Los bárbaros disgustos de Ibarreche, como antes los trágicos accidentes de Zapatero, son fórmulas destinadas a hacer aceptable lo inaceptable, a saber: el pacto político con ETA.


Fue Zapatero quien abrió el juego del turbio eufemismo sobre los asesinatos de ETA con aquello de los “trágicos accidentes mortales”. El Gobierno nacionalista vasco, que en esto no va a la zaga, ha seguido por el mismo camino con esa definición que acaba de expeler el lendakari Ibarreche: “bárbaros disgustos”. El asunto daría para una pieza cómica si no estuviéramos hablando de vidas segadas por un designio criminal. Y por eso, porque es un designio criminal, resulta tan irritante ese empleo de paños calientes para tapar una realidad que no admite maquillajes ni ocultaciones. Los bárbaros disgustos de Ibarreche, como antes los trágicos accidentes de Zapatero, son fórmulas destinadas a hacer aceptable lo inaceptable, a saber: el pacto político con ETA y la transigencia con quienes quieren destruir la democracia por el terror. Por fortuna, estas contorsiones retóricas ya sólo engañan a quienes desean ser engañados. En cuanto a los retóricos, sus palabras les delatan: se están retratando.