El separatismo ha barrido en unas elecciones que apenas ha superado la mitad de la participación del electorado, ya del todo hastiado de esa locura objetiva que cada vez se acentúa más en Cataluña y en toda España, y que día tras día se va superando como una bola de nieve que a medida que se precipita va nutriendo su repertorio de cretineces. El peor gestor de la pandemia de los países que componen la Unión Europea y de buena parte del resto del mundo, Salvador Illa, se ha presentado a unas elecciones y las ha ganado. ¡La incompetencia al poder y que se premie en las urnas al mayor de los inútiles! Es cierto que sólo ha sacado 46.199 votos más de los que sacó Iceta en 2017, pero la diferencia son de 17 escaños a 33.
ERC ha obtenido 332.254 menos que en dicho comicios, y JxCat ha perdido 380.231. La CUP también ha rebajado sus votos, 6.159, pero ha obtenido 5 escaños más. Y con todo el separatismo ha salido como claro vencedor en las urnas. Y no les quepa ni la menor de las dudas de que el PSC es también una banda facciosa (podría llamarse perfectamente respetando sus siglas «Partido Separatista Catalán»). Sin duda son unos malos resultados para la nación española.
Asimismo, es destacable la irrupción de Vox, con 217.883 votos que se traducen en 11 escaños. Es llamativo, aunque no ha sido ningún sorpresón, dada la trayectoria que llevaba el partido, el hundimiento de Ciudadanos, que ha perdido 951.829 votos, que se traduce en 30 escaños menos. La caída es muy parecida a la que tuvo el partido a nivel nacional de abril a noviembre de 2019, es decir, cuando pasó de 57 escaños (4.155.665 votos) a 10 (1.650.318).
No es sorprendente la debacle del PP, con 76.603 votos menos. El PP es un partido por entero entregado al oficialismo o cretinismo ideológico, y por ende a no plantar cara en la «batalla cultural»; se trata, pues, de una especie de PSOE bis o 2.0; como ya lo era con Mariano Rajoy, que no tocó ninguna de las leyes ideológicas que heredó de Zapatero. El partido cuya sede principal al parecer va a dejar de estar en el edificio número 13 de la calle Génova de Madrid se ha dedicado a recoger los desechos ideológicos del PSOE, y así le ha ido en las urnas. La gente en lugar de votar a la copia prefiere al original, como le ha pasado a Podemos en Cataluña (En Comú Podem), que ha reducido a 131.704 su número de votantes (por no hablar de Galicia, donde se quedaron fuera del Parlamento).
Es obvio que la victoria de Illa sólo se puede explicar por la baja participación del electorado en estos comicios: 1.518.281 menos que en los del 2017. Así ha sido este pasado fin de semana «la fiesta de la democracia». Es de suponer que muchos votantes de este millón y medio que ha preferido quedarse en casa (tal vez no por temor a los contagios sino por el cansancio y las náuseas que produce la política catalana en particular y la española en general) son antiguos votantes de Ciudadanos; aunque desde luego también los habrá de ERC y JxCat, y alguno que otro del PP que no ha decidido dar el paso hacia Vox.
Sin embargo, los votantes del PSC han permanecido fieles como talibanes integristas, tal y como son los votantes del PSOE, que haga lo que haga el partido del puño y la rosa tiene a su clientela fija. Aunque nos lleve a la ruina y a la tragedia. Cabría preguntarse, por surrealista que parezca, que si lo hubiesen hecho aún peor, que ya es difícil, ¿habrían logrado más votantes a su favor? Si al PP le hubiese tocado gestionar esta pandemia puede que no ganase jamás ningunas elecciones, aunque lo más probable es que no hubiese soportado ni dos días si hubiese acumulado la serie de errores y negligencias que llevó a cabo el gobierno sociatapodemita en los primeros días de la pandemia, donde primó más la «emergencia climática» y la «alerta antifascista», y fundamentalmente la fiesta «queer» y en rigor antifeminista del 8M, que la previsión ante el peligro bien real que suponía la pandemia de coronavirus, la cual ya ha dejado sobre la piel del toro unos 80.000 muertos y sumando (por no hablar del pozo económico hacia el que nos dirigimos).
Illa ha pasado de ser un ministro de pacotilla, puesto en el vaciado Ministerio de Sanidad a fin de cumplir con la cuota catalana en el Gobierno, y a ser «el ministro del coronavirus», a transformarse en un posible «President Illa» o «presidentilla», si se lleva a cabo una nueva edición del tripartito. Aunque lo más probable es que haya un pacto entre ERC y JxCat, siendo Pere Aragonés el nuevo presidente, como sin tardanza ha propuesto Oriol Junqueras. No obstante, para los intereses de la nación española tanto monta un gobierno compuesto por una coalición de «partidos» abiertamente separatistas y un nuevo tripartito, tan papistas o más que el mismísimo Papa.
Daniel López. Doctor en Filosofía.