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«En democracia no existe el derecho a no dialogar. Nosotros ya estamos sentados en la mesa. ¿Van a tardar mucho los demás invitados? Es más: ¿van a venir? Las diferencias solo separan y dividen si no se quiere acordar la forma de resolverlas». Estas son palabras de Carlos Puigdemont y Oriol Junqueras en la carta que ambos publicaron en el diario El País el lunes de esta semana. Todo un despliegue de hipocresía. Además de un verdadero alarde de cinismo, mentiras y metafísica. Nada falta en sus declaraciones.

Comienzan ambos hablando del pacto de referéndum del Reino Unido y Escocia, y apelan a la «voluntad política» que habría tenido el Gobierno anglosajón de convocar un referéndum, «no dejando en manos de los tribunales lo que se pudo resolver políticamente». Obviando así una vez más –y con ello mintiendo– que ambos casos no son comparables, ya que en Reino Unido no existe una Constitución jurídica y la soberanía reside en el Parlamento de Westminster y en la Reina (y Papisa). Lo que quiere decir que allí los criterios constitucionales se establecen consuetudinariamente y mediante acuerdos y leyes en cada caso. En segundo lugar, obvian que Escocia ya fue un país independiente –cosa que Cataluña no ha sido nunca– y su unión con Inglaterra data de 1707, por lo que en el caso escocés no puede hablarse de secesión y sí de independencia –de nuevo no como en el caso Catalán–, así como que los escoceses no tuvieron parlamento propio hasta 1998. Y claro, ellos, tan demócratas y dialogantes como son, no ven tal acuerdo de referéndum nada mal «para algo que en España no puede ni tan solo formar parte de una mesa de diálogo entre los Gobiernos español y catalán».

Por ello afirman que «pactar la forma de resolver las diferencias políticas siempre une», a pesar de que lo curioso del caso es que esas diferencias las crean ellos en sus secesionistas intereses. Crean el problema y después son tan magnánimos que se rebajan a sentarse a «dialogar» para resolverlo. Pero claro, la ley y el Estado español son tan opresores y poco demócratas que se lo impiden. Y es que las diferencias son normales en democracia y hay que tratarlas con delicadeza, dicen; es así como la democracia «se robustece y se afianza ante la pulsión populista y simplona de resolver la diferencia mediante la prohibición, los muros y la discriminación». De ahí que «señalar al diferente como amenaza, como elemento de división de una sociedad que vivía tan tranquila en sus sagradas e inquebrantables certezas, es, aparte de terriblemente injusto, un grave obstáculo para la búsqueda de soluciones». Aunque todo esto parece olvidárseles cuando ellos mismo hacen leyes lingüísticas que discriminan a todo aquél que quiera rotular o ser educado en español. O por ejemplo cuando se agrede a quien defiende la unidad de España y el uso del español, o cuando hacen una aplicación móvil para ir sólo a aquellos lugares donde se habla catalán. Eso, al parecer, no es tratar al diferente como amenaza ni es un obstáculo para las soluciones.

En su metafísico ejercicio del fundamentalismo democrático continúan con el referéndum escocés, del que afirman que salió el no y «la vida siguió en Escocia y Reino Unido, como hubiera seguido con la victoria del sí», porque gracias a las urnas el pueblo escocés pudo expresar «su voluntad» sin que las diferencias separasen. Porque, insisten, «no separan las diferencias, lo que separa es la ausencia de acuerdo para resolverlas». Y la cura para todo está en las urnas y en la libre expresión de la «voluntad» de los pueblos. Esto es lo que ellos quieren para Cataluña, como tantas veces han dicho. Escenario que impiden PP, PSOE y Ciudadanos, que son muy poco demócratas.

Ellos, el Gobierno de Cataluña, sólo buscan dialogar y acordar, pero «la actitud –resaltemos de nuevo el subjetivismo: actitud, voluntad, delicadeza– del Gobierno español y las Cortes Generales no se parece en lo más mínimo a la del Gobierno y el Parlamento británicos», esto es, que sus oponentes se empeñan en hacer cumplir la ley (aunque tampoco con mucha fuerza). Incluso emplean la «guerra sucia». Y así caminan en la dirección contraria a la solución. Por eso, «en sintonía con la voluntad de Gobierno, Parlament y sociedad, se ha puesto en marcha en Catalunya el Pacto Nacional por el Referéndum». Deben cumplir el mandato que la voluntad del «pueblo catalán» les encomienda, a pesar de las «actitudes» contrarias. Porque «es mejor ser iluso que irresponsable», y es que si se mantiene el rechazo frontal será normal que no renuncien a «ese derecho» que la voluntad popular les da. Haciendo «lo indecible» para poder votar en 2017, porque no se les ocurre que el futuro de Cataluña no lo elijan los catalanes y sí el Gobierno español. ¿Quién se habrá creído el Gobierno para decidir nada? Donde hay voluntad de un pueblo no manda Gobierno. Un Gobierno que ha abandonado a los catalanes, incluso a los que no quieren la independencia –esta es la única verdad que hay en toda la carta– y que no impedirá que Cataluña sea «muy legítimamente» independiente.

En fin, para estos cínicos enviados es «la hora de la política», sin delegar las decisiones en los tribunales. Y, amenazan de nuevo, «Europa ya se ha percatado de ello», informe de la Fundación Konrad Adenauer y grupo de discusión sobre Cataluña del Parlamento británico mediantes. Ellos ya están en la mesa de diálogo, falta que el opresor Estado español se quiera sentar a concederles lo que piden.

Desde DENAES consideramos que todas estas declaraciones no son más que otra farsa, una cínica respuesta a las condenas de Mas, Rigau y Ortega, y una burla más a toda la legalidad española. Burla preñada de victimismo, metafísica populista y fundamentalismo democrático. Pero una metafísica, un victimismo y un fundamentalismo democrático que no pueden dejar de atenderse, porque es algo que emponzoña también las cabezas de quienes se supone que se tienen que oponer a la secesión. Contraria sunt circa eadem, y en este caso, los oponentes bailan en torno a la metafísica política del fundamentalismo democrático y la panacea del diálogo. No se sabe ya quién es más hipócrita y quién está más perdido. Lo que sí se sabe es que así no se llega a nada bueno para la nación en su conjunto.

Fundación para la Defensa de la Nación Española.