En la comparecencia tras la reunión extraordinaria del Consejo Europeo, celebrada el pasado 6 de marzo para tratar sobre «Ucrania y la defensa europea», el presidente del Gobierno de España (insisto en lo de «España», porque es esencial para lo que viene) se plegó a la ficción política del «Estado europeo». Una suerte de Estado federal en el que los actuales miembros de la Unión Europea, para llevar a efecto esa ficción, tendrían que ceder, necesariamente, soberanía para incorporarse a lo que pretende ser una imposible Nación de naciones. Sin negar los beneficios que puedan tener alianzas puntuales con países cercanos geográficamente con los que España comparte un mercado común, los límites de tales alianzas deben tener como linde infranqueable la independencia de la nación política. Independencia que Pedro Sánchez le va a hurtar a la nación española al insinuar, el pasado día 13, en la rueda de prensa tras la ronda informativa con algunos grupos políticos con representación parlamentaria, que informaría en el Congreso, pero no sometería a votación la decisión de aumentar el gasto en defensa para colaborar en el más que cuestionable «ejército europeo». En este sentido, llama mucho la atención que el cuento presidencial para justificar el gasto armamentístico insista en el mantra que tanto repitió durante la pandemia por COVID-19, el «juntos somos más fuertes», pero prescinda de reunirse con VOX, tercera fuerza política, y se entregue a quienes objetivamente (con dichos y hechos) desean desgajarse de España y, por tanto, robarle a todos los españoles.

La urgencia con la que la Unión Europea se ha apresurado a presentarse como un bloque unitario frente a una supuesta agresión de Estados Unidos de América tiene que ver, no solo, pero sí mucho, con el enorme ridículo que la UE ha hecho en relación a resolver un conflicto bélico, el que enfrenta a Ucrania y Rusia, y al que durante tres años ha sido incapaz de dar soluciones eficaces, más allá de gestos (como pasear al presidente ucraniano por todos los parlamentos europeos) y ofrecer una escuálida ayuda material. Sin embargo, esta escalada en la supuesta unidad de la Unión Europea tiene el vicio que la propia UE alberga en su seno y que se pretende disimular hablando de «Europa» y no de «Unión Europea»: que la UE no es otra cosa que la asociación de países soberanos con intereses particulares en la que la fuerza de cada país no se supedita al interés general, sino a los intereses particulares de cada Nación que la conforman.

La realidad es que ha sido Francia, poseedora de la bomba atómica, y no «Europa», quien ha encabezado la respuesta a la solución a la guerra, la paz, planteada por Donald Trump. Junto al Reino Unido, ya fuera de la UE, convocó a los Estados miembros del club a una reunión de urgencia que, días más tarde ha desembocado en una nueva convocatoria en la que España, muy europea y muy europeísta, muy importante y de mucha importancia en Europa, según Pedro Sánchez, ha ido como invitado menor. El nombre de este último encuentro no ha dejado lugar a dudas sobre la verdadera naturaleza de la unidad europea: Foro de París sobre estrategia y defensa. «Foro de París», no «Foro europeo». Se podrá decir que el nombre tiene que ver con el lugar de celebración de tal sanedrín, ¿pero no está París en esa Europa unida?

Más allá, o más acá, como se quiera, de los análisis que expertos en geopolítica y estrategia militar puedan desarrollar, necesarios, sin duda, la cuestión sobre un futuro Estado europeo late en cada decisión que se toma y no parece que España, muy mermada ya en su unidad interna, pueda sobrevivir en una disolución europea. La federalización que muchos ansían y que tocan con la yema de los dedos a propósito de las consecuencias de una guerra plantea, a mi juicio, más problemas que soluciones, pero encaja perfectamente con un plan de los partidos en el Gobierno del que solo tienen el lugar a donde quieren llegar, pero no su desarrollo. Dicho de otro modo: desean la desaparición de la España actual por motivos ideológicos (en el sentido más infantil de la palabra), pero sin haber determinado el proyecto que les hará cumplir con su objetivo. Y en ese «siempre hacia adelante» las consecuencias son muchas y muy graves. Mantener la unidad de España, según sus entendederas, será cosa arcaica y poco progresista,  sin necesidad de explicar por qué; pero mantener la unidad de España no solo es el camino, sino la solución. «Europa es el problema y España la solución» afirmó el filósofo Gustavo Bueno. Sea.

Sharon Calderón-Gordo