Como los lectores ya conocerán, el lunes saltó la noticia acerca de un nuevo caso de grupo terrorista. Esta vez no de la todavía viva ETA o de alguna célula yihadista, sino de los autodenominados Comités para la Defensa de la República catalana. La república catalana, ese delirio colectivo, al menos hasta que no consigan hacerlo realidad, del que muchos políticos, empresarios y ciudadanos «normales» viven hace muchos años y que otros tantos soportamos entre la desesperación, el abandono y el estoicismo.
Los miembros del CDR arrestados albergaban en sus casas materiales para la fabricación de explosivos, los cuales habrían podido probar en una cantera abandonada. Al parecer también habían realizado planes para atentar en el Parlamento de Cataluña y en una oficina de la Guardia Civil.
Ante estos hechos, que ya veremos cómo los resuelve el Estado de derecho, el presidente de la región catalana podría haber aprovechado, como buen pacifista, para rechazar a tales sujetos y sus intenciones. Pero también como buen sedicioso impune en su cargo, ha hecho lo contrario. No sólo no ha condenado este conato de célula terrorista sino que ha salido en su defensa, considerándolos ciudadanos comprometidos con su sociedad; y para ello Torra envió el martes una carta al Presidente en funciones, Pedro Sánchez. En ella el presidente regional con ínfulas de jefe de Estado pretende transmitir al presidente de todos los españoles su indignación y la del Gobierno de Cataluña, «así como de una parte muy importante de la ciudadanía catalana, por un ejemplo más de la utilización de los aparatos del Estado para una finalidad política». Y dada la situación, y la tendencia del secesionismo a tomar la parte por el todo, casi deberíamos agradecer a Quim Torra que diga que es una parte importante de la ciudadanía catalana y no toda.
En la carta continúa calificando a las detenciones como preventivas y afirmando con toda autoridad que vulneran el Estado de Derecho. Todas las ilegalidades que cometen él y el secesionismo catalán una y otra vez así como el golpe de Estado de 2017 no lo vulneran, pero esas detenciones sí.
Por ello continúa afirmando que todo el operativo va encaminado a «inventar un falso relato de violencia en Cataluña». Porque, para el racista y xenófobo presidente de la región catalana –un racismo y una xenofobia que debemos tachar antes de apariencia o falsa conciencia que de realidad, pues no existen razas ni diferencias entre los españoles que pueda dar lugar a racismo o xenofobia alguna; sólo en las cabezas de los sediciosos existe– el movimiento independentista «ha sido, es y será» un movimiento «pacífico no-violento» que busca la independencia por medio democráticos. Qué quiera decir el presidente regional con estas declaraciones es cosa ya más difícil de determinar.
Afirmar que lo que se pretende es inventar un falso relato de violencia en Cataluña es cuanto menos irrisorio. La típica táctica del secesionismo de lanzar balones fuera y victimizarse a un mismo tiempo. Imposible admitir que haya radicales violentos que se han creído tanto el cuento que viven de él y hasta quieren que sea realidad; no como Torra y compañía, para quienes tan sólo es un modus vivendi. Al mismo tiempo, con estas declaraciones demuestra tener poco interés en reconocer la realidad, porque ni el movimiento independentista es pacífico ni lo ha sido nunca. No ya por toda la sangre vertida en los tiempos de la Segunda República y la Guerra Civil, que no es poco, sino por los tiempos más recientes en los que desde el grupo terrorista de Terra Lliure a los asaltos producidos en 2017 de lo que menos ha habido son besos, abrazos y sonrisas. Por otra parte, si el presidente Torra tiene alguna memoria, aunque sea histórica, podrá comprobar que todos los movimientos recientes de secesión -por ejemplo, los producidos en los Balcanes con la vía eslovena mediante-, fructuosos o no, han implicado gran cantidad de violencia cuando no una guerra. Es muy raro que una sociedad política, si no está descompuesta hasta el tuétano, se deje destruir sin hacer nada aparte de repartir abrazos y sonrisas.
Es más, ¿qué son todas las imposiciones lingüísticas, toponímicas y simbólicas que se pueden ver todos los días a lo largo y ancho de la región catalana sino una forma de violencia? ¿Acaso no es una forma de violencia la imposición de una ideología? ¿No es violento que haya catalanes -y por tanto españoles- que tachen a otros catalanes, y hablamos de millones, de extranjeros, vendidos o fascistas tan sólo porque no quieren la destrucción de España? ¿Acaso no es violento el robo de una parte del territorio que es de todos? Y esto sin entrar en la cantidad de millones y millones que se roban por mor de la causa o que se malgastan en los planes y programas secesionistas en vez de en beneficio de la región catalana. ¿Es que cabe en una cabeza sana que una secesión pueda ser pacífica? Pero el cinismo de los dirigentes secesionistas, que tildan a su movimiento de pacífico no-violento, no tiene límites.
Y no lo tiene entre otras cosas porque no se les pone. Porque la ley que vale para otras regiones no vale para la catalana -o para la vasca-; aquí lo que hace falta es diálogo, comprensión y dinero. Pero cumplir la ley y destituir y encarcelar a representantes del Estado o de la Comunidad cuando llaman a la rebelión y a la secesión no, eso es de otros tiempos. Y de fascistas. Es mejor dedicarse a desenterrar a los muertos del Valle de los Caídos que hacer cumplir la ley en todo el territorio español.
Y es cierto que ahora, después de tantas décadas, esto no es tan fácil de hacer. Es cierto que los secesionistas tienen el apoyo de muchísima gente, quizá millones -a pesar de que va perdiendo algo de fuerza-, y que eso constituye un peligro tanto interno como externo si consiguen el reconocimiento de otros países como república independiente. Pero también es cierto que son muchos los millones de catalanes que no están -no estamos- dispuestos a dejar que se salgan con la suya, que a nadie en su sano juicio puede amonestar a España por hacer cumplir la ley en su territorio, y también es cierto que, si bien dista mucho de haber vencido, el secesionismo nunca se va a cansar de dar pasitos en sus objetivos mientras se le deje. Aun en el supuesto de para los dirigentes sea una farsa, una comedia bufa con la que hacer negocio, puede terminar en tragedia. ¿No es esta noticia que comentamos un ejemplo? ¿No es posible imaginar que todo el teatro se descontrole y las sonrisas y las negociaciones se sustituyan por bombas? ¿No es cierto que es posible que esos ciudadanos comprometidos de los que habla Quim Torra se conviertan en asesinos?
Ojalá y el opresor Estado español, y los españoles en su conjunto, no dejen que pase. Porque, ya se sabe, hasta que no todo está perdido, nada está perdido.
Emmanuel Martínez Alcocer