Mucho se ha hablado estos meses sobre las relaciones hispanomarroquíes y sobre el encaje que Ceuta y Melilla habrían de tener en estas. Marruecos lleva décadas tejiendo sus redes sobre una clase política española profundamente corrompida, más acostumbrada a realizar sus cálculos políticos en función de los intereses económicos de ciertos lobbies que, por lo general, se encuentran más conectados a las estructuras económicas y de poder del reino alauita que al interés general y político de la nación que se supone representan y deben defender.
El asunto destapado a raíz de la compra de votos en Melilla y en otros lugares de España, y que según las primeras investigaciones apuntan a ciertas conexiones de sus promotores con el régimen marroquí, indica el nivel de control que el majzén ejerce sobre la política española, sus instituciones, y sobre ciertos partidos políticos que, en los casos de Ceuta y Melilla, señalan directamente a Coalición por Melilla, a sus socios ‘localistas’ ceutíes y por supuesto al Partido Socialista.
Pero ¿qué es el majzén?¿quiénes lo forman? ¿qué función ejerce en la política marroquí? El analista político e investigador del mundo árabe, Koldo Salazar, hace una descripción, a mi juicio, bastante certera del mismo. Según el autor, el majzén sería «la estructura de poder marroquí por antonomasia, comparable al ‘estado profundo’ de otros países y que se organiza en círculos concéntricos implicando a diferentes niveles a toda la oligarquía de Marruecos, constituida de forma piramidal cuyo vértice es el rey de Marruecos».
En palabras de Salazar, este implicaría «a la familia real, líderes del país junto con los servicios secretos, la alta cúpula militar, el cuerpo diplomático y la oligarquía empresarial de alto peso, constituyendo el motor del poder real del estado y donde prima el interés de la corona, que es la organización común que les mantiene en el poder».
Efectivamente. y asumiendo plenamente esta descripción, estaríamos ante un verdadero entramado político, económico y empresarial que trasciende más allá de las fronteras marroquíes y que, en cierto modo, gestiona la monarquía alauita como si de una empresa multinacional se tratase, capaz de establecer las conexiones empresariales más variopintas.
Israelíes, rusos, franceses o norteamericanos se pueden convertir en un momento u otro, y según el interés de este conglomerado político, en sus socios preferenciales. Por supuesto, al margen del derecho internacional imperante, de las tradicionales políticas de alianzas del mundo árabe o incluso de las alianzas establecidas con sus históricos valedores en el escenario internacional: Estados Unidos y Francia.
El majzén marroquí navega hábilmente en aguas turbias, haciéndose valer según el momento, ante sus socios preferenciales. Ahora bien, su relación con España ha pasado de la subordinación a los intereses regionales españoles establecidos tras la independencia marroquí de 1956, al férreo control que, a través de sus agentes incrustados en todo tipo de lobbies y grupos de intereses, viene ejerciendo de la política y economía española desde 1975.
Una intromisión a todos los niveles, potenciada y consentida desde entonces por los sucesivos gobiernos españoles y que, en cierto modo, ha decidido el futuro estratégico de España en la región, con concesiones territoriales como la del Sáhara español y cesiones de todo tipo en materia de pesca, explotación de recursos naturales o delimitación de aguas.
La política anexionista marroquí está marcada por este entramado de intereses, los pingües beneficios que la ocupación del Sáhara occidental, con la explotación de sus recursos minerales y sus derechos de pesca, les reporta desde hace décadas. La guerra en el sur y el desproporcionado rearme, con armamento de última generación, adquirido a empresas norteamericanas e israelíes que, sin duda, allegan prebendas y comisiones a la camarilla majzeniana encargada de cerrar los contratos, o toda la cuestión relacionada con la gestión de las infundadas reclamaciones marroquíes sobre los territorios españoles de Ceuta, Melilla y Canarias, serían algunos claros ejemplos de su influencia.
No debemos olvidar que estos territorios españoles se encuentran situados en zonas estratégicas que reciben ingentes recursos económicos, tanto nacionales como europeos, destinados a desarrollo, infraestructuras y por supuesto a ese ‘negocio’ de la inmigración ilegal que tanto beneficio reporta a Marruecos.
La debilidad de los gobiernos españoles, la permanente sumisión de nuestra política exterior a los intereses de terceros países y la falta de patriotismo generalizado en la clase política española adscrita al bipartidismo, ha abonado el terreno para que el majzén proyecte y afiance sus redes y estructuras clientelares en Ceuta y Melilla. En el caso de Ceuta, e intuyo que en el de Melilla también, asumiendo el control de entidades económicas y comerciales especialmente activas en la ciudad, utilizando todo tipo de entes asociativos bien subvencionados con dinero público, encargados del negocio de la miseria y de una gestión migratoria que permite a Marruecos influir activamente en este asunto a ambos lados de la frontera. De manera directa e indirecta sobre el entramado comunicativo mediático local que le permite que su discurso penetre con cierta fluidez en ambas ciudades y, por supuesto, controlando la cuestión religiosa a través de unas mezquitas dependientes de su ministerio de asuntos religiosos, influyendo de este modo activamente sobre una parte de la creciente comunidad musulmana de origen marroquí que se ha ido afincando progresivamente en estas ciudades en las últimas décadas.
En resumen, toda estrategia bélica tiene su propia lógica y dinámica sobre el terreno, la cual se va adaptando según las exigencias del conflicto y las reacciones que, ante este, vayan adoptando los contendientes. La guerra híbrida implementada por los marroquíes para afianzar sus objetivos expansionistas y muy especialmente en lo relacionado con Ceuta y Melilla, obedece a dos principios básicos de la geología: presión y tiempo. Por un lado estaría la presión política, mediática, económica y migratoria, y, por otro, el tiempo necesario para ir tejiendo sobre estos sectores unas estructuras políticas dependientes que, al final, acaben moldeando y fracturando una aparente solidez pétrea, disgregándola y haciéndola cada vez menos defendible y más vulnerable, e inclinando progresivamente la balanza hacía los intereses de Marruecos y su majzén.
Juan Sergio Redondo Pacheco