Tremendo alboroto se han montado en torno a la elección de la canción que representará a España en el Festival de Eurovisión este 2024. La canción elegida ha levantado una polvareda de afectos y desafectos en torno a su título y su puesta en escena. «Zorra» se llama. Que sobre este asunto, el cosmético, se podrá decir mucho, seguro, porque Eurovisión en España, como el fútbol, es un asunto que levanta pasiones (recuerdo para los más jóvenes y los menos aficionados cómo España se dividió el año 2008 a propósito del «Baila el chiki-chiki» o cómo el último puesto de Remedios Amaya en 1983, con cero puntos, fue un drama nacional).
Dicho esto, nadie podrá esperar que la copla elegida contente y agrade a todo el mundo, pero lo que sin duda también ha sido inesperado es que el presidente de Gobierno, inmerso en una vergonzosa negociación con los secesionistas catalanes y una complicadísima legislatura que se apoya en los partidos a los que no les importa España, se descolgara con unas, según sus entendederas, jocosas declaraciones en las que afirmara que entendía (de nuevo sus entendederas) «que a la fachosfera le hubiera gustado tener el ‘Cara al sol’, pero a mí me gustan más este tipo de canciones».
Pasar por algo una provocación así es difícil, pero no por lo que de insultante pueda tener el palabro «fachosfera», sino por la burda e infantil maniobra de intentar remover el ánimo con semejante estupidez.
De la canción se ha dicho que pretende «resignificar» la palabra que le da título, «zorra», y por «resignificar» hemos de entender la obligación de usarla en el sentido que desde el feminismo administrado (el que se administra desde las instituciones y está ensimismado en su mundo de ilusión y luchas imaginarias) te diga que tiene que resignificarse. Que a nadie se le ocurra usarla en cualquiera de los sentidos que recoge el DRAE, porque… ¡facha!
Lo mismo pasa con la palabra «terrorismo», que también quieren resignificar para librar a los golpistas de rendir cuentas ante la justicia. Si ustedes lo piensan con un mínimo de detenimiento, el Gobierno de coaligados liderado por Pedro Sánchez se ha pasado más tiempo resignificando que tratando de solucionar los problemas de España: se ha resignificado «mentir», que ahora es «cambiar de opinión», se ha resignificado el «chantaje», que ahora es «diálogo» (esto solo aplicado a los acuerdos con los secesionistas), se ha resignificado la «sedición», que ahora es «desorden público agravado»… Por resignificar han resignificado hasta España, que ahora ya es, para la «secesosfera» y afines, «este país».
Pero entre tanta palabrería, que lo que pretende es crear una nebulosa eufemística que haga más llevadera la digestión de tanta traición y despego de España, y agrande las tragaderas del personal, lo que puede resultar verdaderamente pertinente es resignificar la estupidez. Porque la estupidez ya no es solo una bobada, una majadería, una sandez, una simpleza, es también, visto lo visto, un programa político progresista.
Sharon Calderón-Gordo