Es menester prestar considerable atención a las palabras que pronunció Pedro Sánchez el 22 de abril durante el debate para la prorrogación del Estado de Alarma. Éstas rezaban:
«Ha llegado el momento de que la política esté a la altura de la ciudadanía. Ha llegado la hora de unos nuevos modos políticos. Cuando dispongamos, señorías, de la suficiente perspectiva, seguramente comprobaremos que esta emergencia mundial tiene como efecto acelerar cambios que ya se estaban poniendo en marcha desde hace ya años. El cambio hacia nuevas formas de trabajo no presencial, con la difusión del teletrabajo, el cambio hacia formas de producción y consumos compatibles con la respuesta a la emergencia climática, el cambio acelerado hacia la digitalización en la automatización (ahí estamos viendo, por ejemplo, los efectos y la brecha digital, los efectos que está teniendo sobre la educación, singularmente sobre la educación pública), el cambio hacia formas de gobernanza mundial para hacer frente a amenazas que son también globales como hemos visto que es, por ejemplo, esta pandemia».
Lo primero que llama la atención es que ahora ha llegado el momento de que la política esté a la altura de la ciudadanía. Luego, según el doctor, antes, con los viejos modos, ese no era el caso. Ha tenido que llegar él para que por fin lo sea. Aunque debemos confesar que es difícil refutar la máxima que reza «cada pueblo tiene el gobierno que se merece», así como también tiene la televisión afín a su inteligencia (menos mal que existe internet… y los libros).
Pero lo más interesante -que es lo que aquí brevemente venimos a criticar- es la última frase, en la que el presidente español propone «el cambio hacia formas de gobernanza mundial para hacer frente a amenazas que son también globales como hemos visto que es, por ejemplo, esta pandemia». En la frase sanchista se ejercitan dos ideas que Gustavo Bueno, con el rigor y la capacidad taxonómica que le caracterizaban, denominó globalización aureolar y globalización positiva. Esa «gobernanza mundial» que se busca es lo que Bueno denominó globalización aureolar; y las «amenazas globales» -como efectivamente lo es la pandemia- son un buen ejemplo de lo que el riojano de nación y asturiano de adopción clasificó como globalización positiva; como son los casos que muestran los medios de transportes, de comunicación y -como decimos- la propia propagación del virus, dando la vuelta al globo en poco más de tres meses (en un tiempo récord).
Con la idea de globalización positiva tratamos de entender el fenómeno de un mundo -como se dice- cada vez más interconectado e interrelacionado en el espacio y en el tiempo. Aunque para evitar la unidad armoniosa en la que todo está conectado con todo como si se tratase de un compacto atributivo, postularemos las rupturas o hiatos desde los cuales comprenderemos la pluralidad de lo real no simplemente como multiplicidad de cosas sino fundamentalmente como discontinuidad en la que la materia converge y diverge en distintas formas y estromas, sin agotarse en la materia determinada: lo que ya Platón esbozó con el principio de symploké.
De manera eminentemente antimetafísica, se trata, por tanto -como indica su nombre-de una idea positiva, esto es, una idea que remite a una globalización realmente existente, y no a una fantasía geopolítica, que es el caso de la globalización aureolar que en su aliento tiene el hedor del monismo, donde todo está conectado con todo en una inteligencia mundial: la de los señores del Gobierno Mundial.
¿Qué entendemos en este caso por idea aureolar? Aquí idea aureolar significa una idea que parte de una realidad (el Imperio Estadounidense y sus aliados de la City donde cristalizó la ideología de la Globalización oficial tras el derrumbe de la URSS) que es proyectada hacia una virtualidad en la que se intenta recubrir la totalidad del planeta a fin de que se establezca un Gobierno Mundial: con un solo ejército, una única moneda y una religión universal (que no sería precisamente la católica, pese a los guiños del Papa Francisco a los aspirantes a globócratas).
Este globalismo aureolar que pretende un sistema de gobernanza mundial no es más que una modulación, secularizada podría decirse, de la antigua idea de Imperio Universal; un Imperio que trataba de gobernar a todos los pueblos. Pero no hay ni hubo ni habrá Imperio capacitado para organizar a toda la humanidad. Es imposible la Monarchia Universalis, que «busca reducir el Universal Mundo bajo un solo pastor», que Mercurino de Gattinara le sugirió a Carlos I de España y V de Alemania y que éste atacó explícitamente en Bolonia en 1529.
Si -como decía Aristóteles- gobernar una gran ciudad ya es difícil, cuánto más lo sería gobernar a todos los pueblos del «mundo mundial». Aunque, a nuestro juicio, más que arduo sería irrealizable, por la imposibilidad misma del Estado Mundial (un Estado metafísico, monista, antisymplokético). Los globalistas tratan de diseñar y controlar un mundo more supranacional, pero desconocen (o hacen como que no saben) que existen los globalistas pero ni existe ni puede llegar a existir la globalización del Gobierno Mundial, la globalización aureolar. Como tampoco es posible la aliciesca Alianza de las Civilizaciones.
El socialglobalista aureolar Pedro Sánchez no es precisamente de los que más mandan en el universo universalista totalitario metafísico globocrático aureoleado de la élite mundial, simplemente es un lacayo dispuesto a contaminar a los ciudadanos de su país con alarmas climáticas, ideologías de géneros, multiculturalismos pánfilos, memorias históricas, diálogos con separatistas y, cómo no, fundamentalismo democráticos ingenuos o de mala fe. Ahora bien, el que se deja intoxicar con semejantes «bulos» también es responsable.
¿Es que acaso Sánchez pretende ser un ministro de ese supuesto Estado Mundial? Uno de los mandamases del Estado Mundial que se piensa como si este estuviese inexorablemente en marcha (es decir, se plantea de modo aureolar) es el magnate húngaro de nación y estadounidense de adopción, y esperantista y popperiano de vocación, George Soros. El magnate magyaruseño es uno de los principales financiadores de la ideología de género. Y, ojo, no del feminismo, que es una cuestión diferente; de hecho, el Partido Feminista de España, que lidera Lidia Falcón, no fue a la celebérrima manifestación (y fue expulsado días antes de la coalición Izquierda Unida, y por tanto de la colación Unidas Podemos: «coalición de coalición»).
No era el feminismo sino fue la ideología de género el pegamento que cohesionaba e impregnaba las marchas del 8M, que en España han abarcado un protagonismo masivo espectacular en los últimos años. Y pese a la amenaza del coronavirus -sobre todo viendo lo que pasaba en Italia donde ya el 23 de marzo se suspendió el legendario carnaval de Venecia, pero también en la propia España donde podía verse al menos durante los últimos días de febrero y los primeros de marzo su evolución exponencial- el 8M se celebró aun cuando el 3 de marzo el ministro de Sanidad, el licenciado en filosofía, igual que George Soros, Salvador Illa, recomendó pero no ordenó que los eventos deportivos se celebrasen a puerta cerrada. ¿Y por qué era recomendable que tales eventos se disputasen a puerta cerrada y sin embargo se consentía, e incluso alentaba, la manifestación del 8 de marzo? ¿Querían los financieros de la ideología de género que se llevasen a cabo las marchas sí o sí? Sólo es una pregunta, no una insinuación.
Y si el 8M se celebraba se tenían que consentir todas las aglomeraciones. Por eso hay que aclarar que no fueron solamente las marchas en sí sino todas las aglomeraciones que se consintieron en Madrid (un total de 77 entre el 5 y el 14 de marzo) y por supuesto todas las que hubo en el resto de España las que provocaron la explosión viral. Por algo somos el país con mayor número de víctimas mortales por millón de habitantes, según las estadísticas oficiales. Aunque también está la cuestión de los test y las mascarillas y la falta de protección de nuestros sanitarios que, aun siendo avisado por la OMS e incluso por la UE, nuestro gobierno no supo gestionar.
Y mientras no son capaces de gestionar los recursos políticos de nuestra nación, sueñan con el limbo geopolítico de la Alianza de las Civilizaciones y la areolada gobernanza mundial.
Daniel López. Doctor en Filosofía.