El vicepresidente segundo de Asuntos Sociales y responsable de la globalista Agenda 2030 (esto es, la agenda de la casta más castuza, de la ultracasta, o -como él mismo diría- de la «ultraultracasta»), Pablo Manuel Iglesias Turrión, Pablo Iglesias II el Dialogante, ha sentenciado que «la receta para afrontar el conflicto catalán tiene tres componentes: diálogo, diálogo y diálogo». Pablo Hermes Turrionisto, el tres veces dialogante, añadía: «Nos pagan un salario por dialogar con todo el mundo, no solamente con quien te cae bien o con quien estás de acuerdo». Y concluía: «Una de las claves para entender el conflicto de Cataluña es la nefasta gestión por parte de la derecha y su incapacidad para el diálogo». Lo cual es rotundamente falso, porque «la derecha» -es decir, el Partido Popular que por entonces lideraba un tal Mariano Rajoy Brey- dialogó con los separatistas. ¿Es que acaso Turrión no se acuerda de las largas charlas de sobremesa de la señora Sáez de Santamaría y el señor Junqueras, charlas de vice a vice? De hecho lo que más han hecho los gobiernos de Moncloa -sean de «la derecha» o de «la izquierda»- ha sido dialogar con los separatistas, y siempre cediendo; y ya vemos el resultado.
Turrión pide «diálogo, diálogo y diálogo». ¿Es que tal vez a los políticos les pagan los contribuyentes sólo por dialogar? Pero, ¿dialogar para qué y sobre qué? Es decir, cuál es el contenido de ese diálogo y cuáles serían sus objetivos. Pues parece que se trata de dialogar para negociar. ¿Y negociar para qué? Negociar para «el ejercicio de derecho de autodeterminación y la amnistía», en palabras de Torra. Y -como añade el propio Torra- sobre esto el presidente Sánchez «no ha dicho que no» (no ha dicho «no es no»), porque el doctor -sostiene ese señor que se refirió a los españoles como «bestias carroñeras»- «no cerrará la puerta al diálogo ni tampoco excluirá ningún contenido». Y precisamente de eso se trata: del contenido de dicho diálogo.
Pero en lo que está Sánchez es en contentar a ERC, su socio de investidura, para que apoye los Presupuestos Generales del Estado, de los cuales depende la perseverancia de este segundo Frankenstein. Y esto, ni que decir tiene, no le va a salir gratis (todavía más caro les saldrá a los españoles y a la nación española). Porque ERC no puede quedar ante su electorado como un partido colaboracionista del PSOE y traidor a la causa separatista. Y es posible que la votación de tales presupuestos coincida con los nuevos comicios catalanes (que, según Torra, se celebrarán tras la aprobación de los presupuestos de la comunidad autónoma catalana, a los que el susodicho denomina «proyecto de país»). La situación sería rocambolesca, aunque muy propia del surrealismo político que ha caracterizado a Cataluña en estos últimos años.
Pero puede que en tales elecciones ganen los llamados pedecatos o posconvergentes, y si quieren formar gobierno no tendrán más remedio que pactar con ERC. Y otra vez vuelta a empezar. Podrían ser unas elecciones con resultados y pactos lampedusianos (aunque está por ver si Ciudadanos y PP forman Cataluña Suma, y habría que ver el resultado).
En Moncloa ya han dicho que «cuanto antes se celebren las elecciones y haya nuevo gobierno, antes iniciaremos el diálogo». Y el diálogo será acordar la vía Iceta, la vía largoplacista hacia la secesión. Lo que el bailarín Iceta se propone -aunque un día diga una cosa y al siguiente la contraria- es la creación de un nuevo tripartito: ERC-PSC-Podemos. Y así se aprobarían los Presupuesto Generales del Estado y la Esquerra gobernaría Cataluña con el bailarín como vicepresidente. Y es posible que la vía Iceta hacia el separatismo se imponga. Y tal vía consiste en lo siguiente: esperar 10 años más para adoctrinar aún con mayor fuerza y desde luego con mayor delirio a los españoles residentes en Cataluña y así poder alcanzar la mal llamada independencia. Porque, «Si el 65% de los catalanes quiere la independencia, la democracia deberá encontrar un mecanismo para encauzar eso», dijo en marzo de 2019.
Si Puigdemont, Torra y Junqueras son cortoplacistas, el separatista Iceta es largoplacista. Y tiene más peligro el segundo que los primeros. No olvidemos que el tripartito de Montilla, durante el cual Iceta era Portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento de Cataluña, fue un gobierno tan separatista y Anti-España como los de Pujol, Mas, Torra y Puigdemont.
Mientras, Torra lo tiene meridianamente claro: «Los comicios deben rehacer el mandato democrático y avanzar con el objeto de culminar el mandato del 1-O, la independencia». Pero -como decimos- es una vía cortoplacista que en principio no tendría por qué tener mucho recorrido.
Torra tiene las ideas tan claras como cortas. Más peligrosa es la vía largoplacista del bailarín, el cual sabe muy bien que «hablando se entiende la gente»; esto es, hablando catalán se construye la República Catalana; la cual, desde luego, sólo sería una fantasmagoría al estar intervenida por terceras y cuartas potencias que estuviesen interesadas, y lo estarían como es natural, en apropiarse de las riquezas de una parte formal de la capa basal de la nación española. No sería sólo un expolio a Cataluña y a los catalanes, sino al resto de España y al resto de españoles. Para eso sirve el diálogo, para fragmentar. Diálogo, diálogo y diálogo, es decir, fragmentación, fragmentación y fragmentación. Dialoga y fragmenta España.
Daniel López. Doctor en Filosofía.