Para DENAES, este tipo de exhibiciones o manifestaciones llamadas culturales o artísticas constituyen serios impactos orientados a erosionar ya no sólo la imagen de la Nación Española sino la propia Nación
Los ataques a la Nación Española pueden venir de muchos lados y sin duda ejercerse, implícita o explícitamente, de los modos más variados. No sólo debemos pensar en las maquinaciones intencionadas derivadas de programas políticos sediciosos, sino también prestar especial atención a determinadas actitudes que pueden colarse ingenuamente como acciones que en cierta manera piden ser interpretadas en cuanto perteneciendo a ámbitos o espacios aparte de la aburrida prosa de la vida. Los ataques a la Nación Española infligidos pretendidamente desde los espacios de la llamada cultura o de las artes intentarán pasar como otra cosa que propiamente torpedos dirigidos a la línea de flotación de la nave política y se dirán, en todo caso, representaciones poéticas orientadas a sensibilizar a los ciudadanos en cuanto que hombres, interpretados desde una perspectiva antropológica acaso humanista. Pero, lejos de ser así, constatamos las dificultades y contradicciones reales y objetivas entre el concepto de ciudadano de una nación política determinada y una humanidad aureolar que desactivan semejantes ideologías.
Ahora bien, quienes bajo el subterfugio, intencional o no, de la obra artística disparan como francotiradores incurren a nuestro juicio en un delito –diríamos- de lesa majestad. Estamos pensando en la exposición titulada Los Bárbaros exhibida en la sala Alcalá 31 de Madrid entre el 16 de septiembre y el 6 de noviembre pasados. Porque por mucho que los carteles, murales e imágenes que aquí se ofrecieron a los incautos ojos de un público ávido de cultura persiguiesen -al decir de su autor- una crítica a la “catalogación” ordinaria de los medios de comunicación, a las interpretaciones cargadas de orientalismo y de supuesto exotismo muslim, ni siquiera esta misma crítica puede pretender estar a salvo de toda confusión y oscuridad. La exposición de la Sala Alcalá 31 arremete contra la supuesta barbarie en la que consistiría la estatuaria histórica diseminada por toda la capital de España. Una estatuaria que a los astigmáticos ojos del autor es interpretada a partir de la idea según la cual los monumentos relativos a personajes de nuestra historia (reyes, reinas, nobles, militares e incluso el mismo pueblo llano) habrían de ser vistos como una forma de “blanqueado” del colonialismo español, es decir: de hacer más confortable a la mirada de los ciudadanos la barbarie en que habría consistido la historia de España. Así, por ejemplo, habría que leer el madrileño monumento de la Plaza de Colón y no precisamente como un emblema del orgullo de la Nación Española. Pero esto ocurre casi simultáneamente cuando en Barcelona un partido antisistema enemigo de España como la CUP propone eliminar la famosa estatua de Colón del puerto, así como la del Marqués de Comillas de la Vía Laietana. Consiguientemente, nada de neutralidad en la mirada estética del artista; nada de asepsia en la traslación metafórica del concepto de “blanqueado” como si estuviéramos hablando de una suerte de lavado o blanqueo de dinero negro. Todo lo contrario, cuando el artista –o los comisarios artísticos- habla de blanqueado, nos remite inmediatamente a sus “prejuicios” negrolegendarios objetivamente tendentes a reescribir la historia de España como una sucesión de acontecimientos inconexos, despreciables y oscurantistas ante los que –se dirá- hay que reaccionar. La exposición de la Sala Alcalá 31 consistiría en esta reacción.
Para DENAES, este tipo de exhibiciones o manifestaciones llamadas culturales o artísticas constituyen serios impactos orientados a erosionar ya no sólo la imagen de la Nación Española sino la propia Nación. Se trata de actitudes y acciones sin duda influidas por lo que desde los años noventa del siglo pasado se ha venido conociendo como estudios culturales y postcoloniales, pero también por la generalización de la manida cuestión de la memoria histórica. Consecuentemente, nuestra posición debe ser la de denunciar estas constantes acometidas precisamente como lo que efectivamente son: ataques políticos disolventes de nuestra identidad y de nuestra unidad. Así pues, por mucho que se camuflen bajo el caparazón del rótulo “artístico y cultural” y se refugien en el recinto sustantivador de una sala de exposiciones debemos estar preparados para ver en ellas lo que realmente suponen.
Fundación para la defensa de la Nación Española