Escribo estas líneas sin que haya finalizado aún la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, pero hora y media de ideología woke son suficientes para concluir que Francia está perdida.
En París se han unido, sin duda, el hambre con las ganas de comer: una sumisa Francia y el, a priori, buenista e ingenuo movimiento olímpico. El innegable blanqueamiento de muchos países que, desde las coordenadas de la izquierda indefinida, violan algunos de sus mantras es más que suficiente como para ser conscientes de que abunda la inconsciencia. Igualdad, homosexuales o democracia son algunas de las cruzadas sagradas que no existen en muchos de los países que navegaron simbólicamente por el Sena y que han sido fervientemente aplaudidos por fieles irredentos. No ha faltado, por supuesto, el hombre disfrazado de mujer que cree que es una mujer, porque se siente mujer. Lamento anunciarle, amable lector, que esto no es posible: una mujer trans no es una mujer.
Sorprende ver, salvo que se sea rematadamente idiota (en sentido etimológico) y no se alcance a ver la contradicción que se cabalga, como a esa izquierda entregada a las más sublimes y confusas ideas le indigna sobremanera (hasta el éxtasis) ver a un hombre blanco con la cara pintada de negro en una cabalgata de Reyes, pero aplaude con entusiasmo a un hombre disfrazado de mujer.
Esto no le parece una intolerable apropiación, una burla, una majadería mayúscula… Le aclaro este punto, querido lector, con su permiso: al feminismo administrado por la izquierda divagante no le preocupa la situación de las mujeres en España, lo que le preocupa es su propia supervivencia y de ahí que hayan creado un catálogo de terribles violencias (obstétrica, económica, patrimonial, simbólica, &c.) para justificar su necesidad. Es decir: las mujeres son un mero instrumento, el martillo con el que apuntalar su subsistencia.
Pero, oiga, pelillos a la mar… No se ponga usted, querido lector, demasiado tiquismiquis: ¿qué importancia tiene que la homosexualidad sea delito en Emiratos Árabes? ¿Qué mal hay en que las mujeres iraníes se cubran el cuerpo, porque no tienen la posibilidad de dejar de cubrírselo? ¿Tiene usted algún problema con que un hombre sea una mujer? La ingenuidad se hizo ceremonia olímpica y servidora ya no sabe qué pensar: si es que los dirigentes franceses se creen todas estas mamarrachadas o que lo que quieren es que nos las creamos los demás.
Justo después de «frenar a la ultraderecha», masivamente votada por los ciudadanos franceses, se han dado un festín de ideología inclusiva, diversa y multicultural en la que los gestos han sido, de nuevo, el camino a seguir. Al igual que valientes mujeres españolas se grabaron, desde la tranquilidad de sus techumbres, cortándose un mechoncito de pelo como heroicidad sin parangón para protestar por la situación de las mujeres en Afganistán, en París se han reivindicado con gestos que en modo alguno solucionan los problemas que suponen la aceptación sin reparos de una cultura que oprime a las mujeres o de una ideología que las borra.
Sin embargo, a pesar del espectáculo «diverso» (y esperpéntico) y del derroche de gestos, las calles de París son las más inseguras de toda la Unión Europea, inseguridad que ha ido creciendo en los últimos años y que el Gobierno francés ha pretendido frenar, adivinen cómo: endureciendo su ley de extranjería e impidiendo la entrada de inmigrantes ilegales en su territorio (solo entre noviembre de 2020 y marzo de 2021, Francia impidió la entrada a su territorio de más de doce mil personas en situación irregular procedentes de España).
Ni la divina y grandiosa Celine Dion pudo arreglar el desaguisado de tan enorme desatino olímpico. El Himno al amor, la coplilla de intensidad folclórica que interpretó, termina con un «Dios reúne a los que se aman», verso que suena a chiste, visto lo visto.

Sharon Calderón-Gordo