Federico Jiménez Losantos, Lo que queda de España. Ediciones Temas de Hoy, Madrid 1995 [1ª Edición 1979]
«Lo que de un modo ya evidente parece pretender el imperativo patriotismo nacionalista es la enseñanza en catalán, (de forma progresiva, conforme vayan saliendo suficientes maestros y licenciados catalanes y se acentúe la estampida de los no asimilados) para toda la población escolar. Para darse cuenta de la formidable voluntad normalizadora que anima a muchos, si no todos, de los mentores culturales y administrativos de esta operación política, recordemos que según el último censo lingüístico –supervisado por notorios pancatalanistas– la mitad, como mínimo, de esa población, es castellanoparlante. Concretamente, en Barcelona y provincia (que es donde se produce el fenómeno inmigratorio; nadie abandona su parcela de tierra en León o Teruel por otra en Lérida o Gerona), el número de castellano parlantes es superior al catalán, ligeramente en la capital (49’5 por ciento sobre 47 por ciento) y ampliamente en la provincia (60’9 por ciento sobre 38’5 por ciento). Hete aquí como cerca de dos millones y medio de españoles van a asistir sin darse demasiada cuenta –o dándose y viéndolo «normal», que es todavía más grave– a la segunda parte de una operación político-cultural monstruosa y brutal, la emigración rural española de las últimas décadas: ver cómo sus descendientes se ven obligados a cambiar de lengua y cultura para acceder a la ciudadanía de pleno derecho, y todo ello sin moverse de España» (págs. 72-73).