España nunca tendrá una conciencia nacional sana, normal, mientras siga sujeta a esta patología de sí misma.


Ha llamado mucho la atención esa sorprendente teoría de don Juan Luis Cebrián según la cual “la insidiosa reconquista ibérica” impidió que floreciera una “civilización ecuménica” y común a ambos lados del Mediterráneo. La llamativa hipótesis es una barbaridad desde el punto de vista histórico, puesto que fue precisamente la irrupción islámica la que quebró la civilización mediterránea común y el grado de ecumenismo logrado por Roma, antes y después de Cristo. Pero, además, es una gráfica muestra de esa permanente tendencia a la automaldición que aflige a buena parte de los opinadores españoles.

Hay una suerte de malestar de sí mismo que se manifiesta a través de la fobia a la propia identidad cultural, nacional, religiosa, histórica. Esta patología, bien conocida como “síndrome de Don Julián”, se sintetiza en una idea única: todo en España es malo, todo contra España es bueno. Cierto que el axioma nunca se había aplicado de manera tan burda y primaria como hoy.

España nunca tendrá una conciencia nacional sana, normal, mientras siga sujeta a esta patología de sí misma. La teoría de Cebrián es un signo de nuestro gran problema.