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Cada día, cada semana, cada mes, asistimos a una vuelta de tuerca más por parte de quienes, empecinados, no paran de amenazar al resto de la sociedad política española con la independencia de Cataluña. Ya no sólo se trata de la orquestación preparada por el nacionalismo fraccionario para lograr que el llamado Pacto Nacional por el Referéndum –formado, al parecer por partidos y organizaciones favorables al mismo– haya recogido más de quinientas mil firmas, porque, por otra parte, esta cifra es insignificante al lado de los 46.468.102 de españoles. Pero estas presiones –que cuentan incluso con la ayuda directa o indirecta de partidos que se presentan como opciones políticas nacionales– están orientadas a debilitar la voluntad y firmeza de los españoles y a conseguir doblegarlos a base de una insidiosa insistencia.

Ante los acontecimientos más recientes, desde DENAES no hacemos varias preguntas. ¿Cómo interpretar el ofrecimiento de Rajoy a Puigdemont para debatir «su referéndum» en el Congreso? ¿Acaso nos estaría permitido pensar que a partir de ahora podría darse el comienzo de una fase de distensión que llevaría las aguas a sus cauces –porque hablando se entiende la gente–, quizás haciendo comprender al nacionalismo fraccionario la imposibilidad política de su programa y, por ende, la constitución de un nuevo consenso que llevase a disfrutar de una larga etapa, sin las repetidas tensiones nacionalistas un día tras otro? ¿Habremos de vivir con este problema como con una enfermedad crónica que, al fin y a la postre, acabaría con la salud del mismo cuerpo político de la Nación?

Lo cierto es que, efectivamente, el presidente del Gobierno de la nación ha invitado formalmente al presidente de la Generalitat para que presente y debata «su referéndum de independencia de Cataluña» en el Congreso. Al parecer, lo que se espera es que el señor Puigdemont cumpla los trámites reglamentarios y presente su propuesta a las Cortes Generales. De hecho, se tiene el precedente del año 2005, cuando Juan José Ibarreche, a la sazón presidente del gobierno autonómico vasco, presentó su propuesta de Estatuto que terminó siendo rechazada por la Cámara. La oferta de Rajoy a Puigdemont cuenta con el apoyo del PSOE y de Ciudadanos, e incluso de la marca de Podemos en la comunidad catalana. Sin embargo, la estrategia del nacionalismo fraccionario con Puigdemont a la cabeza parece ser otra. Porque, como ya es sabido, su visita a Madrid –facilitada, como no podía ser de otra manera, por la alcaldesa de la Villa– no es precisamente para entrevistarse con ningún representante del Gobierno, y pactar los plazos de su intervención en el Congreso, sino para impartir una conferencia en la capital de España cuyo significado principal sería el de servir de ultimátum de un referéndum independentista. Todo ello pone de manifiesto, pero, a estas alturas, sorprendiendo a muy pocos, el hecho según el cual tampoco hablando se entiende la gente.

Hay quien ve en las actuaciones de Mariano Rajoy una jugada táctica para –se dice– cambiar el paso del nacionalismo secesionista y desbaratar sus planes. Sin embargo, desde DENAES, no podemos confiar en esta suerte de interpretaciones por su ingenuidad, y porque pierden de vista el horizonte en el que está instalado el nacionalismo fraccionario. Hay que tener claro que el programa del nacionalismo catalán persigue la secesión de España y no cejará nunca en el empeño de conseguir sus fines en la coyuntura más apropiada.

Seguramente, ahora, habrá que dar los pasos que se están dando –de necesidad– porque será más prudente que mover otras fichas, pero si Puigdemont sigue con su programa de referéndum independentista ¿cuál será el siguiente paso? El gobierno de la nación insiste en la defensa de la unidad de España y en el respeto a la soberanía nacional, lo que es tranquilizador para millones de españoles. Desde DENAES aplaudiremos –mientras dure– esta firmeza. Con todo, se hace necesario articular una serie de medidas suficientes que puedan servir como mecanismos disolventes del nacionalismo fraccionario allá donde brote. Estas cuestiones habrán de ser pensadas seguramente para el largo plazo y, con toda seguridad, será muy difícil articularlas y llevarlas adelante en el engranaje de las distintas capas del poder político. Pero sin estas medidas toda acción política orientada a la eutaxia de la nación no sería otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana.