demográfica e ideológicamente, corrompida hasta el tuétano por una Carta Magna diseñada para ofrecer privilegios a determinadas regiones, y con una serie de gobiernos que han preferido mercadear con cualquier cosa a fin de alcanzar el poder. Desde DENAES, no obstante, seguiremos denunciando, bien que conscientes de la escasez de resultados, todas aquellas agresiones que sufra aquello por lo que se articuló esta Fundación, la defensa de la Nación Española a la que pertenecen hijos consentidos como Iglesias, Colau y los incendiarios.
Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española