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Los líderes de la izquierda parlamentaria española vienen repitiendo, como si fuera una verdad sin discusión (un axioma) que España es un Estado plurinacional. Consecuentemente, su proyecto político es el de una república federal, en el que se defiendan los derechos de los pueblos (o nacionalidades). Estos pueblos son el resultado de dos factores: los históricos y los culturales, estrechamente unidos. Si bien, los factores culturales cobran un sentido más íntimo, ya que parecen brotar de la propia naturaleza de cada pueblo. Mal haría España, tantas veces identificada como una “cárcel de los pueblos”, si no fuera capaz de desarrollar democráticamente tal diversidad y riqueza culturales e históricas. Sería volver a tiempos pretéritos y oscuros, en los que se intentó, supuestamente, imponer una uniformidad imposible, ya que no había fuerza capaz de detener el impulso primario de cada pueblo a desarrollar su cultura libremente y hacerse sujeto de la historia.

Permítanme retroceder unos cuantos siglos. Aproximadamente, hasta finales del siglo VI a. C. Al pensar en la Atenas democrática, el primer nombre que suele venir a la cabeza es el del estratego o general Pericles. Pero el verdadero creador del sistema democrático fue algo anterior: Clístenes, que acabó con la tiranía de Hipias.

La genial creación de Clístenes no consistió en aumentar el número de participantes en la asamblea, ni en crear un procedimiento de elecciones más igualitaria. Su genialidad consistió en acabar con el sistema de gobierno y de organización social aristocrático, basado en el territorio y en la genealogía.

Dividió el territorio del Ática en tres regiones, con criterios más geográficos que tradicionales: la Montaña, la Llanura y la Costa. A su vez, dividió cada región en diez distritos y cada distrito en un número diferente de demos (demoi, municipios). Con ello, consiguió terminar con cualquier tipo de privilegio territorial o gentilicio, debidos al origen histórico.

Pero no acabó ahí su reforma territorial. Para evitar desuniones, para evitar que cada región tuviese intereses puramente egoístas, reunificó los treinta distritos en diez tribus, uniendo arbitrariamente un distrito de la Costa, uno de la Ciudad y uno de la Llanura. De esta manera, el Ática quedaba estructurado y cohesionado, porque la circunscripción pasaba a ser la tribu, y en cada tribu había elementos de las tres regiones.

Imaginemos la analogía. En vez de diecisiete comunidades autónomas basadas en criterios más o menos históricos o culturales, Clístenes crea tres grandes regiones. Esas grandes regiones las divide y vuelve a reunirlas para que la política nada tenga que ver con el pasado y para que el Estado esté completamente cohesionado. En nuestra analogía, sería como si Gerona estuviese unida a Toledo y a Cáceres y formasen una unidad y entonces, los ciudadanos de esa tribu no pensasen solo en sus intereses particulares o regionales.

Hoy, que nuestra izquierda basa su discurso en derechos territoriales de pueblos que se constituyen por su historia y su cultura (por su nacionalidad) en un Estado plurinacional, no está de más recordar al verdadero creador del sistema democrático, cuyo principal interés fue terminar con los derechos históricos, culturales y territoriales aristocráticos para construir una democracia que es el modelo de todas las demás, en la cual el ciudadano se hallaba en perfecta armonía con la vida pública, porque todo lo que era cada cual se lo debía a Atenas, como bien sabía Sócrates, quien, a punto de beber la cicuta, decía que lejos de Atenas no merecía la pena vivir porque nada era.

Es como si, a partir de Clístenes, hubiera dejado de existir Castilla, y Cataluña y Andalucía y simplemente existiese España.

Hubo un tiempo en que la izquierda pretendía construir un mundo nuevo racionalmente: creando nuevos calendarios, nuevas ceremonias, nuevos lenguajes como el esperanto. Esos intentos se demostraron utópicos, y la fuerza de la costumbre, tan conservadora, volvió a transformar vendimiario en septiembre y octubre. Hoy, la izquierda ha dado un giro de 180º grados, buscando en el pasado, en la historia, en las culturas ancestrales, su inspiración, en vez de tratar de crear un mundo racionalmente nuevo. De exageración en exageración, como un péndulo.

Esta izquierda ha modificado simplemente los nombres. Es la Cultura la generadora de Historia, y no los Estados. Son los idiomas y los territorios los que tienen derechos y no los ciudadanos; ni siquiera las clases sociales. Los ciudadanos son simplemente portadores de una cultura. Cada medida política que pretenda defender una cultura particular otorgando privilegios a los habitantes de ciertas comunidades (como por ejemplo, impidiendo ejercer como funcionario a personas que solo dominan el idioma español), es un hilo que se afloja en la costura de este país, porque la cohesión nacional no se realiza realzando los elementos que nos separan, sino uniendo lo que parece separado. Como bien vio Clístenes el Ateniense.

Raúl Boró Herrera

Prof. de Secundaria en el Instituto de Huérfanos de la Armada