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La rueda de prensa del Presidente del Gobierno de la nación, posterior al Consejo de Ministros del día 30 de diciembre del pasado 2016, ha cerrado el curso político con el rechazo y los comentarios críticos de todos los partidos del arco parlamentario, con la excepción, claro está, del propio PP. Ni sus socios de Ciudadanos, ni, por supuesto, el PSOE, sin descontar Podemos ni mucho menos el resto de agrupaciones parlamentarias, incluyendo los nacionalismos independentistas, se mostraron de acuerdo con el discurso del Presidente. No es solamente la retórica recurrente de todos los fines de año: de telón de fondo el avispero catalán. España vive hoy, cuestión en la que DENAES viene insistiendo, los episodios más dramáticos a los que cualquier nación pueda enfrentarse.

Acompañado de todos sus ministros ―excepto de Luis de Guindos―, Mariano Rajoy se ha presentado ante los expectantes periodistas para realizar un balance del año que finaliza; un año que él mismo no ha dudado en calificar como «año de la incertidumbre», poniendo el acento en la voluntad ―intención― de llevar adelante, mediante el diálogo, una legislatura duradera.

El resumen del presidente arroja, sin duda, un balance demasiado optimista, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayor parte del curso político ha transcurrido con un gobierno interino. Pero Mariano Rajoy no solo se ha mostrado optimista mirando al curso saliente sino también a lo que, en principio, queda de legislatura ―largo lo fía―. Pues, en efecto, tal optimismo se refiere igualmente a una agenda que habrá de negociarse con socios y rivales políticos y que incluye asuntos tan espinosos como las pensiones, la educación, la violencia de pareja, las infraestructuras, los Presupuestos del Estado, etc. Sin duda, todas, cuestiones de gran importancia.

Con todo, llama poderosamente la atención el hecho según el cual, entre la enumeración de problemas a resolver, el propio Presidente del Gobierno no haya tocado directamente la cuestión relativa al avispero catalán, máxime, cuando todos sabemos, y así lo entendemos desde DENAES, que de la solución que se dé al planteamiento secesionista catalán dependerán en parte los derroteros que vayan a tomar los programas independentistas del resto de nacionalismos fraccionarios. El presidente de la nación ha pasado en su intervención como sobre ascuas, dejando para las preguntas de la prensa las explicaciones sobre la afrenta independentista. ¿Responde la actitud de Rajoy a un plan preciso según el cual ya estarían previstas todas y cada una de las jugadas que plantearán los sediciosos o estamos más bien ante una suerte de hesicasmo renovado?

Mariano Rajoy ha respondido a las interrogaciones de la prensa con un discurso, a juicio de DENAES, tibio. Es cierto ―y en esto hay que reconocer la oportunidad del presidente― que el gobierno no debe estar dispuesto a cruzar la línea roja que supondría saltarse la Constitución para permitir un referéndum cuya sola convocatoria concede ya lo que se pretendería consultar en el mismo. También es verdad que, frente al independentismo, hay que afirmar la indisolubilidad de la unidad de España, la supremacía de la soberanía nacional y la igualdad de todos los españoles. Efectivamente, esto habrá de significar el no a la autorización de un referéndum orientado ―aun supuesto un resultado negativo a la independencia según determinadas encuestas― a profundizar en los intereses de los partidarios del secesionismo.

Ahora bien, a DENAES le parecen, como mínimo, verdaderos cantos de sirena aquellas voces que constantemente hablan de «diálogo», sobre todo cuando son, por su parte, los propios nacionalismos fraccionarios quienes acusan al presidente de la nación española de falta de diálogo. No debemos olvidar, por ejemplo, que también el propio Carlos Puigdemont acusa a Rajoy de poco dialogante. Esto, de entrada, demuestra ya que el «diálogo» es un término confortable, que les viene bien a todos ―siempre que se acepten los temas de aquello sobre los cuales quieren negociar―. Por lo tanto, ante la cuestión del independentismo catalán, oír hablar de diálogo no sirve más que para oscurecer los términos y confundir las posiciones. Es exigible, por ello, más firmeza y mayor contundencia, porque si por hablar de diálogo se piensa que el nacionalismo catalán abandonará sus programas, encauzándose finalmente por la vía de la moderación, estaríamos equivocados. Yerran asimismo quienes suponen que hablar de dialogo servirá para atraer a cauces más moderados a cierto nacionalismo posibilista ―más dialogante, más cabal―, porque pierden de vista que tal nacionalismo ―dialogante o moderado― tiene un solo fin, tal es su condición de existencia. Por nuestra parte, excusamos reiterarlo.

Fundación Para la Defensa de la Nación Española.