El gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón ya tiene cien días. Y qué menos que celebrarlo desde Denaes, porque no todos los días un presidente de la nación española cumple cien días. Y sí, aunque no lo parezca, Sánchez es el presidente de la nación española desde aquella conmoción de censura del 1 de junio de 2018.

Según las palabras del monclovita ya centenario, su gobierno es un «gobierno feminista, europeísta, ecologista y progresista». Sólo le faltó decir retroantifranquista, pero eso va de suyo. Es el gobierno de la «España plural», es decir, la España en la que caben los separatistas y los «migrantes» antes que nadie. Es un gobierno humanista que, en nombre de la ética y de los sacrosantos Derechos Humanos, acoge a los africanos embarcados en el Aquarius. Un gobierno que representa a la «España honrada», porque otra vez la gobierna el partido de los «cien años de honradez» (pero desde entonces ni uno más) y no el partido hipercorrupto de los papeles de Bárcenas y de los tarros de Cifuentes. Es, en fin, un gobierno «facha», porque es pura fachada.

Sánchez anunció un «cambio de época», el cual traerá «grandes transformaciones», porque su ejecutivo va a ser «la agenda del cambio». ¡Virgencita que me quede como estoy!

Es muy posible que, pese a su alianza con los separatistas y los podemitas (valga la redundancia) para llegar al poder «como sea», no le pase factura electoralmente en las próximas elecciones al PSOE (Pedro Sánchez Odia a España). Y digo que es muy posible porque en España tenemos el cerebro hecho polvo.

La quintaesencia del gobierno sanchista es el retroantifranquismo negrolegendario. ¡He ahí el cambio! ¡He ahí la agenda del nuevo ejecutivo! ¡He ahí la solución a todos nuestros males! Hay que sacar los huesos de Franco del Valle de los Caídos: lo demás se le dará a los españoles por añadidura.

Desde hace 14 años vivimos bajo la fiebre del retroantifranquismo negrolegendario. Pero los cien días de sanchismo se llevan la palma. Es una locura objetiva e institucionalizada. De lo que más habla el ejecutivo centenario es de Franco. Ningún otro jefe de Estado o presidente del gobierno (ya sea del Régimen del 78 o siquiera de la idealizada Segunda República) ha sido mencionado día sí y día también, ¡ni de lejos se le aproxima quien sea el segundo más mencionado! El mantra del gobierno sanchista es «Franco, Franco, Franco». Ahora se menciona más a Franco de lo que el Generalísimo era mencionado en pleno franquismo. ¡Ni en el No-Do! Rajoy y los demás ya son historia, Franco es presente en marcha.

Si no es por Franco este gobierno «Frankenstein» se queda sin discurso. Después de Franco, ¿qué?: así tituló un libro Santiago Carrillo ya en 1965, diez años antes de la muerte en la cama del invicto Caudillo. Pues bien, ese «qué» del «después» vino a ser la partitocracia coronada de la corrupción delictiva (con innumerables escandalosos que dejan en «pañales» a los pocos que hubo durante el franquismo) y la corrupción no delictiva (el separatismo y las «autonosuyas»), y ya con treinta años de régimen partitocrático vino la corrupción histórica galopante y la demencia senil o infantil, según se mire, del retroantifranquismo negrolegendario: el tema de nuestro tiempo, que diría Ortega; la ideología dominante, que diría Marx; el pensamiento Alicia, que diría Bueno. Cabría hacerse la siguiente pregunta (pregunta que es posible que se estén haciendo tanto sociatas como podemitas): Después de sacar los huesos de Franco del Valle de los Caídos, ¿qué?

La decisión de exhumar a Franco «dignifica nuestra democracia», afirma Sánchez. Porque si los problemas de la democracia se solucionan con más democracia, los problemas del retroantifranquismo se solucionan con más retroantifranquismo. O, mejor dicho, los problemas de la democracia se resuelven con más retroantifranquismo. Y es el retroantifranquismo lo que une a los demócratas. ¡Retroantifranquistas de todos los pueblos sometidos por el malvadísimo y franquista Estado Español, uníos! O más bien separaos, que es en lo que estáis. He aquí el triunfo de la voluntad de la ley de corrupción histórica, la mayor de las corrupciones ideológicas. He aquí el triunfo de la voluntad del fundamentalismo democrático ingenuo que no sólo hace posible sino que además fomenta rabiosamente el retroantifranquismo ingenuo. Aunque, para el provecho de algunos, no tan ingenuo; dado el buen negocio que supone Franco y el franquismo: podríamos hablar de «la industria del retroantifranquismo», un chollo llamado Francisco Franco. Y es que -como dijo el gran filósofo español de nuestro tiempo- la democracia realmente existente está podrida hasta la médula: hiede.

El 24 de agosto escribía el señor Sánchez en su muro de Facebook: «El gobierno actúa con severidad y moderación. Para devolver la dignidad a las víctimas del franquismo y a la democracia. Las heridas han estado abiertas durante demasiados años. Ha llegado el momento de cerrarlas». Como si la ley de amnistía de 1977 no hubiese cerrado las heridas o no hubiese sido suficiente con la propia Constitución del 78. Es más, ya se cerraron durante el propio franquismo, aunque esta verdad duela a los retroantifranquistas recalcitrantes alucinados. Pero ahora resulta que no, que hasta que no vino Sánchez las heridas no se cerraron. He aquí a Pedro Sánchez II el Pacificador («II» porque existe otro Pedro Sánchez: Pedro Sánchez de Acre, el Bueno).

Pero el 28 de agosto Sánchez cambió de opinión y afirmaba que el Valle de los Caídos, debido a su carga simbólica, no puede ser un lugar de reconciliación ni un museo de la memoria, sino un cementerio civil. ¿Entonces también se van a exhumar a los soldados, de uno y otro bando, allí enterrados?

Si se me permite traer mi memoria histórica a colación, recuerdo que en los años 80 y 90 apenas se hablaba de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo. Se decía que Franco era un ser malo/malísimo, pero no se decía nada más y el asunto se daba por zanjado. Aunque ya se venía incubando desde antes (cuando Aznar, el republicano Aznar, sacaba de paseo a Azaña), el retroantifranquismo negrolegendario empezó a explotar con la llegada de Zapatero a la Moncloa (tras aquel fatídico jueves 11 de marzo y ese mediático sábado 13 de marzo). Pero durante los siete años de mandato de ese hombre nefasto llamado José Luis no hubo tiempo para desenterrar a Franco de su tumba de Cuelgamuros (de los catorce años del felipismo ya ni hablamos). Y por consiguiente, que diría un presidente, ahora urge.

Hace falta ser en exceso miserable para querer desenterrar a un muerto que pertenece a la historia. Aunque para ello también hace falta histerismo e impotencia, así como cretinismo y mendacidad. No obstante, lo que se está haciendo contra un muerto y su tumba no se hace contra los vivos; y estos son los separatistas catalanes, contra los cuales los sociatas no son beligerantes porque, entre otras cosas, son el soporte del gobierno Sanchezstein.

Pero la cosa no se queda ahí, porque si sólo fuese sacar los huesos de Franco del Valle de los Caídos… Pero hay mucho más, pues la Administración Sánchez está proponiendo la creación de una «Comisión de la Verdad», que es muy posible que salga adelante con los apoyos de los que le hicieron ganar la moción de censura contra Rajoy, esto es, con el apoyo de los enemigos de la nación española. Una comisión de la «verdad» que, a buen seguro, vendría a ser una Comisión de la Leyenda Negra retroantifranquista. Lo más gracioso de todo será ver qué Idea de verdad ejercitarán estos «genios» a la hora de tratar temas tan polémicos y dialécticos como la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo. Lo más probable es que ni siquiera tales sabios nos brinden una teoría de la verdad, porque tampoco dispondrán de una gnoseología, ni tampoco de una epistemología y una ontología. Aunque ya podemos vislumbrar la verdad de la comisión: la «verdad» de la metodología negrolegendaria, que consiste en exagerar lo que interesa y en omitir lo que no interesa para el cumplimiento de los perversos fines políticos de los comisionados y sus jefes. Todo ello, naturalmente, a costa del contribuyente, ya que «el dinero público no es de nadie».

Si finalmente tal propuesta se aprueba y tal comisión se pone en marcha entonces no habrá más remedio que ponerse en rebeldía, porque ante la patraña y el sectarismo no cabe ni la más mínima consideración.

Y con todo, el partido que ahora lidera Sánchez no luchó en la Guerra Civil y, ni mucho menos, hizo oposición al franquismo. Y decimos que no luchó porque el partido del señor Sánchez sólo tiene 44 años (sólo dos menos que el susodicho). Es de sobra conocido que el partido que fundó Pablo Iglesias el Auténtico, y que en tiempos convulsos lideraron Francisco Largo Caballero y Juan Negrín, no tiene nada que ver con el partido que salió en 1974 del congreso de Suresnes. De hecho Suresnes fue el fin del PSOE histórico (Partido Socialista Obrero Español) y, a su vez, fue el nacimiento -servicios secretos de Carrero Blanco mediante- de «El clan de la tortilla» y los antimarxistas como Isidoro-Felipe González, que, con dinero alemán y estadounidense, dieron un golpe de partido y se quedaron con las siglas y la estructura del partido (que tampoco luchó contra el franquismo, ya que -como decían los del Partido por antonomasia- se tomaron «cuarenta años de vacaciones», y después se jubilaron o fueron purgados). La ruptura ideológica y política fue total.

De modo que, frente a lo que se ha dicho desde la Fundación Francisco Franco, no cabe «revanchismo» del partido del actual ejecutivo contra la figura de Francisco Franco, porque éste no venció al clan de la tortilla y a sus epígonos, sino al PSOE de Largo Caballero (el «Lenin español») y Negrín, que era el partido que clandestinamente fundó Pablo Iglesias el Auténtico el 2 de mayo de 1879.

Daniel López. Doctor en Filosofía