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Prácticamente desde sus inicios, la democracia española viene asistiendo, año tras año, coincidiendo con la proximidad de la fecha que se toma como comienzo de la II República, a una suerte de alardes en los que la bandera tricolor republicana cobra un protagonismo especial. Pareciera como si después de 78 años del fin de la Guerra Civil Española fueran los propios republicanos que habían participado en la contienda en cuanto que protagonistas activos de la misma República quienes sujetando hoy las astas en tantos lugares de España izasen las banderas en un acto de irredentismo. Pero esto no es así, porque no son aquellos republicanos quienes sujetan las astas –aunque en algunos casos pueda haber descendientes suyos o de sus descendientes– y porque también participan algunas otras personas cuyos ascendentes no pertenecían precisamente al bando republicano. El significado de tal alarde es otro y su fin efectivo si algo consigue es dar ganancia a quienes pescan en aguas revueltas.

Los episodios son múltiples pero todos ellos tienen un mismo aire de familia y un mismo sentido: arremeter, en primer lugar, contra la bandera de España y, en segundo lugar, contra la nación misma. Ya no se trata solamente de que personas particulares ostenten en la solapa de su americana una enseña con la bandera tricolor, de la misma manera que pudieran alardear de un pin del Partenón, o de que presuman de una sudadera coloreada de aquella manera. Tampoco se trata de que determinados partidos políticos –y a estas alturas ya no hace falta dar nombres– enarbolen como estandarte de su radicalismo la bandera de la II República española. Estos actos, que en sí mismos empecen a la nación española, cuando están canalizados desde las mismas instituciones que deberían velar, a su escala, por la eutaxia de la sociedad política suponen crímenes de lesa patria.

El hecho de que en la plaza de la Constitución de Cádiz haya sido el propio Ayuntamiento quien colocara la bandera republicana obligando así a la delegación del Gobierno a interponer un recurso para impugnar su izado, es una prueba palpable ya de la total falta de respeto a las instituciones por más que se venga a decir que la bandera de la II República es un símbolo del movimiento memorialista, como si esto fuese el visado legítimo de la circulación libre de la tricolor por las instituciones españolas. Pero también el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid ha hecho ondear la bandera tricolor en el balcón de su edificio al lado de la bandera de España, la de la Comunidad de Madrid y la del propio Consistorio evidenciando un desprecio total a la enseña constitucional. Y habría que seguir hablando de otras localidades como Pamplona, Sagunto o la misma Valencia, etc., donde en cada caso son sus propias instituciones consistoriales las que protagonizan en cada acto algo que solo se puede entender como un ataque, desde dentro, a los símbolos de España y, por ende, a la misma nación.

Desde DENAES, creemos que este tipo de actitudes deben ser despreciadas y combatidas tajantemente, tanto en lo que ejercen como en lo que representan. Porque no se crea que atañen exclusivamente a determinados objetos –lo que ya sería suficiente– en su papel de objetos simbólicos. En efecto, podríamos decir que la bandera de España no es más símbolo que la plaza de Colón de Madrid o cualquier edificio o institución de cualquier ciudad de cualquier comunidad autónoma, etc. Por ello, los alardes contra la bandera de España, en buena lógica, son auténticas ofensas contra España misma. Y no cabe envolver aquellos actos, como ha hecho algún líder político, en una suerte de republicanismo presentado como auténtico patriotismo. Falaz es la envoltura, falsaria la presentación.

Si quienes contraponen la bandera tricolor a la bandera de España suponen que lo que están haciendo es una crítica a ciertas instituciones nacionales –acaso porque se piensan obsoletas– desde la perspectiva de la negación de su consistencia, pero que en todo caso dejaría incólume la cuestión de la existencia de la nación política se equivocan en un océano de equivocaciones. Porque, efectivamente, los desplantes a la bandera de España mediante la tricolor, aunque intencionalmente se quieran camuflar de patriotismo republicano, se están ejerciendo –republicanismo incluido– desde las premisas de quienes presuponen que la carga existencial que simboliza la bandera de España es una superestructura completamente deleznable por ser fruto de una historia ficción.

Aparentemente se critica la bandera de España con la excusa de una intención de derrocar a la monarquía en cuanto que institución arcaica, pero el manantial que alimenta tal crítica mana desde la plataforma de la negación de la existencia de España. Y esto lo saben muy bien aquellos con identidad española que, desde dentro, se frotan las manos ante la ganancia de pescadores.