Desde que el pasado 14 de octubre se hiciera pública la sentencia del Tribunal Supremo por el juicio al ‘procés’, hemos sido testigos de las reacciones a dicha resolución judicial. Reacciones por parte de las diferentes fuerzas políticas, como el recurrente «es momento de cumplir y hacer cumplir la sentencia» de Casado, pasando por el «es un día para la satisfacción de la justicia, del Estado de Derecho» de Rivera, o el «manifestar el absoluto respeto y acatamiento de la sentencia» por parte de Sánchez.
Como podemos apreciar, todas estas expresiones distan muy poco unas de otras, teniendo en común al enunciarlas estos líderes políticos, un extremo cuidado de no emitir juicio alguno acerca del fallo judicial. Escuchando estas declaraciones, podría entenderse que el poder judicial, en cuanto poder efectivo necesario para el buen gobierno del Estado, fuera autónomo del poder legislativo o del poder ejecutivo.
Llegados a este punto, se hace imprescindible tener más que nunca presentes las enseñanzas de don Gustavo Bueno: el poder judicial es parte interna y esencial del poder político, y no solo porque su jurisdicción se extiende a los miembros del ejecutivo, sino también porque el poder judicial carece, en todo caso, de «fuerza de obligar» si no cuenta con las fuerzas que dependen del ejecutivo.
Parece evidente que las fuerzas políticas hasta ahora mayoritarias, no tienen esto presente. Como señalaba Bueno, una sentencia que carece de la asistencia de esta «fuerza de obligar», que procede íntegramente de un poder ejecutivo que las haga cumplir, se reduce a la condición propia de un análisis especulativo, manteniéndose en un ámbito puramente académico. Y en ese punto nos encontramos por parte de nuestros dirigentes, el puramente especulativo, apoyándose en soflamas artificiosas, sin la menor intención de implicarse en la aplicación de la ley, como correspondería a los poderes de los que forman parte. Es más, con esta actitud se está incurriendo, sin duda alguna en la inacción, en la dejación de funciones, permitiendo que las fuerzas secesionistas sigan con su estrategia y planes de actuación, dirigidas a la ruptura de España.
Estos días más que nunca, asistimos a una retahíla de expresiones por parte de los dirigentes ya citados, basados en el sentimentalismo. Expresiones que usan palabras como, tolerancia, solidaridad, concordia, prosperidad, esperanza… Y este sentimentalismo, en el que parecen haberse instalado de forma permanente, no hace más que alimentar la falta de actuación por parte del Estado, ante los ataques que sufre la Nación española ante quienes quieren romperla.
Bien es cierto que, para esta concepción subjetivista de la política, los partidos gobernantes durante estas décadas de democracia han contado, y cuentan, hoy más que nunca, con la ayuda y colaboración indiscutible de gran parte de las fuerzas mediáticas. Esto no es casual. Es fruto de años de cesiones, de otorgamiento de cuotas presencia y de poder económico a los grandes grupos de comunicación, por parte de los sucesivos gobernantes, para de forma gradual e incesante lograr implantar en la ciudadanía española el pensamiento político basado únicamente en los «sentimientos», en «el escuchar» y en el dialogar.
A modo de ejemplo, volviendo a las reacciones tras la publicación de la sentencia citada al inicio de estas líneas, desde La Sexta, en un programa titulado «Tras la sentencia» se han vuelto a poner como modelo a seguir, las palabras enunciadas por la periodista Gemma Nierga, en el año 2000: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar, ustedes que pueden dialoguen, por favor». A 27 de octubre de 2019, la hija del asesinado en el año 2000 afirma, sin dudar, que le parece «fatal» escuchar hablar de terrorismo callejero en estos días en Cataluña, que se trata de un interés político, cargado de frivolidad, que causa mucho dolor. Aboga doña Rosa Lluch por que las dos «posturas» se encuentren y escuchen, sentándose a hablar, escuchándose y con ganas de dialogar…
Sin dudar del dolor de una víctima de ETA, estas declaraciones lo que ponen de manifiesto, es el gran camino ganado por este pensamiento subjetivista, simplista y adoctrinado, que ha calado tan hondo en la sociedad española.
Más que nunca hay que combatir este simplicísimo político, que sirve de herramienta a los enemigos de España, que lo usan como instrumento para lograr sus fines, con un envoltorio de cursi y ridícula invocación a los sentimientos. Para combatirlo es necesario e imprescindible usar el poder del Estado, y desde luego elegir muy bien como ejercer el voto el próximo día 10 de noviembre, ya que, desde luego, hay opciones que no están en esta demagógica línea de subjetivismo sentimentaloide.
María Teresa Chinchetru del Río