Y como era de esperar, los secesionistas catalanes, dueños de la Generalidad con beneplácito de los distintos Gobiernos democráticos de la nación, siguen en su deriva rupturista. Una ruptura secesionista para la que llevan décadas –por no hablar ya de un siglo largo– inventando eslóganes con los que guiar a las simplificadas y adoctrinadas cabezas de sus seguidores; victimistas unos, amenazantes otros. Son bien conocidos algunos de los más recientes como España nos roba, Esto va de democracia, Derecho a decidir, La revolución de las sonrisas, el apreteu del mártir Joaquín Torra… Una serie de eslóganes –porque de vender un producto se trata, un producto político y falso, pero producto– pergeñados en torno a la preparación de lo que sería el golpe de Estado perpetrado en 2017 por parte de lo que, con la grandilocuencia propia de los secesionistas, se llamó el Estado Mayor. Un grupúsculo de dirigentes secesionistas que se reunían en paralelo a la Generalidad, contando con miembros de la misma, de los partidos secesionistas y sus derivados callejeros así como de las kulturales Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural.
Tras el fracasado golpe de Estado, la disolución del Estado Mayor y la división producida desde entonces entre las filas secesionistas surgieron algunos nuevos, como Hacer efectivo el mandato del 1-O, o el claro y amenazante Lo volveremos a hacer. No se puede decir que no avisen de sus intenciones y que no lo dejen bien claro con sus acciones. Pero esto no podía quedar así, había que dejar la actitud defensiva y pasar a la ofensiva de nuevo, por eso tras unos años de recomposición ahora llega… El embate democrático –no podía faltar la palabra mágica– contra el Estado, que lleva un tiempo en boca de estos enemigos interiores de la unidad e identidad de España.
Es un eslogan cocinado al fuego de las negociaciones para la investidura, tras las últimas elecciones de la región catalana, entre Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y la CUP; negociaciones que tienen como objetivo investir como presidente del Gobierno de la Generalidad a Pere Aragonès, dirigente actual de ERC. Por eso ya el 26 de febrero pudimos escuchar –al menos los que sabemos catalán– en Catalunya Ràdio –uno de esos órganos de propaganda secesionista que pagamos todos los españoles– a Sergi Sabrià, líder del equipo negociador de ERC, decir que «con la CUP hemos hablado de prepararnos para el embate definitivo y desbordar los límites autonómicos». Y ya en marzo, en el documento de investidura de ambos partidos secesionistas –lo cual, como ya hemos indicado otras veces, es un contrasentido–, pudimos leer que ambos partidos se comprometen a «generar las condiciones necesarias para que podamos plantear el nuevo embate democrático durante esta legislatura». Como decíamos, no se esconden. Y no tienen por qué, porque no les han dado ningún motivo para tener temor, ya que desde el Gobierno español, el actual y anteriores, la norma ha sido no sólo la pasividad sino la cesión y la colaboración continua.
Pero en el documento del acuerdo de investidura también se deja claro un compromiso para revivir el mentado Estado Mayor, que, en otro alarde de grandilocuencia, eso sí, grandilocuencia democrática y dialogada, ahora llaman Mesa de Dirección Estratégica del Independentismo, afirmando que ésta «tiene que servir para trazar las líneas estratégicas, preparar las condiciones para el nuevo embate democrático contra el Estado». Es decir, que además de un acuerdo de investidura estamos hablando de un acuerdo para preparar un nuevo golpe de Estado que busque la secesión de la región catalana y la ruptura de España, esa palabra que no pueden pronunciar ni los secesionistas, a menos que interese, ni otros muchos españoles ideológicamente enfermos que trabajan, camuflados bajo otras banderas y colores, al servicio del mismo fin distáxico. Es por eso que a la embática iniciativa también se ha sumado a finales de marzo el partido competidor, pero no menos secesionista, Junts per Catalunya, a través de un comunicado del también grandilocuente y alocado Cosell per la República. Un partido cuyo líder, el fugado Carlos Puigdemont, ha sacado adelante hace poco una iniciativa, que tampoco es nueva y tampoco ha tenido impedimento alguno por parte de las autoridades españolas, con la que seguir sacando dinero a sus fanatizados votantes y costeando su retiro europeo: el carnet de identidad catalana.
Y si todavía no nos quedaba muy claro en qué consiste ese embate, el propio Pere Aragonès lo explicó sin dar lugar a dudas en su discurso durante el debate de su segunda y fallida investidura el 30 de marzo. En su intervención indicó que el embate de ruptura quería decir independencia, una independencia que pasaría previamente por un referéndum –que dan por hecho que ganarían (ya manipularán todo lo necesario para que así sea) en caso de celebrarse– de kantiana y metafísica autodeterminación. Tampoco podrá faltar una amnistía a todos los presos secesionistas a raíz del golpe de Estado de 2017.
Como vemos, la estrategia secesionista sigue su marcha. A través de la repetición machacona de sus eslóganes y de la victimización continua –a costa del bolsillo de todos los españoles gracias a la colaboración financiera y «dialogante» del malvado Estado español–, los partidos secesionistas poco a poco pretenden levantar la moral a los votantes de sus partidos y recuperar la confianza perdida a través de la épica. Una épica que sólo es posible gracias a la complicidad del Gobierno español, que con esto se hace culpable de la progresiva fragmentación y debilitamiento del Estado y de la nación española en un momento de crisis de gran calado que el secesionismo no va a dejar de aprovechar, como aprovechó con la crisis de 2008. Desde DENAES, pues, no podemos más que llamar la atención sobre estos alarmantes sucesos y las claras declaraciones de intenciones por parte de aquellos que conspiran –esto es, literalmente, que respiran juntos; que van de la mano– para la ruptura de la nación española. Pidiendo al Gobierno que tome cartas en el asunto y haga todo lo que esté en su mano para acabar con este nuevo embate, o, al menos, que deje de colaborar en el mismo. Y a los españoles, a todos sin excepción, se reconozcan o no como tales, no nos queda más que pedirles que combatan en la medida de sus posibilidades contra la ruptura y disolución de la que es su nación. Porque si esta ruptura se produce sin que los españoles hayan movido un músculo para impedirlo es que se merecían su destrucción.
Emmanuel Martínez Alcocer