Desde aquella mañana en que el Almirante de la Mar Oceánica, don Cristóbal Colón pisó suelo americano, en busca de la ruta hacia la Especiería, dio a luz un proceso donde España arribó a estas playas y con ella, Grecia, Roma y el Cristianismo, a través de las oleadas ininterrumpidas de las órdenes religiosas como franciscanos, dominicos, mercedarios, jesuitas, entre otras, para expandir la Fe de Cristo. Este proceso, con conflictos desde ya, tuvo su consagración en el fenómeno único en un proceso de conquista en la historia de la humanidad, cuya resultante fue el mestizaje cultural y de sangre, donde lo europeo se fundió con las múltiples y diversas culturas indígenas, haciendo nacer un Nuevo Mundo, donde peninsulares, indígenas, mestizos y criollos convivieron durante tres siglos, enriqueciendo esta nueva realidad. Se fundaron ciudades, universidades, hospitales, iglesias, catedrales, acueductos, caminos reales, colegios de oficios, misiones, extendiéndose el Imperio Hispánico desde la hoy tercera parte de los Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos.
En este peculiar imperio, sus habitantes fueron súbditos del rey, sus territorios virreinatos y no colonias, su modelo de vida se rigió por las múltiples leyes de Indias, los debates teológicos en defensa de los indios, la promoción desde la propia Corona de los matrimonios con los naturales, que hicieron de América, España y Occidente algo nuevo al mundo conocido previo a 1492, a un lado y otro del Atlántico. Surgió así la raza americana, esa que el pensador mexicano José de Vasconcelos bautizó como la «raza cósmica».
En tiempos de postmodernidad donde la batalla cultural arrecia, el wokismo de una izquierda reciclada se enseñorea en crear nuevos relatos falsos e ideologizados y retorcidos paradigmas, recreando la vieja leyenda negra en una neo leyenda detractora de la identidad y cosmovisión que compartimos, aupando neo indigenismos divisorios y radicalizados, creemos relevante rescatar un hecho que exalta en nuestro pasado cercano una ofrenda a esa monumental obra que se produjo en América y que entre otros legados nos dejó una religión mayoritaria, una lengua en común (hablada hoy por más de 600 millones de personas) y una cosmovisión inserta en las raíces de Occidente, como tradición e identidad, algo que hoy pretenden arrebatarnos.
La poetisa de América, un capitán uruguayo y una bandera.
Con motivo de que, en 1932, se celebraría en la República Oriental del Uruguay la VII Conferencia Panamericana, nació la idea, propuesta por la gran poetisa oriental Juana de Ibarbourou, «Juana de América», como la llamaron sus contemporáneos de las letras, un concurso continental para dotar de una bandera que representara los valores de la Hispanidad, como síntesis de unidad de dos mundos que se cruzaron y fundieron a partir de 1492.
El diseño elegido fue el que presentó el capitán del ejército uruguayo Ángel Camblor, quien había cursado la escuela de Guerra en Madrid en 1929. Así nació la «Bandera de la Raza» o de la «Hispanidad», como se la conoció luego, donde el término raza, está exento de un contenido biológico o racista, sino que apunta al componente sociológico, surgido del mestizaje americano. El propio Camblor lo expresó: «Nosotros no consideramos más que la moral: Una raza compuesta por la levadura de indios y españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas las regiones de la tierra. Es la raza sociológica, más del alma que de los huesos…».
Se sumaba así al espíritu del decreto del presidente Hipólito Yrigoyen que estableció en 1917, el 12 de Octubre como fecha Patria. En igual sentido, años más tarde, el presidente Juan D. Perón lo señalaría en 1946/7. Ideales que parecen haber olvidado, hoy, muchos de los seguidores de ambos líderes.
La bandera, posee el paño de color blanco, color de la luz y la pureza, a su vez predominante en muchas banderas del imperio español, como la de las Aspas de Borgoña, testigo de grandes gestas y bandera histórica del Regimiento N°1 de Infantería Patricios que se lució en las invasiones inglesas al Rio de la Plata. Lleva a su vez tres cruces moradas que recuerdan a los reinos de León y Castilla, como a las tres naves que comandó Colón. El sol que parece amanecer, representa el Sol Incaico Inti, como el despertar del nuevo mundo americano. En su esencia la bandera muestra la intención de plasmar las dos visiones que se encontraron para dar origen a uno nuevo: La Hispanidad, como lo definieron en coloquial amistad el jesuita Zacarias de Vizcarra y el gran pensador, ambos españoles, Ramiro de Maeztu, durante su permanencia en Buenos Aires como embajador desde 1928 a 1930, y que dio origen a su magnífico escrito, «Defensa de la Hispanidad».
El acto solemne de izamiento, por las manos de la propia Juana de Ibarbourou, se realizó el 12 de octubre de 1932, en la Plaza Independencia de la ciudad de Montevideo, ante la asistencia de autoridades nacionales, delegaciones diplomáticas, fuerzas del ejército y alumnos de diversas escuelas.
La enseña fue adoptada en toda América: Brasil, Paraguay, Colombia, Guatemala, Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Costa Rica, Panamá, El Salvador, la Argentina, México (donde se dispuso que fuera jurada en las escuelas públicas por millones de alumnos. Algo que deben haber olvidado el saliente presidente Andrés Manuel López Obrador y la actual presidente Claudia Sheinbaum Pardo, ambos detractores de España y negadores del pasado histórico real, no la narrativa que pretenden inventar).
En la Argentina, la bandera fue izada en la Sociedad Rural de Palermo en 1933, ante la presencia de 60.000 personas, el entonces presidente Agustín P. Justo, el embajador de España, cuerpo diplomático, eclesiástico, y su creador, el capitán Camblor.
Fue una colorida fiesta, donde las crónicas y fotos muestran el desfile de asociaciones españolas, con sus trajes típicos: Vascos, gallegos, asturianos, aragoneses, junto a gauchos montados en representación de grupos criollos.
El primer diputado socialista electo, D. Alfredo Palacios fue uno de los asistentes al acto. Algo que sin duda molestaría, y mucho, a los diputados de la izquierda vernácula de hoy.
En toda América se emitieron sellos postales conmemorativos con la imagen y alusiones a la bandera, la Hispanidad y su simbolismo.
Cuando observamos el surgimiento de banderas de todo tipo y color, como la LGTB+, la Trans, la de los pueblos originarios (Wiphala); o las múltiples banderas mapuches (Wenufoye, una de tantas) con un claro mensaje de confrontación contra la idea del estado nacional, donde se ataca todo lo hispano-criollo, incluido sus valores religiosos, cambiando escudos centenarios como hizo Nicolás Maduro con el de Caracas, para darle un toque «bolivariano», siguiendo a su mentor Hugo Chávez que designó al 12 de octubre como el «Día de la Resistencia Indígena»; o destruyendo monumentos, como sucedió en Estados Unidos con el ultraizquierdista Lives Black Matters , quemando iglesias, destruyendo estatuas de San Fray Junípero Serra, Isabel la Católica, Colón, Cervantes y hasta Jefferson. O en nuestro país cuando el complejo escultórico de Colón fue desmontado y secuestrado por la entones presidente Cristina Kirchner, quien en 2010 designó al 12 de octubre como el «Día de la Diversidad Cultural», algo que no ha sido modificado por el presidente Javier Milei, como no lo hizo Mauricio Macri, durante su gestión.
Por ello, hoy celebramos el fasto patrio como corresponde, el «Día de la Hispanidad», rescatando del olvido esa bandera que supo flamear en América, como símbolo de unión de ese monumental proceso iniciado en 1492 que, con luces y sombras, dieron el Ser a eso que hoy es Hispanoamérica que, al decir del gran poeta nicaragüense, Rubén Darío, “Aún reza a Jesucristo y habla el español…”.
Ignacio F. Bracht
(*) El autor es Lic. en Historia, Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia, Miembro de Número de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación, Vicepresidente del Instituto Cultural Argentino Uruguayo. Autor, entre otros libros, de “Hispanidad. Escritos en Defensa Propia”.