En este sentido resulta evidente que la apertura de la «embajada» de Nueva York supone, simplemente, un intento secesionista de usurpación, desde una parte de España, de una potestad que sólo pertenece, y de forma necesariamente indivisa, al conjunto de la Nación.


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Cataluña ha mandado ya «legados» a Roma. El pasado jueves, coincidiendo con las fechas en las que tenía lugar inauguración de la presidencia de Barak Obama en los Estados Unidos de América del Norte, la Generalidad de Cataluña, con su vicepresidente don José Luis Pérez Carod Rovira a la cabeza, ha establecido una nueva «embajada» catalana en la ciudad de Nueva York (concretamente en el piso 26 del magnífico rascacielos Rockefeller Plaza en pleno corazón de Manhattan). Con ello el gobierno autonómico, presidido por el socialista José Montilla, no estaría haciendo otra cosa que continuar con una estrategia secesionista constante y sistemáticamente sostenida a lo largo de los últimos años que habría conocido la apertura de otras legaciones diplomáticas por parte del gobierno autonómico catalán en lugares como puedan serlo Alemania, Marruecos, Francia, etc.

Y es que ya se ve, ciertamente, lo que da de sí la tan cacareada «financiación autonómica» de Zapatero. En este contexto y dejando al margen por un momento el notable despilfarro que tal apertura puede sin duda representar en medio de una crisis económica rampante (despilfarro que, de todos modos, desconocemos en sus verdaderas proporciones pues don José Luis Pérez se ha negado rotundamente a hacer públicos los gastos derivados de la inauguración), el verdadero interés político de «gestos» como este, independientemente de su coste, dinama de la circunstancia de que el establecimiento de relaciones diplomáticas ante terceros países, constituye, como es generalmente reconocido (por ejemplo: en la propia Constitución Española), una de las atribuciones más propias de las naciones soberanas, una atribución además tan intransferible como pueda serlo, de hecho, la misma soberanía de la que derivaría. En este sentido resulta evidente que la apertura de la «embajada» de Nueva York supone, simplemente, un intento secesionista de usurpación, desde una parte de España, de una potestad que sólo pertenece, y de forma necesariamente indivisa, al conjunto de la Nación.

Para decirlo directamente: los ciudadanos españoles –Montilla, Pérez Carod, etc– que en nombre de la Generalidad han tenido la desvergüenza de abrir una delegación diplomática en Nueva York son sin duda unos traidores. Pero desde la perspectiva de DENAES esto no es ni mucho menos tan grave como el hecho de que otros ciudadanos, y ahora ya desde el gobierno de España, no hayan tomado las medidas oportunas para impedir la perpetración de semejante felonía puesto que esta omisión sólo significa una cosa: que son unos cómplices.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA