Conferencia de Santiago Abascal Conde – 1 diciembre de 2009. Madrid; Executive Forum España

ESQUEMA

1. A modo de justificación

2. Crisis general

3. Postales de España o el Album de muchas crisis

4. Crisis económica o la manifestación de un problema de fondo

5. Degradación de las Instituciones

6. La crisis nacional

7. La desmoralización de España

7.1. Una idea de Patriotismo

7.2. La concordia nacional y la reforma constitucional

8. La España por venir

A MODO DE JUSTIFICACIÓN

Yo soy un reformista. No soy un revolucionario ni un anti-sistema. Lo digo porque mucho de lo que apunte puede ser interesadamente interpretado conforme a uno de estos parámetros ideológicos: reaccionario o revolucionario, y ninguno de ellos corresponde a mi planteamiento vital , intelectual y político.

Es más, he dejado los mejores años de mi vida defendiendo el actual sistema constitucional español y pagando las consecuencias de esta defensa. Tal compromiso con una Constitución democrática y con el Estado de Derecho, en esencia un compromiso con una España socialmente unida y territorialmente cohesionada, me ha supuesto, y nos ha supuesto a muchos, sacrificios y consecuencias personales que no hace falta detallar.

Digo esto sin ánimo de que se me reconozca ni de reivindicarme. Solo como acreditación de que yo he defendido «hasta las últimas consecuencias» el modelo constitucional, político y social surgido de la Transición, cuya regeneración y reforma profunda voy paradójicamente a proponer, para poder mantener sus valores esenciales, objeto hoy de muy graves amenazas.

CRISIS GLOBAL

España vive una crisis general y no sólo material o económica. La crisis es esencialmente institucional y nacional, detrás de la cual se esconde una profunda crisis moral.

Para abordar un escenario tan complejo contamos además con algún lastre que no nos sirve precisamente de vitualla: una tara que parece abundar en el alma española, y es que este es un país que no está dispuesto a tomarse en serio sus problemas.

Sean del orden que sean, económicos, territoriales u organizativos. Debemos pensar que las cosas se solucionan solas, o que se arreglan por decantación, suavemente, sin intervenir, dimitiendo de nuestras obligaciones, sin hacer nada.

Pero no es así; las cosas se arreglan o reforman, primero tomando la decisión de arreglarlas o reformarlas, y después arreglándolas, restaurándolas o reformándolas.

POSTALES DE ESPAÑA

Comenzaré esta intervención mostrándoles la España iconográfica. La de mi particular colección de postales. Las que tengo en la retina. Las que me duelen en el alma.

Tan solo les mostraré un puñado de postales, de un álbum que ustedes podrían completar mejor que yo, que es el álbum de muchas crisis.

1.Un hombre mayor cava una zanja en Sevilla. Es el abuelo de la niña Marta del Castillo desesperado, impotente, que busca el cuerpo sin vida de su nieta asesinada. Porque, digámoslo claro, una legislación penal y procesal con un planteamiento desequilibrado, y al final injusto, permite demasiadas veces la impunidad de los criminales y la desesperación de las víctimas.

2. Un fiscal camina hacia la Audiencia Nacional. En sus manos, un documento destinado al registro. En el documento; la petición de archivo del caso Faisán, el conocido chivatazo a ETA, la mayor traición cometida por alguien contra las víctimas del terrorismo y contra el imperio de la ley y el Estado constitucional.

3. Un hombre hace cola. Tras de sí una mujer mayor. Delante un joven. Es la cola del paro. Donde se agolpan desesperados casi cinco millones de españoles, a muchos de los cuales solo les queda otra cola, la de los comedores sociales, o la beneficiencia de la institución más importante, eficiente y altruista de este país: La familia.

4.Una señora deja un voluminoso montón de folios en un cajón. Los folios se suman a otro montón aun más voluminoso. Cierra el cajón. Es la presidenta del Tribunal Constitucional que lleva tres años de tormento, incapaz de decir la verdad constitucional sobre un estatuto que además de inconstitucional es profundamente antinacional.
Existen demasiados signos de fracaso institucional, de falta de representatividad de los partidos, de corrupción ideológica, moral y económica; que son pinceladas de la descomposición y degradación del Estado y de cierta disolución social.

La encrucijada es grave para España por la coincidencia de varias crisis. Es como si todos los vectores disolventes, todos los caminos erróneos hubieran concluido ante un mismo abismo, el que solo nos quedara o precipitarnos, o cambiarnos, reformarnos, dotarnos de alas, y de una nueva visión para afrontar el futuro.

CRISIS ECONÓMICA O LA MANIFESTACIÓN DE UN PROBLEMA DE FONDO

Creo firmemente que no saldremos de la crisis económica, o tardaremos mucho en salir, si a significativas reformas del modelo económico y productivo no les acompañan reformas aun más importantes en el modelo político y territorial español, y cambios psicológicos en la mente de los españoles y de sus élites dirigentes.

Pero dejaré de lado la crisis económica, porque no soy economista. Y de ella se ocupan profusa y únicamente los que sobrevuelan la superficie.
Prefiero en este caso la vista submarina, para ver el fondo de las cosas; a la de la gaviota que solo otea la superficie; y por lo tanto me centraré en el análisis de las crisis institucional, nacional y de valores.

LA DEGRADACIÓN DE LAS INSTITUCIONES

En España las instituciones no funcionan. O si lo prefieren ustedes; ya no funcionan como debieran.

Ya sé que los apóstoles del pensamiento oficial, los integrantes del “establishment”, y los que dulce y plácidamente se amamantan colgados de los presupuestos públicos, creen mayoritariamente, y sentencian unánimemente, que este tipo de afirmaciones son una irresponsabilidad, máxime viniendo de alguien que, como es mi caso, ha formado parte de varias instituciones españolas; municipales, provinciales y regionales. Y forma parte aun de alguna institución constitucionalmente esencial; me refiero a los partidos políticos.

Los partidos son la primera institución que ha comenzado a funcionar mal, por traicionar el mandato constitucional de conducirse internamente de manera democrática. Y es que la Constitución de 1978 consagra una democracia basada ante todo en los partidos, pero los partidos no son internamente demasiado democráticos. Así las cosas; la crisis de la representatividad política está servida.

Uno de los problemas de España es que pocos dicen en público lo que afirman en privado. ¿Por responsabilidad?, ¿por conveniencia?, ¿por miedo? No lo sé a ciencia cierta. El otro día tuve la oportunidad de escuchar en un ámbito privado y reducido, a una voz muy autorizada, lamentos sobre el estado actual de la Constitución de 1978: “Hemos fracasado”, “la Constitución es ya un cadáver insepulto, que pronto va a despedir un hedor insoportable”, “ y lo peor es que no se va a poder sepultar, porque no va a haber una nueva Constitución”.

Casi nada. Comparto el análisis aunque no la desesperanza, quizá por razones generacionales. Yo tengo esperanza en España, en la Nación, en la capacidad de unas minorías patriotas y generosas, de liderar a la sociedad española para un cambio de rumbo, o al menos para retomar un rumbo seguro y cierto.

Lo que algunas personas significadas manifiestan en privado, yo quiero decirlo en público, abiertamente, sin miedo ninguno. Con sinceridad y responsabilidad. Porque lo responsable es decir en público que el Rey va desnudo y lo antipatriótico es callarlo. Y porque es radicalmente cierto que la crisis de las instituciones españolas es global. Que las instituciones no funcionan como tendrían que hacerlo.

Empecemos por lo incontestable. El Tribunal Constitucional no funciona. Y si esto fuera falso, hace tiempo que habría resuelto la mayor crisis territorial acaecida en la España constitucional. La provocada por el Estatuto de Cataluña.

El Tribunal Constitucional, no funciona, entre otras razones, porque el Gobierno de la Nación y la mayoría parlamentaria en las propias Cortes Generales no se han atenido a la Constitución, y porque son ellos, al fin y al cabo, quienes determinan en su mayor parte la composición del propio Tribunal Constitucional.

El Gobierno, en la práctica, también manda sobre el Parlamento nacional, que lamentablemente se ha convertido en una de las instituciones más débiles de nuestra democracia, habida cuenta de que el Gobierno decide por el grupo parlamentario que lo apoya y el líder de la oposición lo hace por el bloque de sus diputados, y ambos se limitan a negociar en la trastienda del Congreso con sus ocasionales aliados de las minorías nacionalistas, a expensas muchas veces del interés general de España.

No me detendré en los Parlamentos autonómicos, con ínfulas nacionales, y aun más degenerados, cuyas actuales atribuciones complican extraordinariamente la regeneración del gobierno de la cosa pública.

Y es –¡cómo no!– el Gobierno de turno, en combinación con los Portavoces parlamentarios, a partir de unas negociaciones a menudo perfectamente opacas, el que maneja, a través de un sistema de cuotas, el poder judicial, convirtiendo a éste –-además de al legislativo– en correa de trasmisión del poder ejecutivo.

Por eso y por otras razones las instituciones judiciales son vistas con desconfianza por los ciudadanos. Su lentitud, sus fallos, sus arbitrariedades, convierten a la justicia española -–en la que hay grandes profesionales, dicho sea sin ninguna cortapisa– en una justicia mastodóntica y, permítanme el uso de un término de mi invención, “tombólica».

¿Cómo pueden funcionar las cosas en España si quien pretende manejarlo todo no sabe hacerlo? Si tenemos un ejecutivo que no resuelve los problemas, sino que los crea –el secuestro del Alakrana, o el rosario de reformas estatutarias avaladas desde La Moncloa, valen como alegoría de la incapacidad gubernamental–.

Sin duda, la actuación del actual Gobierno es el mayor ejemplo de improvisación caótica de la democracia española, ceremonia improvisadora a la que se han sumado todos sin recato cuando coyunturalmente les ha convenido.

¿Qué decir del manejo partidista de las Cajas de Ahorros en plena crisis?, ¿y del resto de instituciones económicas, decidiendo a salto de mata y viviendo de la deuda, y por lo tanto del dinero que aun no han producido nuestros hijos y nietos?, ¿y de la crisis de legitimidad, de liderazgo, y de la ausencia de democracia interna real en los partidos políticos?, ¿y de unos sindicatos adictos al poder, cegados por la ideología de clase, y parásitos de las cuentas públicas?, ¿y de la rendición completa de todas las instituciones públicas ante la pitada organizada contra el Rey y el himno nacional en Mestalla? ¿o del fracaso de la candidatura de MADRID 2016?, entre otras razones, por una muy silenciada, pero señalada en el informe del COI: en España no está claro quién manda, qué institución tiene la última palabra, si la local, la autonómica o la nacional.

Es así: fuera nos ven como un pollo sin cabeza, como un Estado decapitado.

Francamente, la crisis es generaliza. La metástasis afecta a todo el cuerpo institucional español.

Haré una predicción. En cinco, en diez, en quince años, la España que conocemos será otra, muy distinta, pero a ésta le llega su fin.

Entonces no valdrán las medias tintas; o la corrupción será generalizada, el Estado confederal y el relativismo moral absoluto; o tendremos una España más unida, con unas instituciones públicas regeneradas, tras haber hecho verdaderas reformas en el sistema político y trascendentales cambios en la realidad española. No sé qué será lo que venga, pero será nuevo, y será distinto.

Porque ante un proceso de disolución, solo cabe su aceptación o la formulación de un programa de reforma y regeneración.

Ya sé que no dibujo ningún éxito, que no les muestro postales atractivas, porque francamente encuentro pocas. Y solo se me ocurren los trofeos y hazañas deportivos, y los de algunas de las grandes empresas españolas que triunfan en el mundo.

LA CRISIS NACIONAL

Por supuesto, uno de los más graves problemas que tenemos los españoles, y que tiene que ver con la hondísima crisis nacional que padecemos, hunde sus profundísimas raíces en viejos debates historiográficos.

Su primera manifestación se percibe en el rechazo que sentimos hacia nosotros mismos como colectividad y hacia nuestro devenir histórico.
Es una reactualización de la vieja Leyenda Negra sobre nuestra Historia, que ha contagiado a numerosos españoles a lo largo de los tiempos, y que impugna globalmente, sin concederles ningún mérito, los hechos más significativos, trascendentes y valiosos, a pesar de sus claroscuros, de nuestro pasado común: la Reconquista, el Descubrimiento, y la gran obra civilizadora que dio lugar a la Hispanidad, sin duda una de las más decisivas empresas para la occidentalización del orbe.

Ese rechazo a nosotros mismos nos lastra, nos hace arrastrarnos y ser débiles como un gigante con los pies de barro.

Y es entonces, cuando el gigante está débil, cuando llega la hora de los enanos, como sucedió también tras el desastre del 98. Caracterizado por la extensión del corrosivo particularismo, al que ya se refiriera Ortega.

Particularismo creciente en nuestros días, en los que los grupos políticos y las tierras de España están empezando de nuevo a darse la espalda unos a otros, con sus reformas estatutarias anticonstitucionales que ya no engañan a nadie, por mucho que nos digan los partidos y el Tribunal Constitucional.

Tan grave es este problema que conferencia aparte merecería la crisis territorial de la suicida España autonómica; los blindajes de las aguas de los ríos, la locura urbanística española en manos demasiadas veces de los poderes caciquiles y corruptos de las corporaciones locales; los parques nacionales troceados por el autonomismo rampante y la absurda interpretación del Tribunal Constitucional; la protección civil anti-incendios maniatada por la normalización lingüística; ¡Traductores de español-catalán con delegación de Nicaragua en el Parlamento de Cataluña! , y el no va más ¡ refrendos separatistas en medio centenar de ayuntamientos de Cataluña!

Dichos sean como ejemplos paradigmáticos de la cacareada España plural, dotada de una estructura territorial, que se ha convertido en un sistema degradado y descompuesto, con una deriva progresivamente antinacional, liberticida, anti-igualitaria, ineficiente y costosísima.
Porque es así, y nadie sensato puede impugnarlo. Las instituciones autonómicas conforman un Frankenstein territorial, hecho de trozos, tambaleante, que camina desnortado. Sin meta, ni objetivo. Alienado. Alienado como España, carente de un proyecto común, de un sitio en el mundo, de una intención, de un destino compartido. Y paralizado, boquiabierto e incapaz de acometer las importantísimas reformas estructurales y mentales que necesita la España por venir.
Falta patriotismo, falta proyecto. Sobra egoísmo y sobran proyectos propios,

Y esto tiene mucho que ver con la…….

LA DESMORALIZACIÓN DE ESPAÑA

Desde algún origen nihilista confluye en esa encrucijada de crisis, el camino de la crisis moral, que se manifiesta en unas élites desmoralizadas, cortoplacistas, que piensan solo en la conquista del poder; y en una sociedad desesperanzada, resignada, sin referencias, sin alternativa, acobardada, aunque también irritada.
La corrupción campando a sus anchas en la vida pública española, no solo política, también empresarial y mediática. Y no solo corrupción económico, sino también moral e ideológica.

La televisión dando las referencias equivocadas, las instituciones explicando los modos propios para una masturbación placentera; algunos colegios planteando duchas colectivas de niños y niñas; la autoridad paterna desautorizada por el Estado; la vida humana relativizada en el vientre materno.

La moral no es solamente cosa de la religión.

La moralidad es propia de la naturaleza humana. Nos distingue de los animales. Un hombre sin moral no es un hombre; o es una hiena o es una oveja. O un depredador o un borrego.

Pero por muy nebuloso que parezca el futuro, yo tengo esperanza en España.

Por eso quiero hablarles de la….

LA ESPAÑA POR VENIR

Enfrentamos, como Nación, una encrucijada histórica:

Reformas o descomposición. Tal es el lema de España.

Solo hay un camino, no hay dos. Sólo uno para la salvación que está en
la recuperación del patriotismo, en el Acuerdo Nacional, y en la Reforma constitucional
La fortaleza de España no está patriotismo constitucional, rebajado, convenientemente diluido, en el patriotismo descremado, bajo en calorías, anti-histórico y que no nos mueve a hacer cosas serias. La fortaleza de España como Nación, está en la sencillez y autenticidad del patriotismo español, a secas, sin apellidos si se quiere, un patriotismo que no tiene que adornarse, ni disimularse, ni hacer aspavientos y exageraciones.

Tal patriotismo -–el que se practica en casi todas los lugares con los que tenemos una mínima coincidencia cultural y moral–, tiene dos vertientes: el patriotismo como sentimiento natural del alma humana y el patriotismo como virtud cívica.

El patriotismo como sentimiento natural del alma, nos hace identificarnos con nuestros iguales, nuestros connacionales, de un modo especial, más emotivo, y ello a través de un mecanismo natural –-no calculado–, el mismo mecanismo que nos hace identificarnos con nuestro padre y nuestra madre, y con nuestros hermanos, sabiendo que son los nuestros, quizás no los mejores, que tienen sus virtudes, que debemos emular y legar a nuestros descendientes, y también sus errores, que no debemos repetir, pero que no debemos magnificar hasta crear una tenebrosa leyenda negra.

Pero el patriotismo es también una virtud cívica que da nuestra medida, nuestra salud, como miembros de una Nación.

No es solo un sentimiento que nos empuje a ahogarnos en los amores más básicos y primarios, en los recuerdos de cada familia, de cada pueblo, de cada nación, que nos impele a valorar sólo y exclusivamente nuestra particular identidad (eso ya lo hace el nacionalismo).

El patriotismo no consiste únicamente en una emoción ante lo que simboliza nuestra historia.

El patriotismo es también una virtud cívica, es un esfuerzo, es un examen diario, que nos pone a prueba, que examina la autenticidad de nuestros afectos, y nuestra calidad como ciudadanos.

El patriotismo es también una virtud cívica racional, una conciencia que nos vigila en nuestro quehacer diario, que nos obliga a fijarnos en lo que nos une y nos hermana, y desterrar, orillar si se quiere, lo que nos enfrenta y nos divide. El patriotismo, en consecuencia, exige que nos propongamos tareas y proyectos en pro del bien común.

La España consciente, que existe en la sociedad española, –- no así sus líderes–, hace tiempo que se ha dado cuenta de esto, y nos pide sentido común, respeto a lo evidente, se identifica y siente la Nación con arreglo a unas constataciones históricas, y quiere un Estado sólido para defender todo eso; para defender la libertad de los españoles, la igualdad jurídica de los ciudadanos, la integridad territorial y la unidad histórica y social de la Nación.

Concordia Nacional y Reforma Constitucional

A todo esto, a los verdaderos, abrumadores y mayoritarios sentimientos y deseos de la Nación ha de responder, es su obligación, el Estado y sus instituciones.

Y ya solo puede hacerlo con una reforma del sistema, con una reforma constitucional profunda que garantice efectivamente el ejercicio de la soberanía por el conjunto de los españoles y la unidad nacional en el marco del Estado constitucional.

La Constitución española vigente, ha sido muy útil porque ha garantizado nuestro más largo periodo de paz en democracia y libertad.
Pero desde que fue alumbrada, los nacionalistas, –que no han desfallecido–, comenzaron con sus exigencias, obtuvieron nuestras cesiones, cometieron sus deslealtades; resintiendo sus costuras – sus delgadas paredes-que hoy amenazan con romperse definitivamente en una evidentísima agonía del consenso del 78.

Por todo ello, el orden constitucional, si desea sobrevivir, debe restaurarse. Y debe hacerlo cuestionando el desmesurado poder de las autonomías, recuperando el timón en algunas materias como la educación, la ordenación del territorio y el urbanismo, el medio ambiente, y la protección civil, entre otras, porque necesitamos un Estado sostenible, y retocando constitucionalmente el sistema electoral para que en España las minorías no gobiernen a la mayoría , y para que la igualdad de los españoles ante la Ley no sea una figura retórica en el artículo 14 de una Constitución.

Y eso solo es posible desde varios presupuestos: primero; la asunción de que la consolidación de la vigencia del nuevo Estatuto de Cataluña (y con él del reguero de reformas de los demás Estatutos de Autonomía) es la muerte de facto de la Constitución.

Segundo; el cambio de orientación estratégica de la política de pactos renunciando a las coaliciones con las minorías disgregadoras.

Y tercero; el gobierno transitorio de gran coalición entre PP-PSOE, en representación del 85% de los electores españoles, y que supondría la consolidación y profundización del entendimiento patriótico iniciado en el País Vasco, para acometer una reforma constitucional profunda, agravada, que salvando el consenso de la transición, ponga los puntos sobres las íes a los nacionalistas con un fortalecimiento y recuperación de las funciones del Estado y con una extirpación clara de concesiones simbólicas de tantas y tan nefastas consecuencias como la introducción del equívoco término “nacionalidades” en el artículo 2º de la Constitución.

Todo ello con una máxima: los nacionalismos no son integrables en una visión común, y no desmembrada y particularista, de España. Por una razón. No quieren integrarse. Como ya dijo Julián Marías “no se puede contentar a quien no se quiere contentar”.

Para ellos todo lo que no sea basarse en la bilateralidad (Cataluña y España, País Vasco y España, etc.) es rechazable, pues según ellos no existe una comunidad histórica, cultural y política superior (España) que integre a todos y, por tanto, tampoco debe reconocerse una sola soberanía por encima de todos (la de la Nación Española).

Ningún gran partido nacional puede volver a ser tomado como rehén por los nacionalistas.

No se debe pactar con ellos, –es inmoral, es antidemocrático– pero es que además ya no se puede pactar nada distinto de materias que afectan de lleno al ejercicio de la soberanía, como viene demostrando a diario la actitud de los nacionalistas sobre el Estatuto de Cataluña, y de sus correas de trasmisión; los medios de comunicación catalanes.
Pactar con ellos es, pues, materialmente imposible. No hay objeto material sobre el que pactar. No nos equivoquemos, sólo nos queda España, su soberanía nacional y su integridad territorial.

Ni el año 78 con el acuerdo constitucional, ni el 86 con los pactos PSOE-PNV en el País Vasco, ni el 93 con los apoyos a la investidura de Felipe Gónzalez, ni el 96 con los acuerdos del PP con los nacionalistas, ni mucho menos el 2004 con los pactos PSOE–ERC, han servido para moderar el secesionismo o integrarlo en la gobernabilidad de España y en un proyecto común.

Como prueba inapelable; a la vista está la situación actual.

Si de algo estoy convencido es de que estos no son planteamientos extremistas. Porque lo realmente moderado es el gran acuerdo nacional, la concordia sincera y auténtica entre españoles, el pacto entre quienes representan, mal pero representan, a más españoles.
Eso es lo único sensato, razonable, moderado, y que conduciría la vida política española por la senda de la centralidad política y no por la del esperpento.

Cabe una política nueva, no ensayada, de concordia, frente a la política vieja, torpe, fracasada y suicida de pactar con los nacionalistas. Hay una alternativa. Existe otro camino. Solo hay que proponerse recorrerlo.

ESPERANZA EN ESPAÑA

Sé que no lo parece, habida cuenta de lo que hoy he dicho aquí; pero….
Yo tengo esperanza en España.

España, tiene una ventaja. Es un país vital, con energía, con ánimos. No es un país mortecino, envejecido; en decadencia.

España está fallando en los campos de la conciencia, pero queda una esperanza en los de la vitalidad.

Como un chico con salud, vitalidad fortísima. Pero aturdida, que no piensa, que no reflexiona, que vive el día a día. Que está en el hedonismo, que no tiene un proyecto de vida, que no sabe a dónde va ni qué hacer con su futuro.

España, con esa vitalidad que le es propia, tiene que mirarse adentro y pensar cómo es ahora y cómo debiera ser. Qué va a hacer en el mundo. Cuál ha de ser su proyecto. Cuál su dedicación colectiva.

España, como un joven vacío, pero vital; necesita –-primero– disciplinarse (buena organización), y segundo, tomarse en serio lo que hace. No dispersarse, no desistir. Perseverar.

Como diría Ortega, hay que estar a las “cosas”.

España tiene que volver a tomarse en serio a sí misma y no abandonarse a la inacción y la impotencia, y desde luego, puede hacerlo.

Yo tengo esperanza. Creo que hay una España por venir, una España nueva. Está en nuestras manos, en nuestra cabeza, y en el corazón de millones de españoles.

Humildemente; yo me comprometo ante ustedes a hacer todo lo que pueda, porque parafraseando a Celaya yo creo que por España merece la pena “tomar partido hasta mancharse”.