Se van a cumplir diez años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. ETA lo secuestró, chantajeó a España y, finalmente, lo mató. La respuesta popular fue tan intensa y tan amplia que ya ha entrado en la Historia: en aquellos días, una España indignada recobró su conciencia cívica y mostró a los asesinos que aquí había un pueblo. Eso fue el Espíritu de Ermua.
Hoy el Espíritu de Ermua se ha esfumado de las instituciones del Estado, víctima de las traiciones de demasiada gente y con demasiado poder. Pero basta volver a ver las imágenes de aquellas jornadas históricas para que en todo español de bien despierte una exigencia invencible de justicia. Mantener despierto el Espíritu de Ermua en la sociedad civil, como se ha hecho en los últimos años es el mejor homenaje posible a la memoria de Miguel Ángel Blanco. Y es también el mejor modo de decirle a todos, y muy especialmente a los asesinos, que aquí sigue habiendo un pueblo, una nación. Eso no nos lo quitarán jamás.