«El testimonio de Rocío Carrasco es el de una víctima de violencia de género. Cuando una mujer denuncia públicamente la violencia puede ser cuestionada o ridiculizada. Por eso es importante el apoyo».
Estas que citamos son palabras de la Ministra de Igualdad española Irene Montero en su cuenta de Twitter, ese lugar donde ahora se hace la nueva-vieja política. Sobre todo la omnipresente propaganda. Y en una cosa tiene razón, una mujer ha de ser siempre apoyada cuando denuncia la violencia de la que ha podido ser víctima. Lo primero que hay que hacer ante toda posible víctima, sea de violencia doméstica o no, es atenderla y apoyarla, pero acto seguido los organismos policiales y judiciales pertinentes deben tomar cartas en el asunto, e investigar y condenar o no los hechos una vez demostrados –no entramos ahora en si la ley actual que regula todos estos procedimientos es adecuada o, por el contrario, un completo disparate en muchos aspectos, incluidos los referentes a la debida protección de los casos confirmados de maltrato–.
Pero este procedimiento administrativo, policial y judicial, se corrompe hasta el tuétano, y hasta se entorpece, cuando una cuestión tan importante como la del maltrato doméstico se embarra y se manipula desde el sectarismo político y la demagogia ambiente que, y éste no es un asunto menor, hipermoraliza las políticas desarrolladas en nuestra democracia. Lo cual no deja de afectar al desarrollo normal de la nación española, que ya bastantes problemas tiene, como denunciamos siempre desde DENAES, polarizándola y enfrentándola encarnizadamente –normalmente, además, desde opiniones indoctas y carentes del más mínimo conocimiento del caso sobre el que se discute, pues si no fuese así ese enfrentamiento tan acusado no se produciría.
Y es que no es cuestión de separar la política de la moral, cosa que es imposible, como son imposibles de eliminar los conflictos permanentes entre las cuestiones éticas, morales y políticas –el problema del maltrato doméstico es un buen y triste ejemplo de estos conflictos–; es cuestión de no hacer que la moralidad –y mucho más la moralina laica impartida desde los púlpitos ministeriales– se trague la política.
Cuando esto sucede es cuando podemos ver, por ejemplo, a algunos dirigentes españoles declarar que su interés es procurar la felicidad de los españoles, o cuando podemos ver a toda una Ministra entrar por videollamada a un conocido programa de prensa rosa comentando un caso de maltrato aireado a los cuatro vientos –lo cual ya es bastante impúdico– pero, al parecer, por el momento no demostrado –ahí tenemos un claro ejemplo de televisión basura–. Es decir, vemos un desplazamiento de la prudencia política, que debe regir todas las actuaciones de los políticos encargados de los destinos de la nación española, por la moralina política. Y, también hemos de decirlo, por el oportunismo electoral. Vemos, en definitiva, un desplazamiento de los deberes de una Ministra que se olvida que quien debe determinar si tal o cual caso es producto de la violencia doméstica son los tribunales y no ella en televisión, en hora de máxima audiencia, o en redes sociales.
Esta hipermoralización de la política y el continuo desplazamiento del «debate político» a cuestiones como la comentada –aunque hay otros muchos ejemplos como el ecologismo, el veganismo, el aborto, el animalismo…– a lo único que favorecen es a la polarización de la nación española. No a la normal diversidad de posturas, a los enfrentamientos entre grupos de opinión –como también se les llama–, no a las diferencias ideológicas. No. A lo que conduce es a un encarnizamiento maniqueo en las posturas, un aumento cada día mayor entre el ellos y el nosotros promovido, además, desde las más altas instancias gubernamentales, que en lo único que puede desembocar es en una descomposición cada vez mayor de la nación española. Y, lógicamente, en un debilitamiento cada vez mayor de la misma. Todo por unos minutos de televisión y un puñado de votos.
Es por ello que desde la Fundación DENAES instamos a la clase política a tener la precaución debida en sus acciones y declaraciones, lo cual implica también saber dónde están los límites de las mismas y lo perjudicial que puede ser para la nación española sobrepasarlos continuamente, fomentando esta polarización donde la lógica binaria amigo/enemigo lleva a la fragmentación social de los españoles. Y a los españoles no podemos más que recomendar, como siempre, que procuren en todo momento forjar sus opiniones con vistas a la seriedad y el cuidado necesario, sin dejarse llevar por sensacionalismos y polarizaciones que los pueden enfrentar absurdamente en cuestiones que no lo merecen pero que pueden llegar a afectar a la eutaxia de su Estado y a la integridad de su nación.
Emmanuel Martínez Alcocer