El que antaño fuera prohombre de Podemos se ve hoy zaherido por unas acusaciones que, siendo graves, lo son aún más para quien fundó un partido que renunció a las normas de la gramática española (me refiero al uso del masculino genérico) como símbolo de su «superfeminismo».

un cuando se les colaran cosas muy patriarcales, como cuando anunciaron el regreso de su líder, Pablo Iglesias, con un cartel en el que se leía la palabra «vuelve», con el «el» bien destacado para que se tuviera constancia de que el regreso era el de un macho, lo suyo siempre ha sido un feminismo sin parangón en la Historia de la Humanidad… O eso dicen.

Juan Carlos Monedero, al igual que Iñigo Errejón, han enfrentado, parafraseando las engoladas palabras del segundo, las contradicciones entre la persona y el personaje, y se han visto implicados en feos asuntos de los que sus formaciones han sacado tajada política a base de naderías («hermana, yo sí te creo», «date cuenta, amiga» o «poner el cuerpo») cuando los babosos eran otros. Sin embargo, todos (uso el masculino genérico porque a pesar de ser mujer y, muy importante dado los tiempos que corren, haberlo sido toda mi vida, soy gran amiga de la RAE y sus normas) deberíamos estar agradecidos a Monedero por mostrar sin ambigüedades las contradicciones que entraña el feminismo administrado. Un feminismo así llamado por encontrarse ensimismado, alejado de la realidad del mundo, y más preocupado por su propia supervivencia que por resolver los problemas que dice tener las mujeres.

Y digo «dice tener», porque parte de la trampa argumental (falacia) de este feminismo administrado consiste en crear nuevos problemas (véase, por ejemplo, el exótico catálogo de violencias contra las mujeres) que solo ese feminismo asegura poder resolver, hasta llegar al problema de los problemas, que lo perpetuará hasta el fin de los tiempos: el machismo estructural. Siendo así, según anuncian, que todos los hombres son potenciales agresores, su presencia se hace imprescindible para librar la eterna batalla de los sexos, sucedáneo sustituto de una lucha de clases ya fracasada. Una genialidad, sin duda.

La realidad es que nadie pasaría el exigente filtro que el feminismo administrado aplica a las relaciones entre mujeres y hombres en el contexto del cortejo sexual, porque eso ya no es un filtro, es una reglamentación stalinista que transforma una relación en un protocolo reglado en el que, de milagro, no necesitas un abogado y varios testigos.

Lo que hace que se tambaleen los sagrados cimientos del feminismo administrado es que los machistas ahora son ellos, aunque no peligra su exótico ideario ya que siempre pueden acudir a la mayor y más estúpida de sus tesis (que no es suya, pero que han explotado magistralmente): el invento de la secreta guerra de los sexos.

Más allá del chascarrillo, lo cierto es que el feminismo administrado está pariendo una generación de mujeres y hombres totalmente desdibujados, incapaces de relacionarse con normalidad, una normalidad que implica, como en cualquier relación humana, acuerdos y discrepancias. Privándolos de las herramientas para gestionarlos y creando estructuras, especialmente para las mujeres (puntos lilas, por ejemplo) que suplen su autonomía personal y que no «empoderan» a nadie, sino que, por el contrario, crean una clientela dependiente de su frenopático ideológico. Mujeres, jóvenes, que se sienten acosadas o en peligro por la sola presencia del hombre, incapaces de defenderse de quien pretenda ir más allá de lo que ellas desean.

Se viene, ya lo verán, una generación de mujeres estafadas por un feminismo que les dijo que el hombre era el peligro y que no podían defenderse solas. Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno de España, ha declarado haber sufrido «discriminación», porque un periodista en el Congreso le dijo que cada día estaba más guapa y ella no supo qué contestar. No es lo más preocupante, que lo es, la consideración del halago de los atributos físicos como una ofensa, porque puede desagradar, lo que debería causar una auténtica alarma es saber que toda una vicepresidenta del Gobierno de España no posee las destrezas necesarias para hacer manifiesta de forma inmediata su repulsión.

Habrá quienes consideren que esto del feminismo administrado es un problema menor de España y como tal lo tratan, pero, permítanme, hay que tener la mirada larga y ser conscientes de que los jóvenes están recibiendo una papilla ideológica incuestionable, no porque no tenga brechas, sino porque se asume como dogma de fe, bien regada con millones de euros a través de un entramado institucional ya consolidado («Ministerio de igualdad», «concejalías de igualdad», «casas de mujeres», &c.). Puede que ahora, hoy, no sea un gran problema, pero no ver lo que traerá en un futuro cada vez más cercano es ponerse una venda en los ojos. Recuerden, por favor, que por muy estúpida e irracional que sea una propuesta, siembre hay alguien dispuesto a creérsela.

Sharon Calderón-Gordo