Siempre ha habido un miedo atávico cuando se trata de recortar privilegios a la poderosa y despiadada Guardia Pretoriana, que sostiene y secuestra al mismo tiempo el poder de un Estado, y que no dudará en degollar a todo aquel que ose desafiarla. La Guardia Pretoriana de hoy día se llaman Comunidades Autónomas.

Dicho lo cual, vamos con la rabiosa actualidad: el Ministro don Carlos Cuerpo, en una pirueta de aurora boreal, anuncia la eventual creación de una nueva Comunidad Autónoma, la número 18, para no importunar a las 17 restantes, especialmente a las más privilegiadas por el Emperador Sánchez, que le mantienen en pie como a una marioneta.

No le queda otra al hasta ahora inmaculado Ministro de Economía que asumir el papelón de encargado actual de comerse los sapos que van soltando desde arriba (acuérdense de su forzada defensa en el politizado nombramiento de una institución de pretendida naturaleza autónoma como el Banco de España). Y más que le vendrán, la cara de “penaero” ya la lleva puesta. Fácil de predecir que quedará achicharrado como tantos otros: Puente, Bolaños, etc.

La idea de la creación de la Comunidad Autónoma número 18, de carácter virtual, como si no tuviéramos pocas, se vende, aunque suene a tomadura de pelo, para reducir burocracia, facilitando los trámites de permisos y licencias a empresas que puedan operar en territorio español y en cualquier país de la Unión Europea. La propuesta, como se pueden imaginar, no tiene nada que ver con una iniciativa del gobierno, sino un tirón de orejas del llamado Informe Letta de la Unión Europea al Reino de taifas español, y se trataría con ello de ganar competitividad a base de eliminar los distintos y variados requisitos autonómicos e ir a un marco unitario con una licencia única.

Todo muy racional y lógico para los que lo venimos reclamando de hace años, aunque no tengamos el glamour del Informe Letta. No en vano, según el Banco Mundial, España ocupa el puesto número 30 del mundo en lo que respecta a las facilidades e impulso a las empresas. Claro que para ello no es preciso montar más burocracia y la Comunidad Autónoma Número 18, sino que bastaría con que el Ministerio de Economía o, en su caso, el Ministro correspondiente del ramo, asumiera directamente estas funciones para toda España recentralizando determinadas materias.

Pero, ¡ay amigos! se masca al miedo a la reacción de los Pretorianos: las  Comunidades Autónomas en armas, que ante un debilitamiento de sus prerrogativas no se iban a andar con chiquitas. Cortarían cabezas. Ni Pedro Sánchez, ni Carlos Cuerpo están por la labor, y no quieren problemas con los poderosos.

Es lo que tenemos, y así ha sido históricamente. Para animarnos, les presentaré hoy otro mártir del Estado de Derecho, Domicio Ulpiano, de los más grandes jurisconsultos de la historia del Derecho Romano. Fue el primero que en un alarde de abstracción formuló los primeros principios generales del Derecho de todo sistema jurídico, plenamente vigentes. «Los preceptos del derecho son: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo que es suyo» (Iuris praecepta sunt haec: honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere, D.1.1.10.1).

El problema de este gran jurista, como tantos otros, era su honestidad. Se nota en su eterna definición de Justicia como la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su propio derecho (Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi D. 1, 1, 10). Dar a cada uno lo suyo aunque parezca elemental, va en contra de los privilegios de unos pocos. Profesión arriesgada.

Ulpiano, tuvo infinitos reconocimientos como jurista de la época, pero su error fue formar parte de la burocracia imperial del mismísimo Emperador de entonces, Alejandro Severo, alcanzando el cargo de Prefecto del Pretorio, algo similar a un Ministro de Justicia del Imperio Romano. Y propuso ser justo, eliminando privilegios. Y en este punto los soldados pretorianos no vieron con buenos ojos que el jurista limitara sus prebendas, por lo que se rebelaron directamente contra él. Fue degollado delante del propio emperador, que no movió un dedo. Corría el siglo III D.C.

Desconozco si don Carlos Cuerpo, conoce estas viejas historias u opera por instinto de supervivencia, pero honestamente no tengo dudas que hubiera sufrido la misma suerte, al menos metafóricamente, si propone recentralizar competencias en favor del Ministerio de Economía, debilitando en paralelo las de las Comunidades Autónomas. Y el Emperador Sánchez, de haber movido un dedo, hubiera sido con el pulgar hacia abajo, no sea que le vaya a salpicar, y por supuesto, si llega el caso, cambiando de opinión.

Alberto Serrano Patiño