Muchas decenas de miles de personas nos manifestábamos ayer en Sevilla contra la negociación con ETA y por la verdad sobre el 11-M. Son dos reivindicaciones que tienen a su favor algo muy importante: la justicia.

El Gobierno ha cometido el error de llevar las cosas a un punto de conflicto indeseable: el Estado contra las Víctimas. Todo el absurdo de la situación se hace patente cuando reparamos en que estas víctimas o han dado la vida por el Estado o han sido atacadas para dañar al Estado. En consecuencia, es el Estado quien se halla en deuda, es él quien debería defender ahora a las víctimas, es él quien debería tomar partido por ellas. Al no hacerlo, al embarcarse en un “proceso de paz” envuelto en oscuridad y concesiones insólitas, el Gobierno está haciendo que el Estado parezca favorecer a los terroristas. La injusticia es tan abominable que con razón solivianta los ánimos de la ciudadanía –o, al menos, de la parte más concienciada de ella.

Estas manifestaciones deben continuar: son el mejor termómetro de una nación que se resiste a la sucia anestesia de una “paz” injusta.