La cuestión gibraltareña, incluyendo el caso de Mínguez y la bandera, ante el que el resto de los partidos callan, da cuenta de hasta qué punto cabe discutir la condición nacional de muchos de los que se presentan en todas las jurisdicciones española


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«Hospitalet is Spain». Esta es la leyenda que ha podido verse, impresa sobre una bandera nacional, en las gradas del estadio en el que la Selección Española de fútbol juega la Eurocopa que se celebra en Francia. El detalle no es baladí si se tiene en cuenta que es en los estadios de fútbol donde con mayor frecuencia se pueden ver los símbolos nacionales vigentes, así como, especialmente en el caso español, los sedicentes.

En efecto, como es sabido, es en esas mismas gradas donde, en el caso de España, se pueden ver con mayor frecuencia símbolos abiertamente sediciosos, entre los que destaca la señera, o bandera de los independentistas catalanistas. Una bandera que ha protagonizado no pocos incidentes y que sólo ha encontrado castigo por parte de un organismo internacional, la UEFA, pues en España toda injuria o desprecio hacia los símbolos comunes encuentra su asiento legal en la siempre invocada libertad de expresión, una libertad que es siempre unidireccional y que va ligada al menoscabo de los símbolos comunes. Tales circunstancias hacen especialmente meritoria la aparición de dicha leyenda, toda vez un amplio sector de los aficionados del F. C. Barcelona se han distinguido por desplegar parecidas pancartas en partidos internacionales. Altavoz del separatismo, el club azulgrana cuyo campo está tan próximo de Hospitalet, ha permitido que en sus instalaciones, en las cuales no hay sitio para la bandera española, sino tan solo para la catalana y la de los propios colores del equipo, se haya exhibido la pancarta en la que sin duda se han inspirado los patriotas que avecindados en Hospitalet de Llobregat se han desplazado a Francia para animar a la selección de todos los españoles.

Es precisamente en Barcelona, y en el contexto de la celebración de la referida Eurocopa, cuando la Ciudad Condal ha amanecido con varios de sus principales monumentos y calles engalanados con grandes banderas españolas de las cuales todavía se ignora quién o quiénes han sido los que han llevado a cabo una iniciativa inaudita, pues es bien sabido la persecución de la que es objeto la rojigualda en Cataluña. Tal colocación de banderas ha suscitado diversas interpretaciones, entre las que cabe tener en cuenta la celebración de la propia Eurocopa, pues no hemos de olvidar que el resurgimiento de la bandera en espacios públicos, o en manos de muchos de nuestros compatriotas, ha venido últimamente de la mano de los éxitos futbolísticos que en absoluto pueden desdeñarse. Y a pesar de que la excusa futbolística nos parece insuficiente para la eliminación de ciertas patologías sufridas por españoles en relación con los colores nacionales –recordemos al enfermizo hispanófobo populista Pablo Iglesias Turrión y su fobia por la bandera bicolor-, bueno es que al menos en estas ocasiones la bandera común haga replegarse a las de la división, el odio y la corrupción de la nación, aquellas que tanto gustan, por ejemplo, a los que recientemente han agredido a un atleta en Pamplona por correr con la enseña nacional.

Dicho todo lo cual, y tratándose de banderas, no podemos pasar por alto el suceso protagonizado por algunos de los más destacados miembros del partido Vox en el Peñón de Gibraltar, con el trasfondo de la campaña electoral, a la que concurren partidos que buscan la destrucción nacional, como nota dominante. Los hechos son conocidos y nos remiten a la colocación de una gran bandera española en el Peñón que, usurpado por Inglaterra tras el Tratado de Utrech que dio fin a la Guerra de Sucesión tan instrumentalizada y falsificada por los catalanistas, y mantenido durante tres siglos contra la legalidad, sirve para que en tan estratégico enclave se desarrollen prácticas piráticas relacionadas con el tráfico de tabaco y otras sustancias, la proliferación de empresas tapadera y otros intereses bélicos ante los que España ha sido incapaz de hacer valer sus derechos ni tan siquiera en las aguas también usurpadas por los británicos e inutilizadas para la pesca tras la inmersión de bloques de hormigón erizados de barras metálicas que se llevó a cabo hace un año. Así las cosas, tras el despliegue de la gran bandera, el presidente de Vox en Madrid, Ignacio Mínguez, permanece detenido e incomunicado en los calabozos gibraltareños sin que el ministro Margallo, tan aficionado a ejercer como una suerte de ministro de asuntos exteriores en sus visitas a Cataluña, haya sido capaz de articular una respuesta que al menos suponga la puesta en libertad de Mínguez que desde DENAES solicitamos con firmeza.

Somos conscientes de la complejidad que envuelve el colonialista y anómalo caso de Gibraltar, pues un mínimo de realismo político nos obliga a reparar, asunto este ya clásico, en la cervantina prevalencia de las armas sobre las letras, es decir, sobre las leyes y es bien conocida la debilidad bélica española, acompañada de toda una ideología pánfila dominante. La cuestión gibraltareña, incluyendo el caso de Mínguez y la bandera, ante el que el resto de los partidos callan, da cuenta de hasta qué punto cabe discutir la condición nacional de muchos de los que se presentan en todas las jurisdicciones españolas, circunstancia esta que los votantes españoles convocados a las urnas el próximo domingo, habrán de tener en cuenta tras observar este silencio y el clamoroso entreguismo a las sectas catalanistas que, por la vía del referéndum separatista, propugna Podemos; o por la del federalismo a la carta, defiende un Psoe empeñado en defender el Antiguo Régimen, o lo que es lo mismo, los derechos históricos.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española