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Y no nos referimos a la criatura, de poco menos de tres kilos, que ha dado a luz Carmen Chacón, a la que deseamos una buena crianza y toda la salud del mundo, sino a la declaración, hecha unos días antes del feliz acontecimiento, según la cual “el ejército español es pacifista”.

Si tomamos el pacifismo del ejército en sentido teleológico –esto es, referido a los fines para los que el ejército se concibe- la ocurrencia de Chacón es trivial y redundante: todo ejército tiene como finalidad la salvaguarda -o el resultado final, en caso de hallarse en guerra- de la paz (“Si vis pacem…”) y, en este sentido, nada añade Chacón que no venga dado en la misma esencia de los ejércitos.

Pero si la afirmación de la catalana va referida, no ya a los fines, sino a los medios utilizados por los militares para la consecución de los fines, entonces, la “parida” ministerial es contradictoria (“… para bellum”).

No hay que ser un lince para darse cuenta de que la ministra utiliza el adjetivo para referirse a las acciones concretas que nuestros militares desempeñan en sus misiones por el mundo. Misiones “de paz”, en el caletre de la ministra pacifista y su gobierno, no porque estén orientadas a resolver los conflictos sumándose a las operaciones de guerra que la OTAN o los “Cascos azules” realizan en países como el Líbano o Afganistán sino, según esta ideología, porque el ejército español “no usa la violencia” sino que desempeña una función humanitaria, ética, de asistencia a los necesitados y ayuda, en general, a una población castigada como consecuencia de la guerra. En todo caso, la “violencia” del ejército quedará reducida a su dimensión defensiva, nunca justificada como iniciativa propia. Ahora bien: esta última distinción es artificiosa, porque la mera presencia de soldados españoles como efectivos de fuerzas multinacionales que son percibidas, por los ejércitos, o guerrillas, enemigos, como fuerzas de ocupación, como arietes de una verdadera invasión extranjera, es ya, por sí misma, una “ofensiva bélica”. Que nuestras tropas tengan órdenes de no participar en misiones de combate -cosa, por lo demás, harto dudosa- sólo les convierte, en todo caso, en fuerzas de retaguardia o en apoyo logístico, pero no en una ONG.

Ocurre que un gobierno y un partido que ha conseguido el voto de las izquierdas extravagantes y divagantes con un discurso irenista, con una retórica vacía trufada de proyectos armonistas y saliendo a la calle, con toda la farándula a su lado, proclamando “no a la guerra”, sin más especificaciones, no puede hacer otra cosa que camuflar su realpolitik con trampantojos. Una realpolitik, por ejemplo, en la que se tramita para este verano, según el diario progubernamental El País, la adquisición, a EE.UU., de misiles Tomahawk, capaces de alcanzar un objetivo situado a 1.600 kilómetros de distancia, con posibilidad de incorporar ojivas nucleares. ¿Serán para que juegue con ellos el niño de la “Carme”?

Pero si alarmante es que el discurso oficial tenga como fin el encubrimiento de la realidad, más peligroso es todavía que, por mor del propio encubrimiento, el gobierno renuncie a realizar operaciones bélicas cuando la necesidad apremia y resulta imposible el camuflaje. La deserción en Irak y el éxito de los piratas somalíes son dos ejemplos.

Así las cosas, resulta que no se sabe si es peor que el gobierno sea coherente con su pacifismo convirtiendo a España en el hazmerreír de piratas y terroristas o, por el contrario, se muestre incoherente con sus principios generando, como resultado, un arsenal de plumíferos e ideólogos encargados de velar la realidad.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA