“Yo el rey enbio muchos saludos a vos el conçejo, alcaldes, alguasil, regidores, cavalleros, escuderos, oficiales e omnes buenos de la cibdad de Segouia, commo aquellos que amo e quien mucho fio (…) fago vos saber que, por la graçia de nuestro señor, este jueues próximo pasado la reyna donna Ysabel, mi muy cara e muy amada mujer encaesçio de vna ynfanta”.
Con estas palabras, Segovia recibió la noticia del nacimiento de la infanta Isabel, en la misma ciudad donde la proclamaron reina de Castilla convirtiéndose en la mujer de mayor trascendencia y proyección de la historia universal. Y ¿por qué es importante hablar de Isabel I de Castilla? Porque fue una mujer excepcional y revolucionaria por tierra y por mar, en la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Desde su nacimiento, el 22 de abril de 1451, Isabel vivió su infancia en condiciones precarias sin esperanzas de alcanzar el trono, pero lo alcanzó, aunque una mujer y otro hombre, la precedieran en la línea de sucesión. Su vida estuvo rodeada de un mundo de intrigas y la observación directa de las debilidades de la corona fue crucial en su futuro. Con la muerte de su hermano Alfonso, Isabel comenzó un difícil camino al trono convirtiéndose en uno de los centros de ambiciones y enfrentamientos. Fue entonces, con 17 años, cuando comenzó a demostrar su talento político y estratégico.
En el pacto de los Toros de Guisando, Enrique IV reconoció a Isabel como la princesa de Asturias, su legítima sucesora al trono de Castilla, con reserva del derecho por parte de Enrique IV, a acodar el matrimonio de Isabel. A partir de este momento, la heredera, rechazó el camino de la sublevación respetando en todo momento a su hermanastro, pues no era correcto destronar al rey. Sin embargo, Isabel no aceptó un marido contra su voluntad y eligió a Fernando. Este es un punto clave para comprender el carácter de la reina, tanto en el ámbito privado como en el público. Las complicaciones derivadas de este matrimonio dificultaron su camino hacia el trono, pero el 11 de diciembre de 1474, muere Enrique IV e Isabel, ejerciendo su legítimo derecho como heredera de la corona, es proclamada, en solitario, Reina de Castilla en el atrio de la iglesia románica de San Miguel, en Segovia. Y aquí volvemos a encontrar nuevamente, su determinación, porque confirmó su derecho a reinar, no como consorte de un monarca, sino como legítima soberana de un reino al que supo pacificar y luego gobernar durante treinta años, con acierto, conduciéndolo hacia un estado de prosperidad como pocas veces se ha alcanzado. Durante su reinado, Isabel supo hacer frente y resolver cualquier problema porque su política fue auténtica. Para ella, un monarca debe prestar atención a todos sus súbditos. Isabel fue una mujer segura de sí misma y de sus proyectos. Entre sus actuaciones, Isabel, puso fin a la Reconquista en la Península con la toma de Granada, allí residía la conciencia de reconquista del suelo cristiano; asumió y patrocinó la empresa de Colón y revolucionó los mapas, a pesar de las dificultades económicas por el alto costo de la reconquista de Granada. Para la reina, el principal motivo que impulsó la conquista fue la evangelización y quiso, además, engrandecer el mestizaje de ambas civilizaciones con un cristianismo que era lo más avanzado de ese tiempo. Isabel inaugurará y dará la norma del nuevo código español de las Leyes de Indias, rompiendo el pensamiento esclavista de la época. La política evangelizadora impulsada por la reina denota su grandeza de espíritu sembrando en Hispanoamérica, la hispanidad y su decidida política de protección de los indígenas como quedó reflejado en el codicilo de su testamento. Isabel fue creando su destino y fue dando pasos para la paz. Por eso, en este camino tuvo como pilares de su gobierno la justicia y la paz, sentando las bases del Estado moderno. Los mismos pilares que van a guiar el programa reformista con sentido de la responsabilidad. Una mujer que protegió la cultura, la cultivó entre la sociedad y restableció la dignidad del Estado castellano anulando, sobre todo, muchas de las concesiones abusivas hechas a la nobleza. Fue una mujer que dejó su impronta en la historia universal y ejerció su reinado con vocación de imperio sin perder nunca su sentido de la realidad. En este empeño, no deja de llamar la atención su gran capacidad de trabajo y esfuerzo para dar estabilidad y unión a un reino que, en comparación con los anteriores reinados, tanto de su padre como de su hermanastro, estaba dividido y sumido en conflictos.
¿Por qué es importante hablar de Isabel la Católica? Porque no hubiera sido una gran reina, si, además, no fuera una gran mujer, con una categoría femenina extraordinaria. Una mujer que vivía y vivó para reinar, siendo madre, esposa, guerrera, piadosa y gobernante excepcional.
Mª Mercedes Sanz de Andrés