Los gestos de la alcaldesa de la Ciudad Condal denotan una clara hispanofobia


La reciente agresión sufrida por la sección juvenil de Sociedad Civil Catalana en la Universidad Autónoma de Barcelona, muestra hasta qué punto la región catalana está aquejada de una podredumbre de difícil reversión. Que la fractura social de Cataluña es un hecho, es algo que ni los más miopes o cándidos espectadores del ambiente que se vive en esas españolas tierras, pueden ya negar. Las circunstancias obligan, pues, a posicionarse, pues incluso aquellos que con hipócrita cálculo han escurrido el bulto en los últimos años, deberán tomar partido. Al cabo, la situación personal es producto de otras de mayor escala. La economía, último refugio de los paniaguados, es política.

Cantada por en El Quijote por un Cervantes cuya lengua es hoy perseguida con visceralidad, la capital catalana, antaño referencia española del cosmopolitismo, sigue estando en candelero por las políticas marcadamente hispanófobas que siguen los políticos catalanes que secularmente han representado a la oligarquía siempre favorecida desde el poder central español, pero también por la alternativa altermundista, feminista, ecologista y grosera que encabeza Ada Colau. Si la doblez ha caracterizado a los alcaldes catalanistas que han gobernado la ciudad condal en la últimas décadas, recordemos al chisposo Maragall, primero alcalde y después Presidente de la Generalidad, celebrando el hecho de que el Estado hubiera quedado como algo residual en Cataluña, la llegada de Colau ha venido a dar continuidad a las políticas de sus predecesores en lo que a materia antiespañola se refiere.

Sus gestos, siempre envueltos en cínicas explicaciones, la han llevado, a retirar el busto de Juan Carlos I –monarca del que nunca olvidaremos su “hablando se entiende la gente” en presencia del independentista Pérez Carod- del salón de plenos del ayuntamiento. No contenta con ello, la principal edil, adalid de la política asamblearia desde los tiempos en los que se lanzaba a las calles representando un esperpéntico papel de superhéroe de barrio –Supervivienda Colau-, volvía a pagar la comprensión de don Juan Carlos con la retirada de su nombre de una plaza que de este modo ha recuperado su nombre anterior: ahora se llama del Cinco de Oros.

Esta semana, ante la proximidad de la Eurocopa de fútbol, que se celebrará en junio, Colau ha reproducido simiescamente las actitudes de sus predecesores, excepción hecha del socialista Hereu, que hubo de claudicar y permitir en 2010 la instalación de una pantalla gigante en la avenida María Cristina de Barcelona con motivo de la disputa de la final del Mundial de

Sudáfrica. 75.000 barceloneses se juntaron para ver la victoria del equipo español frente a Holanda. Sabido es el importante simbolismo que hoy ha alcanzado el fútbol. Un simbolismo tal que lleva a los ciudadanos a verse especialmente representados por los combinados nacionales, y que en España, nación en la cual muchos de sus ciudadanos se avergüenzan de su condición de españoles, cuando no la detestan en un ejercicio de masoquista autodesprecio, sirve para que otros muchos exhiban sin complejos la enseña nacional especialmente en el trascurso de los campeonatos internacionales de fútbol.

Pues bien, como quiera que muchos españoles avecindados en Barcelona han
manifestado su deseo de que se instalara, como ocurre en muchas otras ciudades españolas, una pantalla gigante para ver los partidos de la selección española de fútbol, la negativa de la Colau no se ha hecho esperar. Ante la solicitud del Partido Popular, que recogía una iniciativa popular de Barcelona con la Selección, y a pesar de que la colocación de la pantalla no acarreaba ningún coste para el Ayuntamiento, al estar cubierto por patrocinios varios, la falsa conciencia del

Ayuntamiento barcelonés se ha abierto paso en las razones alegadas para la no autorización. Al decir de los gobernantes municipales, la pantalla no se puede instalar por «perturbar el descanso vecinal, orden público y seguridad», y ello a pesar de que los impulsores de la idea ya se habían puesto la venda antes de la herida al escoger espacios con pocos vecinos como son la Plaza Cataluña y la Avenida María Cristina. Finalmente, el consistorio se ha comprometido a estudiar la posibilidad de que los partidos se puedan ver en algún recinto cerrado…

Descritos los hechos, nada sorprende en la actitud de una Colau que no ha perdido oportunidad alguna de despreciar los símbolos nacionales –recuérdese su comportamiento ante los militares en el Salón de la Enseñanza-. La futbolística negativa ofrece también otras lecturas ¿a tal extremo ha llegado la hispanofobia en Cataluña como para que un partido de la selección pudiera provocar disturbios? Pero, sobre todo, en la Fundación DENAES, que apoya nítidamente la instalación de la pantalla, nos preguntamos hasta cuándo los catalanes no embrutecidos por el adoctrinamiento seguirán sin reaccionar ante la tiranía de estos personajes empeñados en la destrucción nacional por cualquier vía que pueda serles útil.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española