La existencia de Unidos Sí, en definitiva, da cuenta de hasta qué punto los movimientos que se alejan del ortograma trazado por la propia Constitución española, aquellos ligados a la estructura autonómica que tan nefastos resultados ha ofrecido en relación con las unidad nacional, han quedado silenciados tanto dentro de las llamadas mareas, como de sus plataformas mediáticas
Muchas han sido las ocasiones en las que desde los editoriales de DENAES hemos criticado con dureza al partido surgido del 15M, las aulas de Somosaguas y los dineros que desde Venezuela e Irán fueron a parar a diversos proyectos dirigidos por una serie de personajes que supieron manejar con habilidad eso que se ha da en llamar opinión pública o, por ceñirnos a categorías psicologistas, lo que surgió de la célebre indignación que unió a muchos españoles hace ya un lustro. Sobran los motivos para seguir en tan crítica tarea, toda vez que el partido del mediáticamente omnipresente Pablo Manuel Iglesias Turrión, ha hecho gala de un programa anclado en el más radical fundamentalismo democrático, cuyos contenidos parecen redactados por cualquiera de las facciones hispanófobas que operan en nuestra Nación ante la inoperancia de los dirigentes políticos que juran o prometen la salvaguardia de la misma.
Siendo evidentes los objetivos balcanizantes de Podemos, llama la atención la flagrante contradicción en la que los mediáticos profesores, atornillados a sus cargos políticos, recaen constantemente en su apelación a un pueblo cuya cohesión queda amenazada por su obstinación en otorgarle a ciertas partes de tal colectivo la posibilidad de romper el todo del que forman parte. Un todo que se configura bajo la condición de españoles común a todos sus integrantes. Hecha esta consideración, conviene también recordar hasta qué punto los hombres de Somosaguas adularon, en beneficio propio, la estructura circular que hoy figura todavía, como un viejo recuerdo, en su logotipo: aquellos olvidados círculos desde los cuales, de manera ascendente, surgían iniciativas a las que los elegidos popularmente, los Iglesias, Errejón, Bescansa y otros docentes, consagraban, sacrificaban sus días… Pese a todo, subsiste todavía una organización política que podemos homologar, por sus semejanzas estructurales, al Podemos genuino, institucional e ignorante de los círculos: Unidos Sí.
En efecto, Unidos Sí es una marca alternativa a Podemos, a ese Podemos hoy encamado con la casta, es decir, con la Izquierda Unida que ha colocado a miembros en esas instituciones a las que con tanta saña combatían los podemitas antes de tocar escaño. Con la misma Izquierda Unida siempre dispuesta a otorgar el derecho a decidir destruir España a ciertos sectores de población española. En este contexto, Unidos Sí, con una presencia testimonial en los medios de comunicación –empresas con intereses muy alejados de la propaganda ligada a la expresión «medios de comunicación»- constituye, en la Cataluña desde la que opera principalmente, una contrafigura de ese Podemos en sintonía con las viejas aspiraciones de la oligarquía catalana a la que recientemente ha tratado de tranquilizar en Sitges uno de sus principales servidores: el propio Pablo Iglesias.
La existencia de Unidos Sí, en definitiva, da cuenta de hasta qué punto los movimientos que se alejan del ortograma trazado por la propia Constitución española, aquellos ligados a la estructura autonómica que tan nefastos resultados ha ofrecido en relación con las unidad nacional, han quedado silenciados tanto dentro de las llamadas mareas, como de sus plataformas mediáticas. Tal existencia, sin embargo, debe mover a reflexión en lo relativo a verbos tan de moda como «unir» o «desconectar». No en vano, aquellos que pretenden mantener la unidad nacional han sido rápidamente etiquetados por los propagandistas catalanistas como «unionistas», burda trampa verbal que conviene analizar siquiera someramente. Porque, en definitiva, el empleo de tal vocablo lleva implícita toda una falsaria visión de la realidad nacional orientada hacia unos objetivos que desde nuestra Fundación combatimos, a saber: cuando las facciones separatistas, en especial las sectas catalanistas, emplean tal fórmula, están tratando de deslizar la idea de que nos hallamos ante dos realidades políticas separadas: Cataluña y España, que los voluntariosos «unionistas» tratarían de fusionar de algún modo. Dentro de esta alucinada visión, se está reconociendo abiertamente que Cataluña sería ya una nación independiente, estúpida y narcisista afirmación sostenida por aquellos que insisten en el derecho a decidir, pues, de ser independiente no tendría sentido poner las urnas para votar lo que ya se es… Así las cosas, Unidos Sí representa justo lo contrario a la alianza coyuntural que ha tomado un nombre similar: Unidos Podemos. Similitudes de nomenclatura que se tornan en abismales diferencias en lo relativo a la propaganda, pues los primeros, a diferencia de los segundos, apenas se asomarán a las telepantallas a través de las cuales acceden los candidatos a su potencial clientela.
Y si esto ocurre en el ámbito de aquellas organizaciones que se arrogan la representación de la voluntad popular, en el mundo de la izquierda clásica, esa que era tildada de casta antes de que los podemitas formaran parte de ella, la ambigüedad calculada sigue siendo la tónica habitual. Como muestra de tan errático proceder podemos señalar dos recientes circunstancias que tienen por protagonistas a los socialdemócratas españoles.
Por parte de la marca asociada al PSOE en Cataluña, el PSC, se ha podido ver recientemente a su líder, Iceta, formando parte, emboscado bajo una visera y una buena dosis de cinismo, de la cabecera de una manifestación que iba dirigida contra nada menos que el Tribunal Constitucional, toda vez que este ha invalidado, al menos sobre el papel, algunas de las actividades legislativas delictivas emprendidas por los convocantes de dicha marcha, sindicatos y organizaciones civiles catalanistas subvencionadas incluidos.
Si esto lo hacía el rumboso Iceta en las calles de Barcelona, su socio principal en Madrid, el representante del NO, del sectarismo más visceral, Pedro Sánchez, al que le cabe el dudoso honor de haber llevado a su partido al peor resultado de su historia, ha vuelto a ponerse al servicio del catalanismo al proponer la desigualdad entre españoles, pues no cabe llamar de otro modo a la propuesta lanzada por una mujer de su confianza, Meritxell Batet, colocada por Sánchez al frente del PSC, quien pretende blindar la nefasta inmersión lingüística que siempre ha estado al servicio del adoctrinamiento y de la colocación de un determinado perfil docente en esa aulas de las que salen aventajados alumnos embrutecidos políticamente.
Nada de lo descrito, sin embargo, puede sorprender a quienes forman parte de la Fundación DENAES o comparten sus objetivos, pues es ya tradición que aquellos partidos que centran su propaganda en la exhibición de ciertas trazas izquierdistas se muestran secularmente genuflexos y serviles ante los dictados del catalanismo ya sea aceptando su ideario ya buscando fórmulas, singularmente la federal, que garanticen sus privilegios. Nada hay nuevo para todo aquel ciudadano medianamente crítico, informado y libre de prejuicios, que podrá ver, una vez más, hasta qué punto quienes se presentan como progresistas no son sino los más rancios reaccionarios políticos que operan en España.