A buen seguro que algún defensor la democracia sanchista, esa forma peculiar de democracia en la que solo cabe un líder supremo, de palabra mesiánica y en la que la crítica a la gestión que hace «su persona» de la cosa pública es inmediatamente interpretada como ataque a la línea de flotación del fundamentalismo democrático en el que están inmersos, a buen seguro, decía, estará entusiasmado, si ha leído el título que precede a estas líneas, pensando que podrá librar una nueva batalla contra el fascismo defendiendo la figura de Begoña Gómez.
Ya lamento decepcionarle, porque esto no va de Begoña Gómez, en tanto que Begoña Gómez (de eso ya se encargará la justicia, si es menester), esto va de ser la mujer del presidente, se llame como se llame y de cómo el Partido Popular ha vuelto a demostrar que si se está en misa y repicando no es está a lo que está, esto es, a defender España y a los españoles de los excesos e insultos que recibimos de quienes pretender desguazar España.
El PP, en un derroche de ingenio (y un punto de inutilidad), le ha propuesto al PSOE regular la figura del «cónyuge del presidente». La pregunta que surge inmediatamente es obvia: ¿quién es y qué papel juega en el organigrama del Estado el «cónyuge del presidente»? Se lo aclaro: no es nadie y no pinta absolutamente nada, o, si se quiere, pinta lo mismo que el cónyuge de su frutero o del presidente de su comunidad de vecinos.
Que el Partido Popular le siga el juego a los socialistas en la última polémica-bulo que han ideado demuestra hasta qué punto los populares andan despistados en la defensa de España. El cónyuge del presidente goza de unos privilegios de los que no goza ningún otro cónyuge en España y como español estará sujeto a las mismas leyes que usted y que yo. Si comete un exceso o un delito, deberá ser juzgado y aquí paz y después gloria. Si algún exceso se comete contra el cónyuge, podrá valerse de las herramientas que todos los españoles tenemos a nuestra disposición. Y si al cónyuge del presidente no le dan sus entendederas para comprender que no se puede beneficiar de su posición privilegiada para beneficio propio, entonces que se atenga a las mismas consecuencias a las que nos atendríamos cualquiera de nosotros y el presidente al oportuno (y democrático) castigo que las urnas puedan ofrecerle.
La democracia sanchista le tiene bien cogida la medida a un PP heterodoxo que muy a menudo olvida que en la defensa de España no valen medias tintas. Los populares, sin duda, han caído rendidos ante la palabrería oscura y confusa, ante el mantra facilón, que tan bien domina el partido socialista y han preferido obviar el hecho de que en la defensa de España no valen tonterías, melifluas consignas o llamadas a un diálogo estéril: ¿cómo va usted a sentarse a dialogar sobre España con un prófugo golpista de la justicia española que ya ha dicho, por activa y por pasiva, que España no le importa? Solo cabe una explicación: que quien pida el diálogo no tenga ni idea de lo que quiere para España o lo que quiera sea parecido a lo que el golpista le puede ofrecer. Y en esas anda el PP, más preocupado del cónyuge del presidente de España, que en lo que sería deseable que le preocupase y ocupase, España.
Sharon Calderón-Gordo