La Fundación Denaes entrega
sus premios de Españoles Ejemplares
a unas personas que asumieron la responsabilidad
de restaurar la capacidad de convivir
como miembros de una nación políticamente
organizada.


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CUENTAN QUE antes de morir, Maquiavelo,
que conocía bien El sueño
de Escipión
, relató a los amigos una
versión personal de aquel texto, con
distinta moraleja. Así, si en el sueño antiguo,
que escribiera Cicerón en pleno derrumbe
de la Roma republicana, los grandes hombres
que habían fundado y gobernado con
acierto estados gozaban de la eternidad en
el sitio más luminoso del universo, en el narrado
por el culto y astuto diplomático florentino
van al infierno, porque
para llevar a cabo las grandes
obras que los inmortalizaron habían
violado las normas de la
moral. No sabemos con certeza
si la historia del sueño de Maquiavelo
es verdadera o inventada.
Lo que sí sabemos es que
retrata bien su filosofía pragmática,
que encontraba el infierno
más bello e interesante que el
paraíso, porque, a su juicio, allí
estaban los grandes hombres de
la política. Lo que también sabemos
es que antes de que César
Borgia le asombrara con sus notorias
empresas de guerrero y
administrador –en ambos casos
desdeñoso de todas las leyes divinas
y humanas– y de que él escribiera
que el buen príncipe ha
de tomar ejemplo del «zorro y
del león», ha de «aprender a poder
no ser bueno», era ya un lugar
común afirmar que en política
todo vale.

Sin compartir esta mirada torva de Maquiavelo
nos refugiamos hoy en el territorio
de la sociedad civil para encontrar los estímulos
de ejemplaridad que necesitamos en
esta hora grave de España, en estos tiempos
de impugnación o de oscurecimiento de la
nación española. La Fundación Denaes entrega
sus premios de Españoles Ejemplares
a unas personas que asumieron la responsabilidad
de restaurar la capacidad de convivir
como miembros de una nación políticamente
organizada.

Aunque se pasaron los tiempos del pesimismo
hispano y delmasoquismo intelectual,
no pocos españoles creen vivir en una nación
enferma, cuya historia es el relato de un inveterado inveterado
atraso y de una interminable decadencia.
Todavía no se han disipado del todo las
últimas sombras demelancolía que arrancaba
de las primeras derrotas de los tercios españoles
en Rocroi y Las Dunas y chapoteaba
luego en la patología del Desastre de 1898. El
sobreponerse a esa historia de muerte y naufragio
ayudará a afrontar la realidad de España,
tantas veces desconocida porque nos la
han contado mal o, sencillamente, porque no
nos la han contado.

¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres,

cuántos sucesos y victorias grandes…

Pues que tienes quien haga y quien te obliga.

¿Por qué te falta, España, quien lo diga?

(Lope de Vega, La Dragontea)

La trayectoria de Vicente del Bosque, Pedro
J. Ramírez y Agustín Ibarrola nos habla
de una nación sin dramatismo, construida
con la eficacia de las emociones y la serena
rectitud de la atención a la diversidad. Una
nación acotada en los sueños extenuados de
muchas de sus gentes, una España de imper¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos
[nombres,
cuántos sucesos y victorias grandes…
Pues que tienes quien haga y quien te
[obliga.
¿Por qué te falta, España, quien lo diga?
(Lope de Vega, La Dragontea)

La trayectoria de Vicente del Bosque, Pedro
J. Ramírez y Agustín Ibarrola nos habla
de una nación sin dramatismo, construida
con la eficacia de las emociones y la serena
rectitud de la atención a la diversidad. Una
nación acotada en los sueños extenuados de
muchas de sus gentes, una España de imperfección
que exigía la tarea de trabajar sobre
ella, una España que no gustaba pero a la que
se amaba como territorio de realización de
las propias ilusiones. «Vivir es una herida por
donde Dios se escapa» dijo el poeta José Luis
Hidalgo que buscaba la fe. Para muchos españoles
su vida ha sido una herida por donde
España se derramaba.

Alguien tan poco dado a la frivolidad y a la
falta de compromiso como Albert Camus señalaba,
al pedirle rectitud a la prensa de la
Francia, recién liberada del yugo
nazi: «No estamos, desgraciadamente,
en tiempos de ironía. Estamos
todavía en tiempos de indignación». Que nadie crea que
los tiempos de indignación son
tiempos de desaliento. Al contrario,
la indignación procede de saber
dónde se encuentra la dignidad,
no de haberla extraviado:
procede de conocer su vulneración,
no de ignorar su suerte. El
debate que está viviendo España
contiene la ventaja de haber provocado
ese estado de alerta que
es la indignación.

Frente a la devaluación de las
palabras, frente a la vacuidad de
los principios, frente a ese espacio
deshabitado de convicciones de
aquéllos que siempre reman a favor
del viento o ponen su butaca
en dirección de la Historia, frente
a tanta mente saqueada, la Fundación
Denaes festeja el pensamiento
recio y la actitud íntegra de
quienes no hacen concesiones a los rituales
que falsifican una sana relación con una lengua,
con una patria, con unos vecinos, rebajándola
a una liturgia sagrada que establece no
sólo quiénes son los heterodoxos sino también
quiénes son los renegados.

¡Cuántas veces se nos ha arrebatado la socialización
democrática en nombre de derechos
colectivos y farsantes principios de igualdad
que falsean la equivalencia, que la atiborran
de una mitología del mínimo esfuerzo y,
por tanto, que se basan en el desprecio a la voluntad
humana de mejorar, empezando por la
de los más humildes, que sólo pueden conseguir
el ascenso social sometiéndose a las vejaciones
televisivas o a la disciplina de carné!

La Historia nos enseña que el mundo no
puede ser redimido de una vez para siempre y
que cada generación tiene que empujar, como
Sísifo, su propia piedra, para evitar que ésta la
aplaste. «Desprecio a aquéllos cuyas palabras
vanmás lejos que sus actos» proclamaba Camus
señalando a los oportunistas de siempre.
A nosotros nos ha tocado defender con sencillez
algo tan obvio como España, nación de
ciudadanos. Pero el problema es que debemos
hacerlo junto al nacionalismo de los históricos
y el nuevo nacionalismo de los histéricos, de
los que sacan pecho con su acento de periferia
chamuscada por el sol radiante o en penumbra,
los nuevos españoles que afirman su hecho
diferencial con el folclore o la gastronomía
en ristre. Todos ellos, haciendo bueno el comportamiento
del personaje de Balzac, Lucien
de Rubempré, el joven héroe de las Ilusiones
perdidas
, quien a la pregunta «¿Por qué campo
se inclina usted, reaccionario o progresista?
» responde con otra pregunta: «¿Quiénes
son los más fuertes?».

Como el Angelus Novas de Paul Klee, la
Historia avanza huyendo de sus desastres: lo
que la mueve no es la esperanza del futuro,
sino la contemplación desesperada de las sucesivas
ruinas que la han mancillado. Cada
uno sabrá cuál es su lugar en la preservación
de los derechos de todos, en la lucha por la
democracia. Un lugar en el que la nación es
un acuerdo, no una tragedia heroica. Un edificio
político que no puede sino ser plural;
que no necesita que se afirme con ese adjetivo
que altera con frecuencia su sentido auténtico.
Porque quienes hablan de la España
plural, las más de las veces, buscan referirse
al reconocimiento de entidades homogéneas,
a la coordinación de comunidades unánimes,
que pretenden negar España y aplastar la
pluralidad. Nuestra nación es una nación de
ciudadanos que hereda una tradición quizás
poco vistosa, pero de una intensidad cívica
muy honda, que no necesita manifestarse obsesivamente
en rituales de identificación colectiva,
sino en la humilde práctica cotidiana
de la democracia.

Fernando García de Cortázar es director de
la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad
y leyó este texto durante [la entrega de los premios
Españoles Ejemplares->art3488] de la Fundación
Denaes en calidad de presidente del jurado.