El embrollo lamentable que ha protagonizado el presidente del Gobierno con su firma del acuerdo con la OTAN y su falta de vergüenza —eterna—negando en España que lo ha hecho tenía un solo objetivo: quedar bien ante su electorado, que cualquier cosa puede pasar en estos momentos inciertos. Dos cosas alarmantes: una, que todavía queda bastante gente dispuesta a darle el voto, y dos, que en España no tiene buena prensa el gasto en defensa.
Al ejército —aunque ahora sí es más valorado por buena parte de la sociedad que se deshace de complejos y por una juventud que no ha mamado la tontería de la muy sobrevalorada transición—siempre se le vio en muchos ambientes como una reminiscencia del franquismo. Se le trataba así como con asquito desde la progresía. Que los progres no han nacido ahora, llevamos sufriéndolos toda la vida.
Hay un dato muy desgraciado que corrobora lo que digo. ¿Saben nuestros jóvenes cuántos militares fueron asesinados a manos de ETA? 103, además de 230 miembros de la Guardia Civil, 183 de la Policía Nacional y 30 de la Policía Municipal. Por ellos no hubo manifestaciones, salvo honrosísimas excepciones.
Con nuestra entrada en la OTAN, en la Unión Europea y más tarde la caída del muro de Berlín se creó la imagen de una seguridad ficticia. Teníamos al primo de Zumosol que nos sacaría de cualquier improbable problema. Ya formábamos parte del club de los ricos del mundo que gozan de la seguridad perpetua. La guerra era cosa de pobres y el ejército una ong destinada a misiones de paz en el mundo. Sólo así era perdonable su existencia. Recordemos que tuvimos un ministro de Defensa, Pepe Bono, que dijo que prefería morir antes que matar, y un presidente del Gobierno que consideraba dicho ministerio prescindible hasta que le encontró utilidad sólo para encerrarnos a cal y canto durante la pandemia. Gasto para defensa en estricto sentido, ¿para qué? ¿Defendernos de quién?
No olvidemos la derogación del servicio militar obligatorio. Es cierto que quizá no estaba bien concebido y que si volviera tendría que ser diferente, pero, a más a más, esta nefasta decisión ahondó en uno de los más graves errores que el régimen del 78 había traído: la falta de cohesión nacional. La mili contribuyó durante décadas a desarrollar la necesaria conciencia de necesidad de defensa nacional, algo de lo que carecemos por completo ahora mismo. El modelo autonómico ha sumergido al español desde su nacimiento en un pequeño submundo llamado comunidad autónoma cuya referencia superior es más Europa que España, o lo que es peor, lo ha hecho murciano —por ejemplo— y ciudadano de mundo. Imaginemos la disponibilidad de cualquier joven para alistarse a defender la patria española.
Mientras en los países del norte de Europa tienen muy bien identificado su enemigo y se preparan concienciando a sus propios hijos en ello e invirtiendo en un ejército real capaz de defenderlos de un probable ataque, nosotros, con un enemigo evidente que atraviesa nuestra frontera todos los días del año a la luz del día, estamos en el comamos y bebamos que mañana moriremos. Pese a este panorama, hay que reconocer que en los últimos años ha comenzado un cambio que la Fundación DENAES ha contribuido a promover. Hay trabajo y hay esperanza.
Carmen Álvarez Vela