El socialglobalista Pedro Sánchez no ha tardado en felicitar baboseando al flamante presidente de los Estados Unidos Joe Biden y a su vicetodo Kamala Harris. Así lo ha exhibido el inquilino monclovita en Twitter: «La Administración de @JoeBiden y @KamalaHarris inicia su andadura. Todos los éxitos y el apoyo de España en esta etapa de esperanza y futuro. Trabajaremos con EE.UU. por la democracia y el refuerzo de una gobernanza global más justa, sostenible e inclusiva. #InaugurationDay». «La igualdad se abre paso de forma imparable en todo el mundo. Por primera vez, EE.UU. tiene a una mujer como vicepresidenta del país. Un cambio de era, no solo para USA, sino para toda la sociedad. ¡Es el tiempo de las mujeres! Enhorabuena, @KamalaHarris! #InaugurationDay».
Una vez más, nuestros dirigentes van a ponerse a los pies de los mandamases del Imperio washingtoniano, de los lobos de Wall Street y de la farándula hollywoodiense. No nos ha ido excesivamente bien cuando nuestros politicastros se han plegado a los planes y programas del Imperio. De hecho fueron «nuestros hombres en la CIA» los que diseñaron el sistema autonómico, que tanto daño ha hecho en más de cuatro décadas y que de manera evidentísima ha podido manifestarse durante la pandemia (aunque los errores, si es que fueron tales y no maldades, del Ejecutivo sociatapodemita fueron letales, porque «mata más el machismo que el coronavirus»).
Nuestros políticos llevan décadas saboteando nuestra soberanía, igual que el actual desgobierno saboteó la prevención contra el virus, como -por poner sólo un ejemplo- cuando no quiso prestar atención a los avisos del mayor especialista de trabajo y técnico superior en riesgos laborales del Reino: José Antonio Nieto, que para más inri sería cesado de su cargo por hacer bien su trabajo (lo que no han hecho Illa y Simón y casi todo el personal del Gobierno, por no decir todo, y sin que por caradurismo extremo, de diboruro de titanio, haya habido ni una sola dimisión).
Finalmente, en Estados Unidos el oficialismo más casposo se ha impuesto tras unas elecciones muy dudosas en las que al menos hay indicios de fraude, y sin embargo no se ha consentido que se investigue judicialmente. La sabia máxima de Pedro Pacheco parece que también vale para lo que pasa al otro lado del Atlántico, para el país canónico de la sacrosanta democracia liberal. Ahora bien, es una grandísima irresponsabilidad y una colosal imprudencia del Partido Demócrata (o tal vez haya que llamarlo directamente «Partido Globalista», aunque también el Partido Republicano tiene a sus alucinados «Illuminati») no querer investigar a fondo qué paso en la noche del 3 al 4 de noviembre, cuando nos acostamos creyendo que Trump se pasaría otros cuatro años en el Despacho Oval y nos levantamos con Biden arrasando así por las buenas, como por emergencia metafísica.
Si la teoría del fraude es un camelo y simplemente ha sido fruto de la ira del mal perder de Trump, ¿a qué temen que se lleve a cabo una seria investigación? De hecho, si se muestra que efectivamente no hubo fraude entonces sería no sólo el final de Trump y del trumpismo sino también del Partido Republicano al quedar éste desnortado. El Partido Demócrata gobernaría con suma legitimidad y no con la incertidumbre y desconfianza que genera a al menos casi la mitad del electorado y a parte del extranjero. Serían muy ingenuos si sabiendo que no ha habido fraude no quisiesen investigarlo de cara al público con verdadera transparencia, y así se entere América y el mundo entero, para vergüenza de los republicanos y de Donald Trump. Y en caso de que no haya fraude ellos lo saben seguro, mucho mejor que los trumpistas.
Si antes de las elecciones nos hubiesen dicho que Trump iba a obtener 74.223.251 votos (algo más de 11 millones respecto a 2016), todos, absolutamente todos, hubiésemos dado por supuesta la victoria del rubiales (como ya creíamos que era así la noche del 3 de noviembre). En 2012 Bombing Obama sacó 3 millones de votos menos que en 2008, cuando obtuvo 69.498.516. No obstante, el fraudulento Premio Nobel de la Paz del mundo mundial globalista consiguió la reelección y con ella a seguir bombardeando que es gerundio. Hillary Clinton, con 65.853.514 votos, alcanzó casi 3 millones más que Trump; y sin embargo, dado el sistema electoral de la otrora «gran nación», el neoyorquino, con 62.984.829, se impuso a la chicagüense.
Al parecer, Joe Biden ha sido, y además de calle, el candidato a la presidencia más popular de la historia estadounidense al romper todos los récords con 81.281.888 votos, 7 millones más que Trump (que de hecho ha sido el presidente más votado de la historia). Si en 2016 votaron 137.053.916 de personas, en 2020 han hecho lo propio 158.209.978. 21 millones de votantes americanos se han unido a la «fiesta de la democracia». Lo cual es sorprendente, y debe tener alguna explicación que de momento parece que no se ha dado. Y no se sostiene que la derrota de Trump se deba a la manifiestamente mejorable gestión de la pandemia, en la que también han tenido culpa los gobernadores de los Estados de ambos partidos, y sobre todo de los demócratas al tener la mayoría de los gobiernos de los Estados costeros, que naturalmente es por donde más ha afectado el virus al tratarse de zonas más transitables. Trump no ha podido perder por el coronavirus porque ha obtenido 11 millones de votos más en relación a los anteriores comicios. La explicación debe ser otra. El muy superable carisma de Joe Biden tampoco parece que dé razones satisfactorias. Y el odio a Trump sólo serviría como justificación psicologista (y además el rubiales también es amado, y lo es 11 millones de veces más que en 2016).
El Gobierno de «España» está siendo el más sumiso a los dictados de la élite globalista financiera, fundamentalmente a través de la Agenda 2030. Y eso es Biden, es decir, justo lo que no es el «negacionista» Donald Trump. Según afirma el vicepresidente Turrión, la Agenda 2030 «debe ser un pilar fundamental de nuestra política exterior», como dejó claro en la VI Conferencia de Embajadores de España celebrada el pasado 19 de enero. Antes, en tiempos de Alicia Zapatero, el pilar fundamental de la política exterior del gobierno español era instalarnos en el limbo geopolítico de la Alianza de las Civilizaciones, que es tan perjudicial como estar en Babia o tan imprudente y traidor como ceder «toneladas de soberanía», que llegaría a decir un ministro que actuó más allá de la jurisdicción del mandato de ZP. Y ahora seguimos avanzando en la agenda antiespañola y pro Wall Street y nos sumergimos sin rechistar e incluso con extrema docilidad a los planes y programas de esa delirante élite que propone ni más ni menos que la locura objetiva de un sistema de gobernanza mundial. De hecho vemos cómo en su tuit Sánchez insiste en reforzar la «gobernanza global». Y para eso, entre otras cosas, está la Agenda 2030. La cual, sin duda, será fructífera para los intereses financieros de dichas élites, pero no para la ciudadanía estadounidense y menos aún para la española. Siendo a su vez un hazmerreír para potencias serias como China y Rusia.
Algo a podrido huele en Washington; y en Madrid, con semejante hedor, están encantados. Ya lo sabía muy bien Gustavo Bueno, cuando con su habitual acierto afirmaba que la democracia realmente existente, la que en su ortograma imperial homologa Estados Unidos, está «podrida hasta la médula» y «hiede». Y ahora resulta que muchos se han caído del guindo al darse cuenta de que Estados Unidos, como España, también es una democracia bananera.
Daniel López. Doctor en Filosofía.