En 1853, la flota norteamericana obligó a Japón a salir de su aislamiento y abrirse al mundo moderno. La respuesta del Estado japonés fue embarcarse en un proceso rápido y exitoso de modernización que conocemos como Revolución Meiji, y que desembocó en el nacimiento del Japón moderno. La Revolución Meiji es un ejemplo de cómo un país puede evolucionar hacia una economía moderna sin renunciar a sus tradiciones y valores culturales.
En aquel momento, Japón no tuvo más remedio que abrir sus puertas a Occidente, pero se sirvió de esta circunstancia para adoptar lo mejor que le ofrecía ese nuevo mundo: tecnologías y prácticas de negocios innovadoras para modernizar su economía y su arcaica organización política. Pero, y esto es fundamental, el país supo mantener en ese cambio vertiginoso su identidad y tradiciones, con la religión como piedra angular de la identidad japonesa. En definitiva, Japón fue capaz de combinar lo viejo y lo moderno, y logró así que sus ciudadanos permanecieran leales a su nación y no a la ciencia, a la modernidad o alguna comunidad global abstracta.
España se encuentra hoy en una situación similar, en el sentido de que necesitamos un cambio de modelo productivo que nos permita saltar a una economía digital y tecnológica desde la que poder competir con el resto de las naciones desarrolladas. No entrar de lleno en el siglo XXI nos condenará a ver cómo muchos países de nuestro entorno nos superan económicamente, cómo sus jóvenes acceden al mercado laboral, forman familias y aumentan su poder adquisitivo, mientras España queda cada vez más en un segundo plano, olvidada y relegada.
Una revolución Meiji en España podría tener muchas aristas, pero una de ellas debería ser, sin duda, abandonar el modelo funcionarial y subvencionado que lastra nuestra economía. Y si nos decidiésemos a emprender un cambio tan profundo y valiente, debería ser clave encontrar un equilibrio entre la innovación tecnológica y la conservación de las tradiciones, valores y patriotismo españoles. Esto implica promover la tecnología y la economía digital, pero sin renunciar a la identidad y a los valores culturales, como el catolicismo como religión universal y la historia épica de nuestro país como motor y ejemplo de una sociedad donde volverían los valores de superación, esfuerzo, mérito y capacidad.
El éxito no solo reside en superar nuestro ineficiente sistema productivo y político, sino en hacerlo logrando el equilibrio entre lo viejo y lo moderno. Solo así podremos adoptar herramientas y estructuras universales de modernidad, al tiempo que preservar nuestra identidad única. Para eso, España debe comenzar cuanto antes a fomentar la educación en tecnología y economía digital, pero también reforzar la enseñanza de tradiciones y valores culturales. ¿De qué sirve a la sociedad española una persona capaz de trabajar con Big Data que no entienda la dimensión de la conquista de América o carezca de una ética profesional definida? ¿Queremos contar con profesionales altamente tecnificados pero no vinculados emocionalmente con lo que representa nuestra nación e historia común?
Otro aspecto clave en este proceso será la formación de líderes con conocimientos tecnológicos y humanistas, que sean capaces de guiar en el camino hacia una economía digital en la que también se valore la tradición y el patriotismo. No podemos permitirnos que personas sin formación y sin visión sigan al frente de nuestras instituciones, eso solo nos puede conducir al desastre. En el siglo XXI, donde la tecnología y la inteligencia artificial marcan y marcarán la diferencia, España no puede estar gobernada por oportunistas sin formación que solo buscan satisfacer su interés personal. En ese proceso revolucionario, debe fomentarse la creación de nuevas empresas tecnológicas y la inversión eficiente en investigación y desarrollo. Solo así podremos mantenernos a la vanguardia en la economía digital.
Una revolución como esta es necesaria y posible en España, pero requiere un enfoque equilibrado y estratégico. Con la combinación de tecnología, economía digital y valores culturales, España puede convertirse en un líder en la economía global y recuperar su presencia internacional. Una economía digital, tecnológica y tradicional es posible, y es hora de que España haga un salto hacia el futuro con el mismo empuje que nos convirtió en el país que cambió para siempre la historia de la Humanidad.
Ignacio Temiño