La decisión de Vox de renunciar a sus cargos en los gobiernos de cinco comunidades autónomas que compartía con el Partido Popular, ha provocado un relanzamiento de dos lemas clave en el argumentario de Génova 13: «reunificar el voto del centro-derecha» y «lo importante es echar a Sánchez».

Empecemos por el segundo. Es una evidencia que Pedro Sánchez adolece de todas las virtudes que adornan a un caballero, ejercita la mentira con irritante soltura y basa su estrategia política en aventar odios atávicos. Carece de convicciones, pero ha adoptado los postulados y el lenguaje de la extrema izquierda para fagocitarla y fracturar la sociedad española dividiendo a los españoles, como hace 90 años, en fascistas y antifascistas.

Sánchez ha cruzado todas las líneas rojas del Estado de derecho asegurándose el control político de las instituciones clave y neutralizando, uno tras otro, los diferentes contrapesos del poder diseñados por la Constitución del 78, poniendo al Estado de rodillas ante los golpistas catalanes con el único propósito de permanecer en el poder. Su obsesión por criminalizar toda disidencia y asegurar la impunidad de sus socios y conmilitones acusados de la más execrable corrupción, ha desembocado en un ataque sin precedentes al poder judicial y en la amenaza de acabar con la libertad de prensa mediante el reparto maniqueo de fondos públicos, configurando una verdadera autocracia disfrazada de democracia, por si fuera poco, hedionda de corrupción.

Todo esto es cierto, y justifica que una de las prioridades de cualquier español decente sea la de lograr que Sánchez deje de residir en el Palacio de la Moncloa. Pero la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿y después de Sánchez, qué?

Es posible que, defenestrado Sánchez, el Estado de derecho pueda recomponerse algo de los efectos de su corrosivo mandato, se controle el desmedido gasto público y remita el hedor a corrupción que inunda todo el entorno de Sánchez.  Pero poco más. La experiencia pasada nos disuade sobre la política fiscal del Partido Popular, que elevó la presión fiscal de forma considerable. Pero no podemos olvidar que Sánchez comparte con el Partido Popular un modelo de sociedad con el que muchos no nos podemos identificar y contra el que estamos dispuestos a dar la batalla de las ideas porque, sobre el objetivo cortoplacista de acabar con un gobernante felón, prima el de luchar por una sociedad mejor y más limpia para nuestros hijos y nietos.

El propio Feijoo -que lleva a gala haber votado dos veces al PSOE- dijo que «el PP linda con el PSOE desde el punto de vista ideológico y no se siente incómodo en la socialdemocracia».  Afirmó (sin explicar lo que quería decir) que España es un «Estado compuesto»; su escudero Bendodo, que era un estado plurinacional; Semper que «es posible vislumbrar en un futuro inmediato un indulto a los presos de ETA»; Catalá se sintió «muy orgulloso de la ley de memoria histórica»; Margallo, que la Agenda 2030 (que constituye el más perverso ataque a la familia) “era el evangelio”; el programa del PP promete “impulsar políticas con perspectiva de género en todos los ámbitos” y Feijoo, que no tuvo reparos en apuñalar a un compañero de partido cuando quiso sacar adelante un proyecto de ley para, entre otras cosas, terminar con la aberración del aborto eugenésico, llegó a afirmar campanudo, tras conocer la intención de Vox de ofrecer a las que querían abortar una ecografía, que «ninguna mujer será coaccionada», declarando además que «el aborto es un derecho de la mujer»(sic).   

Son tan sólo unas muestras, pero que denotan a las claras la identificación esencial existente entre el PP y el PSOE en el plano ideológico, algo que muchos de sus votantes -los de corte conservador- no alcanzan a vislumbrar.  Personas que, a la salida de misa de doce, te dicen con suficiencia que «hay que ser prácticos» y se revuelven inquietos cuando les contestas que ser práctico es procurar una sociedad mejor para las futuras generaciones y les recuerdas que tú no puedes votar un partido que está a favor del reconocimiento del aborto como derecho de la mujer, del derecho a adoptar por parejas homosexuales, de la legalización de los vientres de alquiler, del histerismo climático y de la libre autodeterminación de género.  

Más que práctica, la opción por el mal menor se me antoja profundamente egoísta porque, pese a su efecto analgésico o antiséptico a corto plazo, a la larga contribuye a consolidar la mercancía ideológica progresista, de inspiración anticristiana, condenando a las próximas generaciones a vivir sometidas por imposiciones globalistas liberticidas y contrarias al derecho natural.   

Dicho todo lo anterior, la aspiración genovesa a «reunificar el voto del centro derecha» en torno -claro- al Partido Popular, se me antoja poco realista, por cuanto ha sido este Partido el que, abrazando toda la agenda woke y asumiendo con naturalidad el proceso de lobotomización histórica de los españoles respecto a su reciente pasado -del que el último exponente son los honores tributados por Moreno Bonilla al islamista Blas Infante– ha expulsado a millones de votantes que se sintieron justamente traicionados al abandonar dicha formación política los principios del humanismo cristiano que inspiraron su nacimiento.

Fue Rafael Hernando quien afirmó que «mantener principios inquebrantables te convierte en una opción inútil».  Y es que el Partido Popular optó hace años por moverse a base de impulsos demoscópicos orillando la defensa de los valores que defienden muchos de sus inadvertidos votantes, por el elevado coste electoral que tenía. Es una opción legítima como alternativa de poder, pero con la que no puedo ni quiero comulgar.

Para la actual cúpula del Partido Popular es “inútil” cualquier estrategia que pase por una defensa de posiciones comprometidas, porque te aleja de posiciones mayoritarias.  No discuto la legitimidad ni la lógica de ese planteamiento, pero la historia nos demuestra que opciones inicialmente marginales acaban por convertirse en mayoritarias cuando son capaces de pagar el precio electoral de defender con coherencia unos principios contra corriente.

Hoy, la derecha sociológica española está dignamente representada en el parlamento por un partido como Vox que, con todos sus defectos -que los tiene-, está dispuesto a asumir el coste electoral de defender unos principios como la unidad de la patria, la defensa de la vida y la familia frente a las imposiciones disolventes de la Agenda 2030; que no está dispuesto a aceptar las políticas de criminalización del varón que se han demostrado discriminatorias e inútiles frente a la violencia intrafamiliar y que advierte contra los peligros que una inmigración descontrolada puede producir en la convivencia de los españoles.  Bien está sí, exigir el control de nuestras fronteras frente a la plaga que supone la inmigración ilegal procedente de culturas islámicas y la lucha contra las mafias que trafican con seres humanos; pero Vox haría mal en descuidar la defensa de los principios que le hicieron salir de la irrelevancia: la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte, de la unidad de España, de su tradición y  cultura, del fomento de la natalidad y de la igualdad de los españoles ante la ley socavada por las políticas de género.

Vivimos en una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa, pero España es una gran nación que nos exige no perder el derecho a la esperanza. La solución no está en el “reagrupamiento” del voto, sino en el entendimiento, la colaboración y el respeto mutuo para cambiar la deriva decadente y amoral a la que nos conducen las políticas de la izquierda.  El Partido Popular debe asumir que su giro a posiciones socialdemócratas dejó un espacio a su derecha que ha sido recogido por Vox, al que tantas veces han dado por muerto y que ha demostrado tener un suelo muy sólido. Hora es ya de que el Partido Popular deje de tratar a los votantes de Vox como si fueran de su propiedad, lanzando a sus medios a degüello para lograr su desaparición. Porque me atrevo a aventurar que, si Vox desapareciese, el Partido Popular no se beneficiaría de la mayor parte de sus votos.  

El día en que el Partido Popular -tan propenso a la nostalgia por el “socialismo bueno”– se autodefina públicamente y sin complejos en el espectro ideológico del centro y asuma con naturalidad que es sano que los votantes conservadores estén representados por un partido que defienda con coraje sus principios; el día en que se dedique a combatir a la izquierda en vez de sumarse a la demonización de Vox, será posible por fin echar a Sánchez y conseguir la ansiada derrota del proyecto ideológico de la izquierda.

 

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

Abogado