Libertad Digital

Acabo de regresar de la Escuela de Verano de Denaes, que se ha celebrado en el Palacio de la Magdalena (Santander). Intento transmitir a los libertarios algunas de las sensaciones que se han producido en esa reunión académica. Lo digo por la Academia de Platón. Nos convocaba Santiago Abascal para debatir la batallona cuestión del Estado de las autonomías. Como sucede en los diálogos platónicos, todo giraba en torno a la idea de desentrañar el significado de ciertas palabras misteriosas, como «España» o «autonomías». Tuve el placer de escuchar opiniones estimulantes de los asistentes, maestros y discípulos. No sé si mi crónica podrá reflejar la inteligencia y la finura de lo que se dijo en el regio lugar y lo que en él ocurrió.

La inauguración del curso corrió a cargo de Carlos Espinosa de los Monteros, acaso su primer acto público después de haber sido nombrado alto comisionado para promover la marca España. Su oración fue un buen ejemplo de cómo se puede comunicar bien algo a un auditorio sin leer el texto y sin recurrir al power point. Nos engatusó con la idea de promover el prestigio de los productos y las ideas que salen de España a otros países. No basta con que lo español sea notorio en el mundo; es preciso que nuestra reputación vaya a mejor. No debemos conformarnos con el turismo. Hay que hacer más atractiva la visita a España de los extranjeros, pero hay otros factores que interesa cuidar. Por ejemplo, los productos españoles deben conseguir una mejor aceptación internacional; hay que aprovechar el valor de nuestra cultura y hasta la general simpatía de nuestros compatriotas. Después de la intervención de Espinosa de los Monteros (su apellido es ya un activo de la marca España), corrió el comentario por la sala: «¿No podría ser este hombre un buen presidente del Gobierno?». En el diálogo posterior propuse que se añadiera otro factor para acumularlo al atractivo de esa marca: el interés mundial que existe por la lengua española.

Jorge de Esteban nos hizo ver que el invento del «Estado de las autonomías» se ha convertido más bien en el «Caos de de las anomalías». La principal es la pulsión de Cataluña y el País Vasco para distanciarse siempre un poco más de los demás privilegios autonómicos.

José Luis González Quirós se fijó en la constancia de que los tirones disgregadores o divergentes se refuerzan en los momentos de infortunio económico. Su diagnóstico es que los partidos políticos actuales presentan ciertos fallos estructurales. Por ejemplo, la ausencia de democracia interna, el incumplimiento de las leyes, la prepotencia mafiosa y, como síntesis, el incumplimiento de sus funciones constitucionales. Anoté mi reflexión de que no se justifica la creencia general de los contribuyentes por la que se espera que los partidos nos resuelvan todos los problemas. A mi parecer es un exceso de taumaturgia.

Joaquín Trigo nos deleitó con algunas experiencias de la vida pública en las que se detectan la arbitrariedad de los dirigentes políticos, la deficiente burocracia, especialmente la judicial.

Alfredo Pérez de Armiñán nos sorprendió con su provocativa tesis de que ya ha empezado en España la reforma constitucional. El Estado de bienestar se ha convertido en un sistema para pescar votos. La actual crisis económica la comparó con «la gran casa que se va quedando sin rentas, pero sigue con el mismo servicio».

A lo largo de la sesión planeó la crítica contra el viejo lema del «café para todos» con que se instituyó la falsa igualdad del Estado de las Autonomías. Nunca he entendido bien el sentido de esa metáfora, pues en España lo usual es que en un grupo de comensales, a la hora de los cafés, cada uno lo pida de una manera. Pero el hecho es que la locución «café para todos» se ha establecido entre nosotros como la fórmula de una igualdad artificiosa.

Hago gracia de mi intervención en la Escuela de Verano. Mi misión es aquí la de cronista de eso que ahora llaman evento. A fe que últimamente he asistido a pocos tan interesantes como el que digo de la Magdalena. Así que seguiré informando. Se aceptan sugerencias para resolver el enigma del Estado de las autonomías, «el problema insoluble», que dice mi maestro Juan Linz.